Revista Diario
Estos días corren por las redes sociales una foto preciosa de una modelo que más guapa ya no puede ser, Gisele Bundchen, dando el pecho a su hijo de un año mientras sus asistentes la arreglan para una sesión de fotos. Como foto reivindicativa de la lactancia materna, pues mira oye, no me parece mal. Pero lo que me toca la fibra de madre-mujer-aspirante-a-super-woman es el mensaje subliminal que transmite la instantánea en cuestión. Como pie de foto, añadiré para contextualizar más mi hipótesis, se vanagloria de la recua de peluqueros, estilistas y demás profesionales de la hermosura supina que tiene a su servicio para conseguir ser la bella entre las bellas. Pero digo yo, ¿y por qué no dice también que tiene otro séquito paralelo preparado para agarrar a su retoño cuando termine con su toma? Porque a mi no me engaña. Dudo que la muchacha se preocupe de cambiarle el pañal, darle de comer o acunarlo si tiene que estar remona para una fotos que posiblemente no necesiten Photoshop. Y añado, pocas mujeres podemos llevarnos a nuestros hijos al trabajo, y menos darle en pecho delante del ordenador. Así que me parece un mensaje ficticio. Muy bonito sí. Pero ficticio. Nos transmite la imagen de la mujer-trabajadora-profesional-ideal. No veo yo a la mujer de verdad, que trabaja mil horas en la oficina, la fábrica, la tienda, otras mil en su casa y además intenta estar mínimamente presentable con un anti ojeras más o menos baratito (que telita lo que valen los maquillajes reconstructivos para esconder largas noches sin dormir). Y que conste que no hago esta reflexión desde la envidia, bueno, un poco sí. Que a todas nos gustaría estar así de espléndidas. Pero creo que no transmite un mensaje real. Simplemente.