Se pregunta hoy Manuel Vilas en El País si Hegel, siendo tan inteligente, de verdad creía en Dios. Hace esa reflexión que de pronto piense yo si no sería al contrario y para ser creyente fuese reemplazable la inteligencia y pudiéramos sobornar a la razón con los primores del espíritu, que es una instancia más alta y no condesciende a enunciarse con parámetros estadísticos o con argumentos cartesianos. Tal vez Hegel usase la inteligencia para cualquier disciplina, salvo para ejercer de teólogo, que es un oficio de metáforas y de tentativos de infinito. Esa belleza en el error, insiste Vilas. La de considerar que hay asuntos a los que no podemos acceder con las herramientas de las que disponemos o que la palabra, el más perfeccionado, el que más alcanza y más ahonda, tampoco es válido y flaquea cuando le toca hurgar en la naturaleza de la divinidad y en los trajines de su etéreo influjo. Porque a Dios se llega a ciegas o no se llega y sabemos, tras siglos de Historia, que hay que abrir los ojos para avanzar o que, al cerrarse, nos trabamos, perdemos el norte, como se diga. Luego Vilas hace una de sus gracias y propone que, de tener una banda de rock, la llamaría Hegel. Yo, de tener un perro, le llamaría Kierkegaard. Barajaría Nietzsche, pero a ver si me sale nihilista y le da por negar cualquier autoridad. En fin, como no entra que me agencie un perro, una preocupación menos.