Dos años después de que una inesperada y destructiva tala echara a perder mi "local patch" de fototrampeo, me he propuesto recuperar el que para mi fue, sin duda, el lugar más importante para el desarrollo de esta actividad en el estuario del Miño.
Más de 20 árboles de tamaño variable fueron cortados en febrero de 2022, poniendo fin, de la noche a la mañana, a una intensa etapa en la que había podido captar imágenes de una gran variedad de especies ligadas al bosque de ribera: ginetas, zorros, jabalíes o tejones fueron protagonistas habituales de los vídeos grabados por mi Victsing, la marca de cámaras que utilizaba por aquel entonces. Incluso un joven azor y un rascón europeo quedaron inmortalizados en unas escenas que recuerdo con mucho cariño.
Hay un antes y un después de aquel suceso que marcaría el devenir de los acontecimientos... No solo a nivel de paisaje, cambiando para siempre la fisonomía del bosque. También a nivel anímico. En el primer caso, por la grave alteración y posterior abandono de la zona, quedando reducida a un espacio desordenado de árboles arrancados y muertos, montones de ramas apiladas en varios puntos y silvas y otra maleza formando una barrera impenetrable para cualquier animal de cierto tamaño. En el segundo, por la tristeza provocada por la desaparición de uno de mis rincones favoritos.
Gineta fototrampeada el 19 de marzo en el estuario del Miño
Un oásis de vida favorecido por la existencia de un humedal lindante que incrementaba considerablemente el valor ecológico del mismo. Varios pasos entre ambos mundos (terrestre y acuático) facilitaban el desplazamiento de muchos animales de un área a otra, que utilizaban según sus necesidades de refugio y alimentación.
Para comprobar el estado en el que había quedado el bosque y valorar la posibilidad de volver a trabajar en él, la pasada semana me acerqué con mi silla de ruedas hasta el punto desde el que parecía más factible intentar abrir un camino que me permitiera introducirme lo máximo posible en su interior... No sería tarea fácil.
Una intrincada maraña de arbustos espinosos desaconsejaba cualquier intento de franquear aquella pared inexpugnable. Pero las ganas y la impaciencia pudieron más que el sentido común, y sin pensármelo mucho me puse manos a la obra. Desde ese momento supe que ya no había marcha atrás, y que no pararía hasta conseguir mi objetivo. A pesar de las lógicas vacilaciones y de estar a punto de tirar la toalla en una ocasión, reuní fuerzas para continuar con más decisión que nunca.
Árboles de gran porte completamente arrasados, febrero de 2022.
Con gran esfuerzo, centímetro a centímetro, fui ganando terreno a base de aplastar la vegetación con las ruedas, apartando a patadas las zarzas llenas de pinchos y bajándome de la silla para evitar ramas y troncos gruesos empujándola desde el suelo. Y todo ello aún a riesgo de pinchar las ruedas, caer aparatosamente o de arañarme pies y manos. Era tal la densidad de maleza que se clavaba con mucha facilidad alrededor de mis piernas, en un doloroso abrazo del que era difícil zafarse... Doloroso si no fuera por mi falta de sensibilidad de rodilla para abajo, circunstancia que no restaba cierto riesgo de heridas y cortes profundos. Afortunadamente, mis pantalones de monte hicieron de escudo protector y evitaron malos mayores.
No fui realmente consciente de la que había liado hasta que, quizá una hora después, volviendo la vista atrás, pude ver el perfecto sendero que había abierto y que tenía una longitud aproximada de cinco metros... ¡Cinco metros sorteando todo tipo de obstáculos! Superado el tramo más complejo, se abría ante mi una zona mucho más despejada, cubierta de helecho. Finalmente, un minúsculo espacio central era todo lo que quedaba de aquel bosquete cuidado y accesible que yo recordaba.
Al menos ahora había dejado una puerta de entrada para que animales de tamaño mediano a grande pudieran ir y venir a su antojo. Pero no conforme con eso, decidí ampliar el área potencial de campeo apartando ramas y troncos - algunos de un peso considerable - pisando el suelo y liberando los antiguos pasos hacia la zona inundable.
Otra imagen de la tala de 2022 en el estuario del Miño.
Todo listo para colocar mi cámara de fototrampeo. Estaba dispuesto a descubrir cómo había influido la intervención humana a lo largo de todo este tiempo. Me interesaba especialmente saber si seguirían las ginetas frecuentando el lugar... Pero ahora se me planteaba un nuevo dilema. Donde y como colocar mi Victure de forma que captara imágenes suficientemente buenas. No había árbol que no estuviese rodeado de vegetación, haciendo inviable sujetar la cámara en altura. No tuve más remedio que ingeniármelas para apoyar el dispositivo sobre los restos de un tronco seco que había movido previamente, manteniéndolo en un equilibrio inestable. Hechas las comprobaciones pertinentes, lo dejé en modo encendido y me fui de allí, satisfecho con el resultado.
Pero en el fondo no las tenía todas conmigo. Quizá mi regreso no supondría cambios significativos. Después de todo, sería lógico pensar que - a pesar de haber abierto una vía de acceso a aquel maltrecho bosque - los daños producidos dos años antes serían irreparables. Quizá todo mi esfuerzo sería en vano...
48 horas y dos noches después - lo máximo que pude aguantar sin revisar mi cámara - volví para resolver el misterio. ¿Qué sorpresas guardaría la tarjeta de memoria? La abrí... ¡79 vídeos! Cuanto más vídeos más probabilidades de haber grabado algo interesante, pensé. O no... También puede ser todo "paja", imágenes de ramas moviéndose y esas cosas... Pasé directamente a comprobar los archivos obtenidos durante la noche, cuando es más probable registrar las andanzas de un animal.
El título de esta entrada no ofrece lugar a dudas sobre lo que había en las primeras escenas que reproduje. Unas pequeñas orejas asomaban por la parte inferior de la pantalla, pero sin delatar aún la faz de su propietario... El vídeo inmediatamente posterior mostraba claramente la identidad del protagonista. Una gineta desfilaba con su inconfundible cola ante la lente de la cámara. Se dirigía al paso hacia la zona húmeda que había acondicionado la tarde anterior, no sin antes regalarme unos "preciosos" fotogramas en los que aparece meneando su trasero al tiempo que rocía con su orina el suelo que pisa. Así es como marcan las ginetas su territorio.
¡Estaba exultante! No me podía creer que al primer intento hubiera podido inmortalizar a 'la bella matadora', y de paso confirmar su permanencia la zona... Y por si hubiera algún rastro de duda, lo borraba con el de su propio olor corporal. No podía haber imaginado un mejor estreno.
La emoción me hizo olvidar que la cámara no pasó de la primera noche, y que de todos los otros vídeos (el 98% del total) ninguno era aprovechable. El viento truncó la posibilidad de seguir documentando la vida íntima de uno de los mamíferos más enigmáticos de la fauna ibérica. No importa... Había superado con creces el reto que me había propuesto y podía gritar bien alto aquello de "me lo merezco". Nadie puede hacerse cargo del tremendo esfuerzo que supuso para mí captar las imágenes que acompañan a estas palabras. Y me siento muy orgulloso de ello.