Dicen que “Nuestros hijos son el fiel reflejo de nosotros mismos”
Puede que sea así, si tenemos en cuenta que les infundimos todos los valores y los defectos, que nosotros hemos elegido de los que nos han enseñado nuestros padres, que no son los mismos que ellos nos infundieron.
No hace falta decir, que si hay algo difícil es guiar a un hijo por la vida y prepararle para ella.
No puedes decirles donde está la trampa para que no caiga, porque nosotros mismos, hemos caído una y otra vez, y aún no sabemos de que manera hacerla para no caer de nuevo.
Les damos libertad, cuando no nos damos cuenta de que su libertad, no es nuestra, de la misma manera, que la nuestra nunca fue de nuestros padres.
Es difícil tener a un hijo de18 ó 20 años con todas unas ideas propias, unas seguridades, en las que yo particularmente, me muero de envidia, porque ahora aún soy insegura, a la vez que me aterra que él no lo sea, y con una forma de vivir que para nada es, ni la que hemos querido que fuese, ni la que nos gustaría.
Nos resulta verdaderamente difícil el hecho de mirar a ese chico o chica con los ojos de un adulto a otro. Es como si tuviésemos una propiedad sobre ellos que no debería de existir jamás.
Nos proponemos tener unos hijos perfectos, que no se equivoquen nunca, olvidándonos que nuestros hijos, tienen que vivir, y vivir implica la equivocación, el fracaso y el actuar de mala manera.
Pero vivir, también implica el saber pedir perdón, cuando te das cuenta de que has hecho daño a alguien, el rectificar, eso que hemos hecho y nos damos cuenta de que no está bien , y el saber levantarte con dignidad cuando nos hemos equivocado en algo, porque la equivocación es parte del ser humano.
Mi idea de padres es la que es capaz de trasmitir a sus hijos que ellos estarán siempre junto a ellos, siempre, sean las que sean las circunstancias, en la cercanía o en la lejanía, pero que cuando estén perdidos, cuando no sepan a quien acudir a contarles eso que les quita la respiración, que les preocupa, que les asfixia, que sepan que me puede llamar y yo estaré allí, siempre, para escucharlo, para encontrar soluciones si es lo que demanda entre todos, para que abrazados a nosotros sientan el calor y la protección que sentían cuando eran pequeño y se caía jugando a la pelota, y recobre la sensación de que nada malo les pasara junto a nosotros.
No quiere decir que sea así, no, pero es bueno que siempre se tenga un punto donde ir, un punto que haga que no se desvinculen de nosotros, porque somos nosotros, los que no queremos perderlos a ellos. Pero esto no significa, que les estemos dando en las narices continuamente con que la autoridad la tenemos nosotros, no, la autoridad no debe de ser algo que esté patente en la guía de nuestros hijos.
No es fácil, nadie dice que lo sea, pero quizás la magia fluya cuando un día te encuentres frente a tu hijo le mires a los ojos y veas a un hombre. Y tú que tienes ese agobio, porque ya no te encuentras, porque has visto que tus días por la vida no han dado el fruto que tu esperabas a nivel personal, que tienes unas ganas locas de volar, cuando tus alas están quebradas y que solamente te encuentras cómoda cuando dices “te quiero” o cuando admiras una puesta de sol y se lo dices, se lo dices como si se tratara de tu confesor, se lo dices porque tienes la seguridad de que él siempre va a estar junto a ti, para escucharte, para buscar soluciones si es lo que tu quieres y para que cuando te abrace sientas el calor de cuando te abrazaba y te dolía la cabeza diciéndote “¿estás malita mami? ¿Quieres una aspirina?”Y entonces respiras, y tu pecho se ensancha porque ya puedes coger aire, porque te has liberado de una losa que pesaba mucho y porque te has dado cuenta de que ahora, con los años, tu hijo se ha podido convertir en un gran amigo tuyo, aunque siempre seas su madre.
La imposición, sea cual sea, nunca da buenos resultados, y tiene que ser muy doloroso para un hijo, dejar la casa de sus padres porque ya eres adulto, porque ya no puedes más y verlos por obligación de vez en cuando, pero no tener la necesidad de hacerlo.
Hoy en los días en los que vivimos, en los que parece que está de moda el que los padres se quejen de que sus hijos no se van de casa nunca porque están cómodos y lo tiene todo hecho. Hay un gran numero de jóvenes que viven, solos, independizados, sin un euro, trabajando, y cursando sus estudios universitarios, con su esfuerzo, y eso está bien, pero solo a medias porque son jóvenes desarraigados de sus padres, a los que no hay nadie que se atreva, porque no tienen derecho hacerlo, el decirles lo que pueden o no hacer, lo que es justo o no, porque vienen de vuelta cuando nosotros vamos.
Entre ellos hay algunos que son especiales, muy especiales, gente que se preocupa por los males de la sociedad en la que tratan de sobrevivir, haciendo todo lo que está en su mano para evitarlo, gente que está al lado de los más desfavorecidos, y que sueñan con un mundo diferente al que se enfrentan hoy, por hoy y para hoy, no pueden ver más allá, eso es lo que han aprendido, a base de muchos problemas, de muchos sin sabores y de muchas noches sin dormir. Son los jóvenes que viven los problemas de la calle y de la sociedad de primera mano, no lo leen en los periódicos, si no que tienen un “colega” que lo sufre. Y se sientan en el suelo con él, y le escuchan, y si, se fuman uno o dos porros y hasta se emborrachan juntos, pero son capaces de al día siguiente contártelo sin ningún problema haciendo una risa de una desgracia, pero abriéndote los ojos a la realidad. Jóvenes que dan mordiscos a la vida, de tal manera que nunca están hartos de ella porque la dosifican y porque algunos de ellos viven al límite, desafiando diariamente a lo que quizás nosotros no nos atrevemos a mirar de frente.
Difícil tarea la de ser padres, pero no menos difícil en algunos casos la de ser hijo.