Próximo a cumplirse un nuevo aniversario del comienzo de la Reforma Protestante, las Iglesias Luteranas han ubicado como texto para el momento ritual de la Celebración de la Palabra (id est, de la lectura de los Evangelios) un texto que, por su fuerte contenido, lleva a replantearnos el simbolismo del Volúmen de la Ley Sagrada en aquellos Ritos Masónicos que, como el Escocés Antiguo y Aceptado, lo ubican dentro de sus Grandes Luces (particularmente en aquellas obediencias partidarias de un dogmatismo cristiano más acendrado).
Robert Macoy dirá que el Libro de la Ley Sagrada constituye parte obligada del mobiliario de cada Logia, y que no es en absoluto obligatorio que se trate del Volumen del Antiguo y el Nuevo Testamento, sino de aquel libro en donde, de acuerdo a la religión de cada país, se encuentre manifestada la voluntad del Gran Arquitecto del Universo (Vid. Macoy, Robert, Illustred History and Ciclopedya of Freemasonry, New York, 1908, voz: Landmark, pág. 220). Es claro que la visión de Macoy responde a una particular visión de la masonería, pero no es menos cierto que dicha visión gobierna hoy gran parte de la visión masónica de la regularidad tributaria a la Gran Logia Unida de Inglaterra y afines. Y aunque no viene a cuento en este post remitirnos a la historicidad del Volumen de la Ley Sagrada dentro de los ritos masónicos, si resulta propicio enlazarla con un texto fundamental contenido en el Nuevo Testamento a los fines de analizar si, como manifestación de la Voluntad del Gran Arquitecto del Universo, no encierra un verdadero dilema entre Fe y Ley, al menos como hipótesis.
Transcribo el texto en cuestión, a la espera de que la conciencia de aquel masón atento pueda sacar sus propias conclusiones y, eventualmente, realizar aportes al respecto. Valga como dato que, bien visto y atento a la proliferación de ciertos fanatismos religiosos en el mundo, el replanteamiento de la cuestión nos llevará, más allá de una comprensión histórica de las ideas de la Reforma Luterana, a hacer una lectura de la realidad mundial actual y del valor del laicismo frente al integrismo religioso. En cualquier caso, el resultado será no menos que provechoso.
Carta a los Romanos, 319. Pero sabemos que todo lo que dice la Escritura está dicho para el mismo pueblo que recibió la Ley. Que todos, pues, se callen y el mundo entero se reconozca culpable ante Dios.
20. Porque en base a la observancia de la Ley no será justificado ningún mortal ante Dios. El fruto de la Ley es otro: nos hace conscientes del pecado.
21. Ahora se nos ha revelado cómo Dios nos reordena y hace justos sin hablar de la Ley; pero ya lo daban a entender la Ley y los profetas.
22. Mediante la fe según Jesucristo Dios reordena y hace justos a todos los que llegan a la fe. No hay distinción de personas,
23. pues todos pecaron y están faltos de la gloria de Dios.
24. Pero todos son reformados y hechos justos gratuitamente y por pura bondad, mediante la redención realizada en Cristo Jesús.
25. Dios lo puso como la víctima cuya sangre nos consigue el perdón, y esto es obra de fe. Así demuestra Dios cómo nos hace justos, perdonando los pecados del pasado.
26. que había soportado en aquel tiempo; y demuestra también cómo nos reforma en el tiempo presente: él, que es justo, nos hace justos y santos por la fe propia de Jesús.
27. Y ahora, ¿dónde están nuestros mé ritos? Fueron echados fuera. ¿Quién los echó? ¿La Ley que pedía obras? No, otra ley, que es la fe. Nosotros decimos esto: la persona es reformada y hecha justa por la fe, y no por el cumplimiento de la Ley.