Revista Cultura y Ocio

Una habitación propia - Virginia Woolf

Publicado el 01 agosto 2022 por Elpajaroverde
"Mi tía, Mary Beton, murió tras sufrir un accidente ecuestre, un día en que salió a pasear en Bombay. La noticia de la herencia me llegó una noche, más o menos al tiempo que se aprobaba la ley del sufragio femenino. Un abogado la dejó en el buzón, y, al abrirla, descubrí que me había dejado quinientas libras al año de por vida. De estas dos cosas -el voto y el dinero-, confieso que el dinero me pareció infinitamente más importante".

No es frivolidad. No es materialismo la anterior afirmación de Virginia Woolf. De poco sirve haber adquirido el derecho a introducir una papeleta en una urna si en el día a día el derecho a ejercer la libertad es una y otra vez coartado. Porque, no nos engañemos, no existe independencia sin independencia económica. Cualquier otra independencia está supeditada a esta.

Archiconocida es la frase de Virginia Woolf acerca de que una mujer necesita quinientas libras al año y una habitación propia para poder escribir. No menos famoso es el ensayo que orbita alrededor de esta idea y que hoy traigo al blog, Una habitación propia. Aun con tanta fama y con tantos laureles, he de decir que ha sido una lectura que me ha sorprendido muy gratamente, pues no esperaba que me gustara, pero no tanto como lo ha hecho.

Una habitación propia - Virginia Woolf

Una habitación propia se publica por primera vez en 1929 y está basado en sendas conferencias que la autora diera el año anterior ante el alumnado femenino de la Arts Society de Newnham y la Odtaa de Girton y que versaban sobre las mujeres y la literatura. La cuestión no es baladí, aunque pudiera parecerlo. A nadie le importa la literatura. "El mundo no pide a nadie que escriba poemas, novelas o libros de historia; no los necesita", y nadie paga por lo que no necesita, de ahí la necesidad de quinientas libras al año para poder escribir. El mundo aún menos pide -aún menos pedía años ha- a una mujer que escriba. Las mujeres que escribían no solo es que no importaran, sino que eran despreciadas, eran miradas como si se salieran del redil.

Virginia no cree en la literatura de género (entendiendo aquí género como masculino y femenino y no como género literario). Esto no lo dice ella, esto lo digo yo, que he llegado a esta conclusión tras leer este ensayo y que además he sentido mucha sintonía con la autora respecto a sus ideas sobre la literatura. Sin embargo, la escritora británica no solo acepta impartir las citadas conferencias sobre el tema sino que las amplía y modifica para su posterior publicación. Y es que Virginia Woolf no podía dejar de ser consciente de que en la época que le tocó vivir y en las anteriores la literatura era escrita mayoritariamente por uno de los dos sexos, lo cual era discriminatorio para el otro, pero también era y es algo que hace que la literatura se vea cercenada.

"Aun así, la primera frase que yo escribiría aquí, dije, acercándome al escritorio y cogiendo la cuartilla que llevaba por título "Las mujeres y la literatura", es que pensar en la propia condición sexual es una fatalidad para quien se proponga escribir. Es letal ser lisa y llanamente un hombre o una mujer; hay que ser un hombre femenino o una mujer masculina. Es letal que una mujer señale sus quejas, siquiera mínimamente; que defienda una causa, por justa que ésta sea; que se exprese conscientemente como mujer. Y empleo la palabra "letal" en su sentido etimológico, pues todo lo que se escribe con ese sesgo consciente está abocado a morir. Es imposible que arraigue. Por brillante y eficaz, poderoso y magistral que pueda parecer durante uno o dos días, se marchitará inexorablemente al atardecer; no podrá crecer en las mentes de otros. Para que la mente pueda llevar a cabo el acto creativo es imprescindible la colaboración entre el hombre y la mujer. Debe consumarse alguna forma de unión entre los opuestos. La totalidad de la mente debe estar abierta si aspiramos a experimentar la sensación de que el escritor está comunicando su experiencia de una manera plena. Debe haber libertad y debe haber paz. No puede chirriar ningún engranaje; temblar ninguna luz. Las cortinas tienen que estar cerradas. El escritor, pensé, una vez ha vivido su experiencia, debe acostarse y dejar que su mente celebre sus nupcias en la oscuridad. No debe analizar ni cuestionar lo que está ocurriendo. Por el contrario, debe deshojar los pétalos de una rosa o contemplar la serenidad con que se deslizan los cisnes por el río".

Durante gran parte de este ensayo la escritora británica se dedica a preguntarse sobre las diferentes condiciones en general de hombres y mujeres que condicionan en particular la presencia e impronta de unos y otras en la literatura, a pensar "en la seguridad y la prosperidad de un sexo y en la pobreza y la inseguridad del otro, y en las consecuencias de la tradición y la ausencia de tradición en el espíritu de un escritor". Aunque, tal vez, le bastase con buscar respuesta a una única pregunta: "¿Por qué son pobres las mujeres?"

El estilo de la disertación y de cómo hilvana sus ideas Virgina Woolf no me ha sido ajeno, pues, aunque muy poco, ya había leído algo de su autoría. Los destellos la iluminan en el momento más inesperado. "Era esa hora entre dos luces, cuando los colores se vuelven más intensos, y los púrpuras y dorados arden en los alféizares como el latido de un corazón impresionable; cuando, por alguna razón, la belleza del mundo revelada y sin embargo a punto de perecer [...] tiene dos filos, uno de risa, otro de angustia, que cortan el corazón por la mitad". Las ideas tiran de ella como peces del sedal. "El pensamiento, por darle un nombre más noble de lo que merecía, hundió su caña en la corriente. Oscilaba de acá para allá minuto tras minuto, entre los reflejos y las hierbas; subía y bajaba a merced de las aguas hasta que -ya conocéis ese pequeño tirón- una idea se concentraba en el extremo de la caña, y llegaba entonces el momento de recoger cautamente el sedal y tender la captura con mucho cuidado sobre la hierba. Pero qué insignificante parecía ese pensamiento mío allí tendido en la hierba, como un pececillo que el buen pescador devuelve a las aguas para que engorde y algún día valga la pena cocinarlo y comérselo". Y lo valdrá. Hoy degustamos con gratitud el pescado marinado de Virginia Woolf.

Esos tirones pueden sobrevenirle, por ejemplo, durante una cena con amigos o cuando pisa descuidadamente el césped hasta que la sorprende la admonitoria mirada de un bedel ( "él era un bedel; yo era una mujer. Eso era el césped; allí estaba el camino. Sólo los miembros del cuerpo docente y los becarios podían pisar el césped; el camino de grava era el lugar que me correspondía"). Virginia Woolf cuenta con una habitación propia y con quinientas libras al año, pero sigue siendo una mujer que se sale del redil, del camino de grava. Es una mujer que tiene la inocente osadía de acercarse a la puerta de una famosa biblioteca. "Debí de abrirla sin darme cuenta, porque al instante, como un ángel custodio que me impedía la entrada con un revoloteo de faldones negros en lugar de alas blancas, apareció un disgustado y canoso aunque amable caballero, que, en voz baja, mientras me hacía señas para que me alejara, lamentó comunicarme que las mujeres sólo podían entrar en la biblioteca acompañadas de un profesor o provistas de una carta de presentación".

Virginia (la estoy mencionando siempre a ella, pues he sentido que era ella quién me hablaba durante toda esta lectura, aunque en alguna parte he leído que la autora recurre para este ensayo a una narradora ficticia) ha de limitarse para seguir indagando y desarrollando sus ideas a los libros de sus propios estantes. Poco importa, pues Virginia Woolf fue quien también escribió, y en este mismo ensayo, que "la literatura es un espacio abierto a todo el mundo. Me niego a consentirte, por muy bedel que seas, que me expulses del césped. Puedes cerrar tus bibliotecas si te place; pero no hay verja, ni cerradura, ni candado que puedas imponer a mi libertad de pensamiento". Claro que con esto Virginia no se refería a ella misma, sino que estaba pensando en lo complicado que les debió de resultar a sus predecesoras, a aquellas que no contaron con una habitación propia pero sí con el desprecio y la censura, reunir la suficiente fortaleza para no sucumbir ante estos.

Le sorprende de esos libros de sus estantes la riqueza de personajes femeninos teniendo en cuenta el papel tan anodino que la mujer desempeña en el mundo real. Se da cuenta también de que los personajes femeninos se basan fundamentalmente en su relación con los masculinos, así como que "son los valores masculinos los que prevalecen. Hablando en plata, el fútbol y los deportes son "importantes"; el culto a la moda y la compra de ropa son "triviales". Y estos valores por fuerza se trasladan de la vida a la literatura. La crítica asegura que tal libro es importante porque trata de la guerra. Otro, por el contrario, es insignificante porque se ocupa de los sentimientos de las mujeres en una sala de estar. Una escena en un campo de batalla es más relevante que una escena en una tienda: en todas partes, y de maneras mucho más sutiles, la diferencia de valor persiste. Así, la estructura de la novela de principios del siglo XIX escrita por mujeres es obra de una mente ligeramente desviada de la línea recta y forzada a alterar la claridad de su visión en obediencia a una autoridad externa". Lee a hombres que escriben sobre las mujeres, a las cuales minusvaloran y consideran inferiores cuando, si las mujeres eran necias, lo eran por cultura y no por naturaleza, una cultura que era eminentemente patriarcal. Lo que más la sorprende y hiere es la ira que desprenden esas opiniones. Reflexiona al respecto y llega a la conclusión de que esos hombres "quizá no estuvieran enfadados en absoluto; lo cierto es que, en su vida y sus relaciones privadas, con frecuencia eran hombres devotos, ejemplares y capaces de admiración. Cuando insistía con tanto énfasis en la inferioridad de las mujeres, quizá al profesor no le preocupara tanto la inferioridad de éstas como su propia superioridad. Eso era lo que defendía con tanto ardor y tanto énfasis, pues se trataba para él de una joya de incalculable valor. Para ambos sexos [...] la vida es ardua, difícil, una lucha perpetua. Exige un coraje y una fuerza de gigante. Más que nada, quizá, siendo como somos hijos de la ilusión, exige confianza en uno mismo. Sin esa confianza somos como recién nacidos en la cuna. ¿Cómo podemos desarrollar, lo más deprisa posible, esa cualidad imponderable y sin embargo tan valiosa? Pensando que otros son inferiores a nosotros. Sintiendo que uno tiene una superioridad innata sobre los demás, ya sea la riqueza, el rango, una nariz recta o el retrato de un abuelo pintado por Romney, porque los patéticos mecanismos de la imaginación humana son infinitos. De ahí la importancia capital para el patriarca que debe conquistar, que debe gobernar, el creer que mucha gente, la mitad de la humanidad, es por naturaleza inferior a él. Ésa debe de ser una de las principales fuentes de su poder".

"Las mujeres han servido durante siglos como espejos dotados del mágico y delicioso poder de reflejar la figura del hombre duplicando su tamaño natural. [...] Esto explica en parte la necesidad que los hombres tienen de las mujeres. Y explica también por qué sus críticas les inquietan tanto; por qué ellas no pueden decirles que tal libro es malo, tal cuadro flojo, o lo que sea, sin causar mucho más dolor y suscitar mucho más encono del que suscitarían las mismas críticas formuladas por un hombre. Y es que cuando las mujeres empiezan a decir la verdad, la figura del espejo se encoge; su aptitud para la vida disminuye".

También hay espacio en los estantes de Woolf para libros escritos por mujeres. Jane Austen, George Eliot, Charlotte y Emily Brontë no contaban con quinientas libras al año ni mucho menos, ni siquiera con una habitación propia. "En los primeros años del siglo XIX, la única formación literaria que tenía una mujer seguía siendo fruto de la observación de la personalidad y el análisis de las emociones. La sensibilidad femenina se había educado durante siglos en la influencia de esa sala de estar común". Sin embargo, desde esa sala de estar común, por supuesto no exenta de distracciones, y con una limitada experiencia vital (lo cual era algo generalizado en todas las mujeres), estas mujeres de clase media (otro logro, permitirse escribir no perteneciendo a la aristocracia) lograron escribir buenas novelas.

Pero ni los logros son méritos exclusivamente de uno ni los escritores brotan en una tierra yerma. Antes de estas cuatro dignas representantes de la literatura femenina del siglo XIX hubo otras mujeres que hicieron sus pinitos en la literatura y, por supuesto, Virginia Woolf se remonta a siglos pretéritos para seguir hilando sobre mujeres y literatura incidiendo principalmente en el flaco favor que le hace a esas mujeres y a sus obras la ira nacida de la injusticia y de la necesidad de reivindicación y el no poder, por tanto, olvidarse de su condición de mujer y escribir "sin odio, sin amargura, sin miedo, sin quejas, sin sermonear". No me extiendo más aquí sobre estas escritoras, pero sí que les cedo el protagonismo que merecen en las imágenes que ilustran esta entrada y sus correspondientes leyendas.

La desgracia de la tía Mary Beton fue una gracia para Virginia Woolf. Su renta anual de quinientas libras le permitió dejar "un trabajo que no quería hacer". "Y luego estaba el pensamiento de que ese don que era un suplicio ocultar -un don pequeño pero muy querido para quien lo posee- se iba marchitando, y con él me marchitaba yo, se marchitaba mi alma. Era como el óxido que corroe el esplendor de la primavera, que destruye el corazón del árbol". "Así, no sólo el esfuerzo y el trabajo cesaron para mí, sino también el odio y la amargura. No necesito odiar a ningún hombre; no puede hacerme daño. No necesito halagar a ningún hombre; no tiene nada que ofrecerme. Imperceptiblemente fui adoptando una actitud distinta hacia la otra mitad de la humanidad. Era absurdo echar la culpa a una clase social o a un sexo en su conjunto. Las masas nunca son responsables de sus actos. Se mueven por instintos que escapan a su control". "El miedo y el rencor se transformaron gradualmente en compasión y tolerancia; y al cabo de uno o dos años, la compasión y la tolerancia también desaparecieron y se produjo la mayor liberación de todas, que es la libertad de pensar en las cosas tal como son. Ese edificio, sin ir más lejos, ¿me gusta o no me gusta? Ese cuadro ¿es bonito o no lo es? Ese libro ¿es a mi juicio bueno o no? Lo cierto es que el legado de mi tía había levantado el velo que cubría el cielo para [...] ofrecerme una visión del cielo abierto".

Lo que empezó siendo una disertación sobre mujeres y literatura terminó convirtiéndose en un clásico del feminismo. A pesar de que las reflexiones que contienen sus páginas se circunscriben a siglos pasados, la lectura de este ensayo no se siente en absoluto desfasada. Woolf aboga por que las mujeres escriban sin complejos y con integridad, por que tomen la pluma "como una mujer, pero como una mujer que ha olvidado que es una mujer", pues "sería una lástima tremenda que las mujeres escribieran como los hombres o vivieran como ellos, o se parecieran a ellos, pues si dos sexos no bastan para abarcar la inmensidad y la variedad del mundo, ¿cómo podríamos arreglárnoslas con uno solo? ¿No debería la educación sacar a la luz y fortalecer las diferencias en lugar de las semejanzas? Porque las semejanzas ya son demasiadas".

Dice Virginia Woolf en este ensayo que "las obras maestras no son logros aislados y solitarios; son el resultado de muchos años de pensamiento en común, del pensamiento colectivo de muchas personas, de tal suerte que, tras esa voz individual, se encuentra la experiencia de la masa", y pasa a continuación a mencionar a algunas autoras y a señalar la gratitud que deben por tanto a otras escritoras que las precedieron. Asimismo, las vidas individuales no son logros aislados y solitarios. "La vida colectiva[...] es la vida real, no [...] las vidas separadas que llevamos individualmente". Las mujeres de hoy también debemos gratitud a muchas otras que nos precedieron -algunas con nombres ilustres, como Virginia Woolf, y otras completamente anónimas- y que han hecho posible que hoy nos sea algo más fácil conseguir quinientas libras al año y una habitación propia. Esta entrada va por todas ellas.

Traductora: Catalina Martínez Muñoz

Año de publicación: 2022 (1929)

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