-Es que siento que mi cabeza va muy rápida, que nunca paro de pensar -le admito, algo preocupada.
-¿Y cómo sabes que tu cabeza va más rápida que la del resto? -me rebate.
-Pues… no sé, porque digo muchas cosas y casi nada tiene que ver con nada, se me pasan mil ideas en un momento.
Y me quedo callada. Él me mira, podría ser un buen psicólogo porque me otorga esos silencios premeditados para reflexionar.
-Claro, no sé -prosigo-. Que diga todo lo que pienso no significa que piense muy rápido. Tampoco me puedo comparar al resto porque no estoy en sus mentes…
-Ahí es donde quería llegar yo.
-Ya… Aunque igualmente creo que sí debe ir muy rápido mi mente, como cuando te digo que veo imágenes antes de dormir, cuando cierro los ojos.
Le hago la demostración, bajo los párpados:
-Un dragón, un cenicero, una espiral fucsia.
Él sonríe porque sabe que ya ha derribado mi creencia. Yo me río y le abrazo, escondo la cara en su clavícula.
-13 de mayo -le digo de la nada y se ríe. Su cumpleaños.
Sería también un buen escritor. Sabe escuchar y lo observa todo a su alrededor. Debería leer más, sin embargo. Me hace llorar un día, dos en realidad. Llego a mi portal algo borracha y él ya me está esperando. Sonríe pocas veces con los dientes, pero es cuando está más guapo.
Pongo música en los altavoces, él se sienta en mi cama, yo bailo delante de él. No me besa. Se le nota cansado. Yo me tumbo a su lado, boca abajo. Estamos mucho rato callados, yo lloro en la almohada, pero creo que no es su culpa, creo que lloro por J., le echo de menos. Toda esa semana sueño con él, pero no quiero apuntar los sueños para, al final del día, no recordar lo bonito que fue.
La segunda vez es la última que me hace llorar.
Ahora le empiezo a escribir una canción con la música de base con la que follamos esa noche.
Reviso las notas que he apuntado en el marcapáginas que uso para el libro que me presta, uno de sus favoritos. Valoro mucho estas cosas. J. se quedó con mi libro, yo tal vez me quede con el suyo si no le molesta.
-No lo pierdas -me mira serio cuando me entrega ese preciado tesoro-. No lo pierdas -me repite.
-Que nooooo -le respondo, indignada-. Pero ¿por qué tienes esa imagen de mí? Soy despistada, pero cuido muy bien las cosas de los demás, y más si es un libro.
-Vale vale -me responde, no muy convencido.
-Además, ¿cómo se puede perder un libro?
J. lo perdió. Esa es la importancia que me da. No me gusta guardar resentimiento, poco a poco se desvanece y hago mi vida, que puede llegar a ser muy feliz.
La última nota dice: “más vale entretenerse uno solo, que no que le entretengan”
El otro me escribe: “¿Qué haces durante el puente?”. Le dejo en visto después de la conversación con X. (X. es la inicial del nombre de una persona, aunque pueda parecer una simple X de ecuación matemática).
J. sigue con su novia, los ven un día. Me pongo a llorar un sábado noche, pero mientras lloro empiezo a reír. Y sigo llorando y sigo riendo. Suerte que nadie me ve porque pensarían que estoy loca. Un poco lo estaré, supongo. Me río porque veo una foto mía justo en ese momento y pienso que yo soy más guapa y me río porque no controlo mis pensamientos y porque no entiendo cómo puedo pensar algo tan tonto en una situación así. También veo el fuet con sabor a roquefort en la mesa y vuelvo a reírme, porque desde que no está conmigo no come cosas tan buenas.
Pienso que si ya ha conocido a sus amigos es que la cosa va en serio, pero luego pienso en Á., que también conoció a casi todos mis amigos. Las relaciones son complejas.