Revista Cultura y Ocio

Una decisión acertada – @virutl38

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Tal y como me habían dicho. Las malas decisiones. No tenían sentido.

Nunca fui un mal estudiante. Fui un buen estudiante. Es más. Diría que casi brillante. Pero resultaba exasperante. Ya me lo decía mi padre. Tú y tu manía de preguntar por todo. Y escuchar nada. Mi capacidad para concentrarme se diluía en mi necesidad de responder a todas las preguntas del mundo. Desde que recuerdo fui un interrogante. Un signo de interrogación al comienzo de todas las frases de mi vida.

Las clases me aburrían. Porque resultaba paradigmático que todas mis preguntas no se respondían con libros de texto. Mis por qués. Mis dóndes. Mis cómos. Mis cuándos. No había modo de encontrar en todos aquellos malditos párrafos las respuestas adecuadas. Era como si la aguja permaneciese estática en el aire. En el centro del pajar. Todo el mundo buscando la aguja. Y yo preguntándome qué la mantiene ahí arriba. Pues algo así.

Sin pena ni gloria. Como un bicho raro. Notas extraordinarias. Un tío solitario. Pero tampoco es que me agobiase serlo. Entendía que el único modo de buscar respuestas era estar atento. Sin circunstancias ni personas que pudiesen distraerme. Tan sólo la búsqueda de respuestas. Entre tanto caos y tanta interrogación.

En la universidad era capaz de hacer varias especialidades al mismo tiempo. En cualquier facultad no podía dejar de permanecer en varias clases. Entrando y saliendo de algunas de ellas. Porque en ocasiones aquellos profesores. Como suele ocurrir en la vida. Son personajes ajenos a la realidad. Y creen que poseen el conocimiento de la verdad absoluta. Ilusos. Sonrío mientras sostienen sus absurdas teorías refrendadas por aquellos libros. Sin entender que toda su sabiduría no responde a la esencia misma del conocimiento.

No responden a mis preguntas.

Aquel verano decidí dar un vuelco a mi vida. Había terminado todos aquellos estudios de una vez. Para asombro de  los claustros de algunas facultades. Que creían fatuamente en la imposibilidad de poder hacerlo de modo adecuado y convincente. Y qué. Qué sentido podía tener colgar en una pared aquellos cuadros. Con títulos y alabanzas.  Oropeles y palmadas en la espalda. Cambiaré de aires. Seré uno más. Oposiciones. Funcionario. Un triste. O un país diferente. Un refugiado. Un sin papeles. Soy un bicho raro. Y no veo que el espejo al que me miro. Sepa de qué modo puedo hacer desaparecer el punto. Ese punto que culmina el interrogante que adorna mi halo.

Fue en una verbena. De esas de pueblo. Un puesto en el que se aseveraba conocer el futuro. Un tenderete sencillo. Colores neutros. Una cortina. Y un cartel. “La vida interroga.  La luz responde”. Lo que me faltaba. Dejarme llevar por la lectura irrelevante de lo irracional. Mucha superchería. Poca diversión.

Entré. La oscuridad me dejó paralizado. Fue un instante. Acostumbré la vista al interior. Era una mesa cuadrada. Una silla de madera. Y nada más. La luz apenas entraba por debajo de la lona y los cortinajes. Aquella teatralidad me exasperaba. Pero me sorprendía. No parecía haber nadie. Me acerqué a la mesa. Había un cartel. “Siéntate”. Y lo hice. Sentí un escalofrío. Y noté como si me encendiese.

Levanté la vista y vi una fina columna de luz. Procedía de un agujero cenital. Y hacía que aquella claridad puntual incidiese sobre mí. Sobre mi cabeza. Ahora veía algo más en el interior. Y entonces allí estaba. Era una figura diminuta. Enfrente de donde yo permanecía sentado. Pensé que era una estatua de adorno. Hasta que aquellos ojos parpadearon cuando coincidimos mirándonos. Me sobresalté. Aunque decidí que no debía notarse.

La figura parecía estar sentada. Hasta que avanzó un par de pasos. Y supe que era su estatura natural.  Era como una niña. Aunque ahora más de cerca parecía una anciana. Se apoyaba en una especie de cayado. O eso creía yo. Porque el bastón se enroscó en su mano y desapareció en el interior de su manga.

Tienes demasiadas preguntas por contestar.

Su voz ronca y altiplanada llenó la atmósfera. Y sentí que la luz que entraba desde arriba penetraba literalmente en mi cuero cabelludo. Y sonsacaba mis pensamientos. Mis anhelos. Mis preguntas sin respuesta.

Tus malas decisiones son sombras. La luz es tu respuesta. No preguntes. Contesta.

Y ya no estaba. Habré contado esto centenares de veces. La figura aquella ya no estaba allí dentro. Menuda mierda de atracción pensé. No tenía muy claro si aquello se había acabado. O qué. Dejé un par de monedas de euro sobre el cartel aquel del Siéntate. Menuda coña. Estaba claro que la espontaneidad de la atracción de pacotilla brillaba por su ausencia.

Salí del interior. La luz y el bullicio me dejaron ciego un momento. Parpadeé dos o tres segundos.  Para acostumbrarme de nuevo. Comprobé al volver a caminar tres o cuatro pasos que estaba enfrente del puesto de los espejos. En los que lo grotesco de la figura reflejada hace que uno mismo se ría de su propia imagen. Como una sombra.

Tus malas decisiones son sombras.

Me pregunté si a pesar de seguir siendo yo podía reírme de mi mismo. Si todas las veces que uno decide verse reflejado se es consciente de lo grotesco que resulta. De lo aparente. De lo irreal.

¿Por qué no logro verme en ninguno de los espejos como me gustaría ser?

Un momento. Yo me he planteado esa pregunta en mi mente. Por qué la he oído en voz alta. Y entonces te ví. Estabas allí. Delante de uno de los espejos. Con los brazos en jarras. Sobre tu cintura. Con aquel vestido de colores neutros. Sobre el que tu pelo descendía aleatoriamente. Por tus hombros. Sin orden ni concierto.

¿Por qué? ¿Tú que crees? Me preguntaste. ¿Por qué en ningún espejo soy realmente yo? Mientras un haz de luz golpeaba mi rostro. Fruto del reflejo del sol sobre el broche metálico que recogía tus mechones negros.

La luz es tu respuesta. No preguntes. Contesta.

Y por primera vez en mi vida. Dejé que fueses mis preguntas. Una buena decisión. Una decisión más que acertada. Dejar de ser interrogante. Y pasar a ser la luz de tus respuestas.

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