Revista Educación

Una de niños

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Muchas veces he intentado hacerme una idea de los razonamientos que llevan a los niños a concluir auténticas genialidades. De cómo funcionan esas cabecitas y qué imaginan cuando los mayores les hablamos. Uno procura explicarles las cosas con sentido, sin tratarles como bebés – eso recomiendan los pedagogos – y ellos ponen sus mentes a trabajar con las herramientas de las que disponen y ven cosas, ideas que expresan sin miedo a hacer el ridículo. Algo así me ocurrió cuando llevé a mi hijo a la exposición de Atapuerca. Él tenía cuatro años, e intenté explicarle la evolución humana delante de las imágenes que se presentaban en la muestra. Le dije que hace muchos años los humanos eran monos, que hubo un momento en el que los alimentos de los árboles empezaron a escasear y los monos tuvieron que bajar de ellos para alimentarse. Que así, poco a poco empezaron a andar sobre dos patas y a erguirse hasta convertirse en humanos. El niño pareció entender toda la explicación y yo me quedé la mar de contenta. Salimos hablando sobre lo que habíamos visto y de repente me dice: “Mamá, ¿Y cuando tú eras mona…?” Siempre me arrepentiré de no haberle dejado terminar, pero es que no pude contener la carcajada y lo peor es que estas reacciones nuestras son las que hacen que vayan teniendo sentido del ridículo y dejen de expresar sus ideas con libertad.

Con mi hijo Mario, el segundo, me ocurrió algo genial. Tenía tres años y estaba cursando su primer año de colegio. Los viernes les recogía y los llevaba a comer a casa y ese día les había preparado algo muy rico para almorzar (lo cierto es que no recuerdo qué era), pero él estaba muy cansado y de muy mal humor. Yo le decía que estuviera tranquilo y que no se enfadara que en casa nos esperaba una comida muy buena y él sólo respondía una y otra vez: “¡No me gusta!”, y yo le decía:  ” Verás que te va a encantar, es una sorpresa”. Y él: “¡Que no me gusta!”. Yo insistí: “Que sí, que te va a gustar muchísimo, confía en mí”. Su última respuesta fue definitiva: “¡Tampoco me gusta el fian mí!”.

Si al primero se le ocurrían las ideas en las exposiciones, al segundo le llegaban las imágenes a través de la comida. Como el día que fuimos a cenar a un restaurante de pescado y le dijimos que la comida le iba a gustar mucho, que habíamos pedido camarones, pulpo y morena frita y nos dijo: ”¡ A mí no me gusta el pescado con pelos!”. Daría cualquier cosa por ver lo que se imaginó en ese momento su cabecita.

Imagen tomada de la web pescabenaluense.es

La pequeña era la de los razonamientos realistas. Con cuatro años me habló de Michael Jackson como si fuera conocido de toda la vida: “ Era un pobrecito porque quería ser blanquito y lo dejaron violeta”,  me hubiera gustado saber a quién oyó hablar del cantante. En otro momento,  su abuelo le preguntó que porqué sabía que su muñeca era una niña y le respondió: “Porque tiene vulva”, ¡toma ya argumento lógico! O a mí cuando le hablaba de su muñeca como si fuera un bebé de verdad y me decía: “Mamá, es una muñeca”.

Hay quien escribe libros llenos de anécdotas de este tipo y seguro que habrá quien estudie sus explicaciones y lo que las provoca. Quizá Punset le dedique uno de sus programas a los pensamientos de los niños y es que estas personas pequeñas tienen mucho que enseñar a los adultos.


Volver a la Portada de Logo Paperblog

Dossier Paperblog