Óleo de Manolo Pardo
Para mí es como una dulce espina clavada. Digo “espina clavada” porque cuando leo o escucho noticias sobre su persona aún recuerdo mi etapa en los informativos dela Televisión Canaria y cómo estuve durante unos meses intercambiando correos con su esposa, Olga Lucas, para intentar conseguir un sí definitivo para poder realizarle una entrevista durante la temporada en que venía a Canarias a refugiarse de los azotes del invierno peninsular. Pero en aquellos momentos su salud se había resentido y ella, protectora como siempre, trataba de evitar amablemente que él pudiera tener más ajetreo de lo que su médico le había aconsejado. Yo transmitía a Olga mi absoluta y sincera comprensión ante tales circunstancias y, confiando en que la salud de mi admirado personaje se restableciera, le manifestaba sin rendición que esperaría con mucho gusto a que llegara el momento oportuno para poder realizar mi entrevista. Finalmente, dura ironía del destino, cuando yo acababa de aceptar, no sin muchas dudas al respecto, una nueva oferta profesional en otra empresa -creo recordar que fue el mismo día de mi despedida de la tele-, recibí un correo en el que Olga Lucas me decía que él estaba ya dispuesto a atenderme en su casa. Encajé la noticia con un sabor agridulce porque, por fin, el medio para el que trabajaba iba a poder realizar esa entrevista y, claro, porque, después de tanta espera, no iba a poder realizarla yo misma…. Igual fue mejor así, pues tonterías aparte, siempre me he quedado con ese sentimiento dentro y, pese a los sinsabores de la actual situación de los medios de comunicación, forma parte de mis añoranzas de un periodismo “más de calle”.
Ahora, cuando sé que a José Luis Sampedro le acaban de dar, a sus 94 años, el Premio Nacional de las Letras Españolas, me entra una enorme alegría por que este “hombre humilde y errante” como él mismo se ha definido, este humanista del siglo XXI, obtenga en vida el reconocimiento que merece con un premio que quizá sirva también para animar a muchos a la lectura de sus obras, tan comprometidas siempre con su tiempo. Y es que, si hay que mojarse, él debe estar ya calado hasta los huesos. Sampedro dice que el objeto de su vida ha sido siempre el aprendizaje, como “un árbol que se desarrolla a partir de una semilla” y todavía hay, creo, muchas semillas que plantar…