Pedro Paricio Aucejo
Por ser la Santísima Trinidad el misterio central de la fe cristiana es la fuente de sus restantes misterios. Gracias a él se accede a la revelación, reconciliación y unión con los hombres del Dios verdadero y único como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Constituye también la enseñanza fundamental en la jerarquía de sus verdades de fe, de modo que resulta esencial en la formación catequética del creyente. Santa Teresa de Jesús no fue una excepción al respecto.
Ya en su infancia recibió la enseñanza trinitaria propia de las familias medianamente cultas de su tiempo y del ambiente abulense en que se crió, en los que –como recuerda el carmelita Tomás Álvarez (1923-2018)¹–, eran habituales las continuas invocaciones a las tres personas divinas. Las palabras que acompañaban la señal de la cruz hecha sobre sí mismo, las frecuentes bendiciones o el rezo del ´Gloria Patri´ como oración fundamental del cristiano formaban parte de su liturgia cotidiana. Más tarde, enriquecerá esta formación inicial con sus lecturas espirituales preferidas, en especial la Vita Christi del cartujo Landulfo de Sajonia, en la que encontrará abundantes recursos formativos sobre el misterio trinitario, al igual que le sucederá con el breviario y el misal de la liturgia carmelitana.
Pero, a semejanza de lo que ocurre en otros ámbitos del magisterio espiritual de nuestra descalza universal, el misterio trinitario no fue objeto de especulación teológica por su parte. En ella prevalecen el hecho de la ´experiencia profunda´ del misterio y la ´decisiva relevancia de las personas divinas´ en la culminación de la vida espiritual cristiana. En este sentido, una de sus primeras ilustraciones místicas de contenido trinitario le ocurrirá mientras reza el símbolo ´Quicumque vult´. De hecho, no solo comenzará a escribir su Castillo Interior en la festividad de la Santísima Trinidad de 1577, sino que muy probablemente la liturgia de ese día le facilitó el tema y el símbolo central del libro.
Además, varios acontecimientos pueden mencionarse como expresiones típicas de su piedad trinitaria. Así, el poner a uno de sus Carmelos –el de Soria– bajo la advocación de la Santísima Trinidad; el llevar estampas de la Trinidad en su breviario; o el que Ana de Jesús –una de sus monjas más íntimas– refiriese en los procesos de beatificación de la mística castellana que “cuando [iban] por los caminos y rezaba fuera del coro, siempre rodeaba el Salmo de arte que hubiese de decir ella el verso de ´Gloria Patri´”.
Todos estos precedentes fueron superados al comenzar la vida mística de Teresa de Ahumada. Será entonces cuando estallen súbitamente sus iluminaciones trinitarias, que comienzan con una intensa experiencia de la presencia de Dios (´parecióme se me representó como cuando en una esponja se incorpora y embebe el agua; así me parecía mi alma que se henchía de aquella divinidad´). Su escalada de teofanías trinitarias abarcó desde 1570 a 1581, siendo percibidas en grado que desbordaba su comprensión (´díjome el Señor que erraba en imaginar las cosas del alma con la representación que las del cuerpo, y que era capaz el alma para gozar mucho´).
Durante este período tuvo ilustraciones profundas sobre la vida intratrinitaria de las personas divinas (´se aman, se comunican, se conocen´); sobre su acción santificadora en el hombre; sobre la autoría de los dones supremos por parte del Padre; sobre la donación de Cristo, del Espíritu Santo y de la Virgen María a la Iglesia y a cada redimido; y sobre su presencia en la creación y en la Eucaristía (´una vez, acabando de comulgar, se me dio a entender cómo este santísimo Cuerpo de Cristo le recibe su Padre dentro de nuestra alma, como yo entiendo y he visto están estas divinas Personas, y cuán agradable le es esta ofrenda de su Hijo, porque se deleita y goza con Él, digamos, acá en la tierra´).
Uno de los testimonios más ricos en contenido teológico es el que le sucedió el martes siguiente a la festividad de la Ascensión de 1571: “habiendo estado un rato en oración después de comulgar, comenzó a inflamarse mi alma, pareciéndome que claramente entendía tener presente a toda la Santísima Trinidad en visión intelectual, adonde entendió mi alma, por cierta manera de representación, cómo es Dios trino y uno; y así me parecía hablarme todas tres Personas, y que se representaban dentro en mi alma distintamente, diciéndome que desde este día vería mejoría en mí en tres cosas, que cada una de estas Personas me hacía merced: la una en la caridad, y en padecer con contento, [y] en sentir esta caridad con encendimiento en el alma”.
En cualquier caso, para el mejor especialista del mundo en santa Teresa de Jesús², el aspecto más destacado de toda esta densa teofanía trinitaria quizá sea “la llamada a presentar –sacerdotalmente– al Padre la pasión de Cristo ´como cosa propia´, para así poder pedir para sí y para la Iglesia ´como cosa propia´”.
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¹Cf. ´Teresa de Jesús, Sta.´, en VV. AA., Diccionario teológico. El Dios cristiano (dirigido por PIKAZA, X. y SILANES, N.), Salamanca, Secretariado Trinitario, 1992, pp. 1344-1353.
²Op. cit., pág. 1349.
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