Corría el año 1945, Europa estaba hecha unos zorros, acababa de sufrir la que puede sea la guerra más devastadora que haya conocido la humanidad. Hambre, desolación y sobre todo un sentimiento de desesperanza se había instalado en todas partes. La destrucción era tan grande que el orgullo ese del vencedor de una guerra se desvaneció al ver que daba igual haber ganado o perdido la guerra, mejor dicho, todos habían perdido y estaban unidos en la miseria. Mal caldo de cultivo para pensar que no volveríamos a matarnos de nuevo. Fue entonces cuando unos pocos soñaron con una Europa de prosperidad, solidaria en la que se pudiese vivir en paz. Empezaron con poco, un tratado sobre carbón y acero (CECA)… poco a poco y con una larga historia de trabajo llegamos a la CEE que fue cuando entramos nosotros. Después todo cambió…
Os contaré un secreto, imaginad hará un porrón de años un estudiante en clase de Derecho Comunitario sentado en un pupitre junto con Miquel, un gran amigo de esos a los que se aprecia casi como a un hermano (aunque puede que los avatares del destino nos hayan distanciado últimamente, algo que hemos de remediar sin falta). En esas clases con bolsitas de Ketchup (nada, cosas mías) creí en el sueño de Europa, esa vieja Europa que se repuso de la desolación y me deslumbraba. Pensé que el recuerdo de lo que sufrimos, el espíritu de los fundadores, Monet, Schumann… estaban en la esencia de todo. Fui un europeista convencido. Me equivoqué.
Me equivoqué a ver que con la UE caíamos en manos de los sátrapas que transformaron el sueño en un monstruo ávido de dineros al que se le había extirpado el espíritu social, como al que padece apendicitis. Mal asunto, cuando se abandona la esencia de algo, generalmente, estás perdido.
Pensé que nada peor podía pasar. Me equivoqué nuevamente al ver la respuesta que estamos dando a los desvalidos. Para nuestra UE el problema de miles de personas no es más que un problema de cuotas que es objeto de una “reunión urgente”.. ¡para dentro de 15 dias!. Mientras se abandona a su suerte a millares de seres humanos que llaman a nuestras puertas desesperados, como nosotros lo estuvimos, huyendo de una muerte segura a manos de aquellos que puede que alentásemos cuando eran la “primavera árabe” pero se nos han vuelto ranas. Entonces eran héroes, ahora asesinos, ya no se si pensar que aplicamos aquello de “La paz es barata, la guerra cara. Hagamos la guerra y enriquezcámonos” (perdonad, pero no consigo recordar de quien era la frase). Me indigna como europeo ver que la respuesta de nuestras instituciones es regatear en el número de personas a las que acoger (como si hablásemos de cabezas de ganado), levantar empalizadas de nuevo en el corazón de Europa o lanzar botes de humo a los que sufren la explotación de las mafias y el desconcierto del abandono. Me desespera ver como aquella flamante Declaración Universal de Derechos Humanos que costó tanta sangre ha quedado en un panfleto con la misma validez que un Kleanex de segunda mano y que aquí no digamos nada.
Hemos olvidado que no hace tanto eran nuestros padres y abuelos o incluso ahora nosotros mismos, huyendo del paro, los que salíamos con la desesperación y un hatillo de sueños rotos como único equipaje para intentar sobrevivir a la que nos cae.
Piénsalo fríamente, ponte en la piel del que está en este preciso momento en un barco desvencijado en mitad del mar, en la frontera de Grecia, a las puertas de Hungría bajo los botes de humo o asflixiándose en un camión en mitad de Austria. A mi no me parece que den el perfil de “una invasión” como he oído por ahí que algunos califican el problema. No hace tantísimos años eramos nosotros los que salíamos andando sin zapatos por el paso de La Junquera y no queríamos invadir a nadie precisamente.
Puede que sea simplista pero seguramente la solución pasa por abandonar el espíritu de “nuevo rico” que se ha instalado en Bruselas y recordar a NUESTROS mega-funcionarios que queremos cumplir con la esencia, con las primeras raíces, cuando se creó este tinglado como una balsa salvavidas en la que se debía trabajar mucho, muchísimo para intentar amparar a los que llegan y sobre todo, conseguir que estas personas no tengan la necesidad de dejar atrás sus vidas. Se les ha olvidado, una lástima.
Pero estoy seguro de que puedo volver a creer en Europa. Somos un gran pueblo, un gran proyecto, capaces de hacer frente a todo. Sólo tenemos unos malos gobiernos. Podemos solucionarlo con algo de ganas y mucha solidaridad. Podemos volver a ser una luz en mitad de la tormenta, si es que alguna vez lo fuimos de verdad.