En estos días, dentro del estrepitoso desplome cualitativo de RTVE, destaca la serie histórica-culebrón “Isabel”. Con fuertes fundamentos históricos y un casting de lo más selecto (destaca la hegemonía catalana, síndrome de que no todos estamos en contra de la historia común…) me atrevería a decir que es lo mejor que tiene en parrilla la 1 (aunque con programas como “Entre todos” o el satánico “Corazón, corazón”, mucho quede por compensar). No cabe duda de que el periodo de la historia española escogido es de lo más adecuado, no sólo por lo que pasó, sino también por lo que pudo haber pasado, y no acaeció.
En su interesantísimo libro “
La mirada del poder” (Temas de Hoy, Madrid, 2006), González-Trevijano (actual Magistrado del TC) ya destacó el papel del Rey Católico, Fernando, como príncipe renacentista ideal, hombre de Estado y gran estratega geopolítico. Se dice que en él se plasmaron todos los ideales de “El Príncipe” de Maquiavelo, y de que fue uno de los soberanos más brillantes, no intelectualmente, que dio este país. Con todo, la desgraciada historia de su estirpe (quedando como Reina heredera, Juana “la Loca”) hizo que sus planes se torcieran y que el futuro de España quedara ligado al de la Casa de los Austrias, más pendientes de la Europa Continental que de las tierras del Ebro y el Duero… Esta es la interesante tesis que defiende Márquez de la Plata en su obra “El trágico destino de los hijos de los Reyes Católicos” (Aguilar, Madrid, 2007). No cabe duda de que la España que heredaron los Reyes Católicos era una de las zonas más avanzadas de la Cristiandad. Como ocurre con todos los “melting pot”, sean éstos raciales o culturales, la fusión de la Castilla cristiana con el al-Ándalus musulmán hizo que las quintaesencias de ambos se fundieran en un porvenir que se avecinaba glorioso. No sólo Castilla experimentó prosperidad. La Corona de Aragón mantenía un “imperio mediterráneo” que le situaba como una potencia mercantil, a la que sólo alcanzaran a hacer “algo de sombra” las ciudades-estado italianas (destacando Génova como su archienemiga). Por otro lado, el aún, relativamente joven, Reino de Portugal gozaba también de la prosperidad cultural que reinaba por toda Iberia. Si Castilla hizo bien optando por Isabel y la Corona en vez de por Portugal y la Beltraneja es un tema que aún intriga a los historiadores y a cualquier cábala de “pasado-ficción”. El caso es que la España que aquél entonces comenzaba a fraguarse prometía, y sólo la desgracia de unos nobles chiquillos nos condujo al fiasco histórico de lo que pudo haber sido, y no fue. El Imperio Español fue de todo, menos español. De España se tomó la lengua, los hombres de armas, y lo que es más importante, las rentas del cereal y las lanas castellanos. Flandes a Segovia le importaba poco, y las guerras que allí se libraron no sirvieron más que a los designios de la Casa de los Austrias. Si una Casa nacional nos hubiera reinado… quizá otro gallo hubiera cantado. Con ello no se puede negar que Carlos V y, sobre todo, Felipe II fueron dos de los dirigentes más poderosos de la Historia (equiparables quizá solamente a Trajano o al gran Gengis Kan, de quien, por cierto, el Rey Juan Carlos I tiene genes). En España el mayor expolio histórico lo ha sufrido Castilla (incluyendo en ella a los actuales territorios de Extremadura y Andalucía). Si esas rentas se hubieran invertido en nuestras tierras, quizá tuviéramos un país más vertebrado y el Penacho de Moctezuma no se hallara en el Museo de etnología de Viena… Con todo no podemos olvidarnos de una gran lacra española, común, cierto es, al resto de Europa: el patrimonio inmovilizado de las Grandes Casas Nobiliarias, en particular las de Alba, Medinaceli y Medina Sidonia. La gran riqueza agrícola fomentó una aristocracia terrateniente, que no mercantil, lo cual, opina, también influenció en las prioridades soberanas. Todo esto es historia… ¿qué podemos hacer ahora?Sin lugar a dudas, lo que no fraguó por desgracias familiares en casa de los Reyes Católicos, una vertebración nacional que acabe con este país eternamente adolescente y lo lleve a una posición seria y definida. El debate territorial es una plasmación de lo dicho, lo mismo que la Crisis española (pedánea de la Global pero con caracteres propios), que es más política que económica. Mi opinión: el futuro es Portugal. Si hacemos caso del título de la última obra del gran geopolítico Robert D. Kaplan (“La venganza de la geografía”, RBA Libros, Barcelona, 2013), España debe consolidar su “posición geografía” e integrarse en un nuevo sueño... llamado Iberia.
Imágenes: 1) Retrato del Rey Católico; 2) Escudo "propuesto" para Iberia.