Revista Deportes

Una historia de violencia

Publicado el 16 noviembre 2011 por Futbolgol

Una historia de violencia

Ésta es una historia que sucede en una grada cualquiera de un estadio cualquiera durante un partido cualquiera. La historia de un niño cualquiera que va con su padre por primera vez a un estadio de futbol. El niño ve con estupor que en el estadio todos visten con los colores del equipo, tal y como su padre le ha vestido a él. Las banderas, los cánticos, el calentamiento de los jugadores… ¡Qué distinto resulta ver a sus idolos en carne y hueso! El padre mira al niño y sonríe. Puede apreciar que esta disfrutando de su primera experiencia en un estadio y sospecha que tras esta experiencia será un gran hincha del equipo durante el resto de su vida.

El balón echa a rodar, y todo cambia a los ojos de nuestro menudo protagonista. El ambiente festivo previo al encuentro se transforma poco a poco en tensión y nervios, y la gente esta cada vez más metida en lo que sucede dentro del terreno de juego. Los jóvenes de las banderas tras la portería ya no resultan tan llamativos. Ni siquiera su padre parece recordar que ha venido con él, y no deja de morderse las uñas escudriñando cada acción. Cuando el niño piensa que ésto no es tan divertido como parecía al principio, algo sucede en el campo: El árbitro ha pitado penalti a favor del equipo rival. El niño no ha visto nada, todo ha sido rapidísimo, pero en la grada todos lo tienen claro: el delantero visitante se ha tirado. El equipo rival anota, y aunque todavia falta mucho para que acabe el encuentro, los hinchas discuten cada acción arbitral. Al filo del descanso, el linier levanta la bandera en una jugada muy rápida en la que el ídolo local se plantaba solo ante el portero visitante. Alrededor de nuestro protagonista, los aficionados explotan:

- ¡Árbitro, hijo de puta!

- ¡Me cago en tu puta madre, maricón!

- ¡Línea! ¡Limpiate el culo con el banderín, malnacido!

Incluso Papá se une:

- ¡De aqui no sales vivo, hijo de la grandisima puta!

Nuestro pequeño protagonista, que a sus 8 años siempre había creido tener claro lo que esta bien y mal, sabe que a él no le esta permitido hacer lo que acaba de ver hacer a su padre, ni a sus camaradas de cada domingo por la tarde. Por eso mismo, aprovecha el descanso para preguntarle a su padre por que ha dicho “hijodepé“.

- Verás hijo… Una cosa es decirlo en casa o a un amigo en el cole, y otra muy distinta decirlo en el campo.

- ¡Joder Fermín! ¡Ten cuidao con el muchacho que ha salido espabilao!

Comienza la segunda parte. Nuestro equipo sigue perdiendo y la crispación entre los aficionados es palpable. Incluso algunos de los que antes del comienzo del partido agitaban bufandas y banderas ahora dedican algunos pitos al equipo rival, al árbitro e incluso al equipo propio. Están frustrados porque las cosas no van como deberían. Pasados unos minutos, un jugador local cae en el área contraria. El árbitro se desentiende de la jugada y deja seguir. La grada finalmente estalla contra el colegiado. Incluido Papá, que dedica al árbitro una retahíla de insultos que, de usarla el niño, se quedaría tres meses castigado sin videoconsola. El pequeño mira asombrado a su padre. Y éste, a su vez, mira a su hijo, esperando algo. El niño no las tiene todas consigo (¿será una trampa para castigarme?), pero, cuando se calma el gentío, acaba arrancándose chillando un torpe:

- Árbitro, hijoputa!

Todos alrededor del niño sueltan una sonora carcajada. Algunos, incluso aplauden. Y el padre sonríe satisfecho.

- ¡Te lo he dicho, Fermin! ¡Que este chaval está bien espabilao!`

Y así empezó la historia de nuestro protagonista, que aquel día aprendió una valiosa lección: en el estadio, todo vale. Han pasado quince años, y tal y como imaginaba y deseaba su padre, es un asiduo al estadio. Él no es violento, pero debe reconocer que en el campo ha amenazado de muerte a un buen puñado de árbitros. Él no es racista, pero tuvo gracia el día que él y gran parte de sus compañeros de grada le dedicaron unos sonidos guturales a un jugador rival que estaba provocando. Que se joda. Él tiene amigos del equipo rival, pero cuando el rival viene al estadio, le sale de dentro ser hostil. Lo que aprendió aquel lejano día es que el estadio es el lugar idóneo para pagar sus frustraciones cotidianas. Aparte, ¿quién se va a preocupar sobre si él insulta o no, sobre si el amenaza o no, si él es racista o no? Él es sólo uno más en la inmensa masa sin cara, y todos insultan, todos amenazan y, si la ocasión lo requiere, todos son racistas. Total, ya se comporta “como hay que comportarse” el resto de días.


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