He encontrado este artículo gracias al Foro de El Salvador, el blog se llama Mundoenvioleta y no tiene desperdicio.
Experiencia de una futbolera en un partido de Rugby.
El domingo 22 de abril se jugó en Palencia la final de la Copa del Rey de Rugby entre el El Salvador y el Ordizia. Una servidora, aficionada al fútbol pero sobre todo defensora del deporte local, decidió aventurarse a presenciar el partido a pesar de deconocer casi todo sobre este deporte. Tuve la gran suerte de ir de la mano de una familia aficionada al rugby que, a parte de portarse fantásticamente conmigo, me fue explicando todo lo necesario ya desde el “pre-partido”. Inevitablemente, cada paso que daba y cada vistazo que echaba suponía una comparación mental entre fútbol y rugby; y el mundillo que rodea a ambos.
Nada más llegar a las inmediaciones del precioso estadio de la Nueva Balastera nos encontramos con una carpa habilitada con unas barras para pedir unos “chismes” y hacer tiempo antes del choque. Aficionados de los dos equipos se entremezclaban con total naturalidad y las charangas amenizaban la espera. Este concepto se da pocas veces en el mundo del fútbol y casi diría que ninguna tratándose de una final.
El ambiente era de tranquilidad y de fiesta, y se veía a muchas familias con niños. Aparecieron dos individuos con dos banderas de España, cantando “¡yo soy español, español!” con intención (supongo) de provocar a los aficionados vascos, pero fueron totalmente ignorados por todos los allí presentes y alejados por la policía por el peligro que suponían los palos de sus banderas. Esther, mi cicerone particular ese día, los etiquetó rápido: “Estos no son de este mundillo“.
Dentro del estadio los nervios empiezan a aflorar: los equipos calientan, los aficionados toman posiciones, se empiezan a oir tímidos cánticos. Suena el himno de España, algún pitido aislado, da comienzo el encuentro.
Del juego impresiona la dureza, los brutales encontronazos y placajes. Sin embargo, el partido no se detiene por este motivo; las asistencias entran mientras el juego continúa. No hay jugadores fingiendo ni protestando. Protestar está prohibido y sancionado. De hecho, es llamativo como la árbitra, una chica no muy grande, se hacía respetar sin problemas entre los fornidos jugadores. Es llamativo, si lo comparamos con el fútbol, claro.
El partido fue emocionante. Un tiempo para cada conjunto aunque la balanza se desequilibró finalmente por el lado del Ordizia. Las aficiones se dedicaron a animar a sus respectivos equipos, sin más. Cuando el choque finalizó empezaron lo que yo he llamado “los impensables”: Impensable en el fútbol que el ganador haga pasillo al perdedor; impensable que los jugadores se acerquen a saludar y a aplaudir a las aficiones contrarias; impensable que ambas aficiones aplaudan a ambos equipos tras el partido. Pero hay uno de esos “impensables” que es innato en el rugby: el tercer tiempo. ¿Cómo imaginar en el mundo del fútbol que después del enfrentamiento aficiones, equipos y árbitros acaben todos juntos tomando unas cañas?
El domingo fui a apoyar el deporte de mi ciudad y volví a casa enamorada de un deporte. El rubgy es emocionante y hermoso a pesar de su dureza, es una escuela de caballerosidad y buenas maneras. Dicen que el fútbol es un deporte de caballeros jugado por hoolingans y el rugby es un deporte de hooligans jugado por caballeros. Doy fe de que es verdad. Enhorabuena al Ordizia por el título y gracias al rugby por devolverme la fe en el deporte.