Mucha gente me pregunta qué es el kendo. Cuando lo saben, me preguntan por qué practico kendo. Vienen a ver una clase y no entienden qué coño hacemos. Nos ven desenvainar un arma que no llevamos envainada en ningún sitio, nos escuchan contar en japonés, repetir miles de veces los mismos ejercicios; mencionar conceptos como kensen, seme, tame, isoku itto no maai, kamae, ki-ken-tai-ichi, tsuba-zeriai… y quién sabe qué más.
Nos oyen gritar onegaishimasu! sentados de rodillas sobre las plantas de nuestros pies, y hacer hasta tres reverencias: a los compañeros, al dojo, al sensei; saludamos hacia delante, y en la dirección en la que se supone que debería haber un altar también —pero ellos no lo saben—, y agradecer al resto de compañeros que han practicado con nosotros… Una gran mayoría ve ritualidad incluso, y no se equivoca; sin embargo, observa el rito con suspicacia, como si este escondiese algo, y no como un trazo repleto de trabajo y sinceridad.
Después, se marchan, y nunca vuelven. Como Almodóvar, que asomó la cabeza en ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984), que ya es mucho, y cogió en un plano a Hiruma-sensei y a los veteranos de la época, que hoy, en su mayoría, ya no entrenan, practicando golpes básicos y kirikaeshi.
Lo que no todo el mundo alcanza a comprender es que, en el dojo, sus miembros, nosotros, nos convertimos en una familia: una familia de bambú; antes o después, el esfuerzo, la frustración, los errores, la práctica, y alguna lágrima incluso, nos ayudan a dirigirnos en la dirección correcta, aquella que anhelamos, el camino de vida que pretendemos… A vencer al miedo, la duda, la frustración, la falta de compromiso con uno mismo: en nuestro kendo, enfrentamos, por lo menos, cuatro enfermedades (kyo, ku, gi y waku), pero también en nuestras vidas. Sobreponerse dentro del dojo, sobreponerse a uno mismo, a tus carencias, va indefectiblemente ligado a hacerlo fuera.
La gente me pregunta por qué practico kendo: «Para ser mejor persona», contesto, y muchos ríen. Y nosotros nos despedimos, cerramos las puertas, y seguimos trabajando en ello, tantos días como es posible, tantas horas como podemos. Siempre.
AnunciosEl propósito de practicar Kendo es
moldear la mente y el cuerpo,
cultivar un espíritu vigoroso,
y, mediante la práctica correcta y rigurosa,
esforzarse para mejorar en el arte del Kendo.
Apreciar la cortesía humana y el honor,
relacionarse mutuamente con sinceridad,
y perseguir siempre el desarrollo de uno mismo.
Así, uno será capaz de
amar a su país y a la sociedad,
contribuir al desarrollo de la cultura
y promover la paz y la prosperidad entre todas las personas.