Ha caído en el olvido Gonzalo Torrente Ballester, don Gonzalo. Lejos queda el gran éxito que tuvo su trilogía Los gozos y las sombras, llevada a la televisión en forma de serie, la excelente crítica de La saga/fuga de JB o la Crónica del rey pasmado, que fue llevada al cine y obtuvo ocho premios Goya. Fuera de estos libros, su obra es poco conocida. ¿Quién ha leído Off-side, La isla de los jacintos cortados o Filomeno a mi pesar, que, por cierto, recibió el premio Planeta? Y si don Gonzalo ha caído en un olvido mediático y editorial (cada vez es más difícil encontrar sus títulos en las librerías), no digamos sus novelas menos conocidas.
Por eso quiero dedicar este comentario a una de ellas. Una novela que, fuera de un reducido círculo de apasionados de su obra, a nadie he oído mencionar. Se trata de Quizá nos lleve el viento al infinito. Alguna vez, hablando de literatura con amigos, compañeros o contertulios, he preguntado sobre ella y la respuesta, aunque variable, podría resumirse en un sorprendido: ni idea.
Pero yo, infatigable en mi labor divulgativa, la recomiendo. Hace poco, un sobrino me pidió que le dejase algo para leer. Como ese día estaba nostálgico, rebusqué entre las estanterías donde almaceno los libros más viejos hasta encontrar el ejemplar que conservo, en formato bolsillo, algo estropeado por el uso, y se lo di: a ver que te parece este. Y para mi sorpresa, le encantó. Y es que la buena literatura permanece aunque las generaciones cambien.Quizá nos lleve el viento al infinito es una pequeña joya, un libro atípico incluso dentro de la variopinta bibliografía de su autor. A primera vista, se trata de una novela sobre la guerra fría −de la que se burla con sutil sarcasmo−, en pleno auge de la amenaza nuclear y el teléfono rojo, pero en un escenario de agentes secretos, organizaciones militares y telón de acero, se desarrolla una historia de amor imposible o, como le gustaba decir a don Gonzalo, inverosímil. Los protagonistas de esta historia no pueden ser más opuestos, pues se ubican, no ya en ambos extremos del espectro humano, sino en puntos opuestos de la propia ficción literaria. Y sin embargo, se enamoran. Quizá nos lleve el viento al infinito lleva a su máxima expresión, de manera muy hermosa, sin grandes pretensiones ni romanticismos empalagosos, el dicho de que, en el amor, los extremos se tocan y los contrarios se complementan: si dos seres como los protagonistas de esta historia pueden enamorarse, es que el amor, en verdad, no tiene límites.
Para finalizar, no obstante, una advertencia: el libro tiene trampa. Consciente quizá don Gonzalo del valor de la joya que estaba creando, quiso ocultarla de miradas indiscretas y lectores impacientes, de esos que necesitan engancharse a la historia desde la página uno, y, antes de penetrar en la verdadero corazón de la novela, presenta al lector una curiosa prueba de confianza: las primeras cincuenta páginas son, de entrada, casi incomprensibles, sólo la fe en el autor y la aspiración por alcanzar el tesoro prometido nos animarán a continuar.
Que ustedes lo disfruten.
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