Acabamos de regresar de un inolvidable viaje de 6.230 kilómetros y tres semanas de duración, en el que hemos atravesado ocho países en los distintos desplazamientos, visitado un gran número de ciudades y localidades y en el que hemos contemplado parajes idílicos. Cuando empezamos a planificarlo hace unos meses nos pusimos, como casi siempre, unas premisas a cumplir. En esta ocasión, y aunque me encanta volver a visitar ciudades en las que he estado anteriormente para vivirlas desde otro punto de vista, no íbamos a repetir visita a ningún destino que ya hubiéramos estado, a excepción de Salzburgo en la que pasamos una tarde y cenamos en ella. Estableceríamos bases estratégicamente situadas en distintas ciudades para, bien visitar esa ciudad durante varios días si era grande y con muchos puntos de interés, o bien si en un radio de una hora en coche tenía al alcance distintos lugares intesantes. De esa forma los grandes kilometrajes los haríamos en el primer día desde nuestra ciudad y los dos últimos, ya de regreso a casa. Y además con la ventaja de no tener que cambiar de hotel casi a diario, lo cual se agradece.
La primera etapa del viaje nos llevó hasta Turín después de 1.300 kilómetros y de soportar una retención de más de una hora en el peaje de Montpellier, donde visitamos la capital del Piamonte. La segunda etapa nos llevó a Pádua, en la que permanecimos cuatro días y desde esa base conocimos Módena, Bologna, Verona y la propia Pádua. En la tercera llegamos hasta Ljubljana para poder conocer algunos de los rincones de este pequeño y maravilloso país, donde a parte de la propia capital, tuvimos la suerte de poder conocer los pequeños pueblos ribereños del Adriático como Koper, Piran e Izola. Sabíamos que nos iba a gustar, pero lo que desconocíamos era hasta que punto nos ha agradado. Después de tres días en Eslovenia hacíamos un nuevo cambio de base con dos días en Budapest y más tarde cinco en Viena, de los cuales uno aprovechamos para conocer Bratislava, la pequeña y encantadora capital de la República Eslovaca que se encuentra a poco más de cuarenta minutos de Viena. Ya para finalizar nos dirigimos a región de los lagos del Salzkammergut, uno de los parajes más bellos de Austria y lugar predilecto de turistas alemanes donde pasamos cuatro inolvidables días. Por último, y ya de camino a Santander, hicimos una parada en La Provenza, más concretamente en Arlés.
Ha sido un viaje en el que hemos podido disfrutar de una variedad de paisaje y clima sorprendente. De una gastronomía más que interesante. Hemos pasado de grandes ciudades industriales, pero con indudable encanto, a pueblos y paisajes bucólicos, ciudades imperiales y otra medievales, paisajes de alta montaña y pueblos venecianos al borde del Adriático. De temperaturas de treinta grados a otras que difícilmente superaban los diez. De las coloridas y vistosas casas de St Gilgen y St Wolfgang, en la Alta Austria, al terroso y uniforme de las de Arlés. Y de recuerdo el parabrisas de nuestro coche con una colección de viñetas (pegatinas) de las autopistas de los distintos países que hemos atravesado. Desde luego un sistema mucho más cómodo, y en la mayoría de los casos más económico, que los maditos peajes, auténticos embudos (a veces tapones) para la circulación. A lo largo de las próximas semanas iré relatando todas y cada una de nuestras andanzas de este inolvidable viaje.