"Vuelve, a casa vuelve..."
Seguro que al mismo tiempo que ha incluido un soniquete mientras lo leía, le ha recordado a la Navidad. No, no es ese el tema de reflexión de hoy.
Volver a casa, en ese contexto, no es sino regresar al sitio donde cargamos nuestras pilas, nos sentimos queridos y deseamos estar. No voy a profundizar si cada vez que salimos del trabajo para volver a casa llegamos con esa alegría, porque quizá no a todo el mundo le provoque esa sensación. Cuestión esta para que con profundidad analice el motivo.
Hay otro concepto de casa que es sobre el que quiero hablar hoy; la que llevamos con nosotros permanentemente desde que nacemos, nuestro ser.
Parecería obvio que quedarnos a solas con nosotros mismos y sentirnos bien debería ser de obligado cumplimiento para luego ser capaces de transmitir y contagiar nuestra quietud a los que nos rodean. Pero el día a día, el cómo hemos sido educados, muchas veces nos lo impide. Vivir las experiencias que nos ofrece la vida, es obligatorio, pero sufrirlas o gozarlas es opcional. Ante ellas podemos reaccionar emocionalmente o responder desde la conciencia.
Desde ese punto de vista, nuestro hogar, nuestro ser, no es un lugar físico en el mundo exterior sino una cualidad interior de aceptación o encuentro. Regresar cada día a casa es ir dentro de uno mismo y saber mantener y vivir la intimidad.
Intimidad significa íntima unidad, pasar de una dualidad a una unidad, desde el interior de uno al interior del otro, no llegar a la mente sino al corazón de la otra persona. Con nuestros principios y valores. Los conocimientos que tenemos y adquirimos a lo largo de la vida serán el medio por el cual vamos a conseguir tener y hacer, pero antes que ellos está la sabiduría que nos dará las razones para vivir. Sabiduría no proviene de saber, conocimientos, sino de sabor. Por ello la persona sabia no es la que más conocimientos tiene, es aquella que aprendió a saborear la vida, disfrutando de lo bueno y digiriendo los golpes que seguro nos dará.
Si analiza su entorno, su gente no se alimenta y nutre de sus conocimientos solamente, sino que principalmente se contagia de lo que es capaz de transmitir a través de sus pensamientos, sentimientos, emociones y experiencias. Enseñamos lo que sabemos, pero contagiamos lo que vivimos, nuestra forma de saborear la vida.
Por ello encontrará a lo largo de su camino personas que se interesen por usted y personas a las que les importe. Cuidado con la primera opción. Puro interés. La segunda es la que nos llevará a la intimidad. Cuando vence la intimidad aflora la profundidad entre las personas, cuando prima el interés vence la superficialidad. Ésta no le llevará más que a relaciones de apariencia, la de la intimidad a vínculos de presencia.
Y podríamos hablar de muchos tipos de intimidad. Pero la primera empieza por uno mismo, ya sin que ella no podremos lograr intimidad con los demás ni con nuestro entorno.
En ese triángulo de la conciencia compuesto por el pensar (mente), sentir (corazón) y actuar (voluntad) en necesario que incorporemos tres hábitos en cada uno de ellos.
En el pensar, en la mente, el silencio. El silencio no se hace, se entra en él. No es estar callado, es respetar y crear el clima para poder y saber hablarse y escucharse.
En el sentir, en el corazón, la soledad. No como aislamiento sino para girar nuestra linterna y focalizarla en nosotros para darnos luz que ilumine nuestros pensamientos. Soltar mi corazón de la atención a los otros para poder dar luz y claridad a mi vida. La soledad es poner sol a mi edad, sea ésta la que sea. No es volverse solitario, sino aprender a crecer y cuidar nuestro jardín para luego poder invitar a los demás a que pasen y miren dentro de él.
Y en el actuar, en nuestra voluntad, serenidad. Saber seleccionar el tiempo. Y saber escucharse y escuchar. Dialogar no es el arte de hablar, sino de hacer sentir al otro que es bien escuchado. Y eso solo se consigue cuando todo mi ser está presente en el ahora atendiendo a lo que la otra persona me está diciendo. Solo podrás escuchar al otro cuando con serenidad seas capaz de saber escucharte a ti mismo.
Aunque parezcan reflexiones filosóficas, ahora llévelo al mundo de la empresa si es que dirige personas.
Ponga silencio en su mente para poder centrarse y dejar de vivir en un mundo de culpas ajenas. Soledad en su corazón para atender a lo importante y no a lo urgente, para conseguir enriquecerse y así ser nutritivo para con los demás. Y serenidad en su actuar para poder contagiarles no solo de sus conocimientos sino de su fe, entusiasmo, ilusión y pasión.
Fe, entusiasmo, ilusión y pasión. En ninguna cláusula contractual podrá obligar a sus trabajadores que firmen que así van a hacer su trabajo. La entrega no se exige, se regala. Consiga que pasen del cumplimiento al compromiso. De usted depende. Primero trabajando su intimidad. Luego la de ellos. No prepare el camino a su gente, prepare a su gente para el camino. Pero eso ya es otro artículo.
Fuente: Web de José Pomares.
C. Marco