La cuna (1872). Berthe Morisot
Siempre se ha dicho que la historia nos sirve para aprender del pasado. Y no sólo en lo que a aspectos políticos o económicos se refiere. No sólo las grandes batallas, los grandes personajes y los hechos que llenan los principales manuales de historia. También los pequeños acontecimientos son importantes para entender el presente. En alguna ocasión he dicho que no me gustan demasiado los manuales o los libros referentes a la maternidad. Pienso que cada niño es un mundo y es difícil hacer encajar a todos en un mismo patrón. Pero si tengo que quedarme con alguno, y de hecho me he leído casi todos sus libros, es sin duda el doctor Carlos González. Me regalaron su famoso Bésame mucho antes de que naciera mi primer hijo. De hecho he de confesar que me lo regaló alguien muy cercano a él así que lo leí con especial cariño. Creo que todas las madres deberían leer este libro. Rebosa sentido común por todas sus páginas. Releyendo el libro del doctor González hace poco, después de haber experimentado la maternidad en mi propia piel y no sólo como un hecho teórico, me sorprendió un apartado titulado El último tabú. Cito textualmente: Nuestra sociedad parece muy tolerante porque muchas cosas que hace cien años estaban prohibidas se consideran ahora completamente normales. Pero si nos fijamos mejor, también hay cosas que hace cien años eran normales y que ahora están prohibidas. [...] Muchos de los actuales [tabúes] se refieren a la relación madre-hijo, para desgracia de los niños y de sus madres1.Cuando enumera los distintos tabúes de nuestra sociedad, no podía faltar uno relativo al sueño: Está prohibido dormir a los niños en brazos o dándoles el pecho, cantarles o mecerles para que duerman, dormir con ellos2.
En su libro, Carlos González alude a las sociedades primitivas de hace unos 100.000 para intentar entender por qué los niños dormían entonces junto a sus madres: Una cuestión de pura supervivencia. Después de su magnífica explicación, hace un salto en el tiempo y afirma que el hecho de intentar que un niño duerma solo es un reto de la puericultura del siglo XX.Pero ¿qué pasa durante todo el tiempo transcurrido desde el hombre de las cavernas hasta la civilizada y fría sociedad del siglo XX y XXI?En una magnífica obra de 5 volúmenes sobre la historia de la vida privada he intentado encontrar la respuesta. En las casas adosadas del siglo XVIII [...] la idea de que los niños tuvieran cuartos independientes [...] era algo nuevo3.
Efectivamente, fue entre finales del siglo XIX y principios del XX que las familias burguesas empezaron a ampliar su espacio privado y a diferenciar las habitaciones de la pareja y de sus pequeños. Las familias obreras deberían esperar hasta mediados del siglo XX para conseguir vivir en espacios más amplios que los hacinados pisos de una o dos estancias. Si miramos aún más atrás en el tiempo, en la Edad Media, las viviendas de los pobres no cambiarían en siglos. La pieza única o a lo sumo dos, era el espacio que compartía toda la familia para comer, dormir, vivir. Pero es curioso que las clases altas, a pesar de disfrutar de más espacio, también compartían el espacio con sus hijos más pequeños o al menos estos vivían y dormían en compañía de sus nodrizas, pero nunca solos: Tienen sus cunas, construidas y equipadas muy sencillamente (con un ligero colchón), y se las coloca junto al lecho de sus padres, o a veces incluso encima de él. [...] Al niño no se lo introduce en su cuna en la alcoba materna más que durante el tiempo que va desde su retorno de casa de la nodriza hasta el momento excitante de ir con los mayores4. Este modelo se mantuvo a lo largo de muchos siglos: las casas rurales y las familias urbanas de clase baja compartían el sueño con toda la familia, mientras que las clases acomodadas diferenciaban los espacios pero nunca dejaban a los niños más pequeños dormir en habitaciones solos. Después de siglos de convivencia, el siglo XIX ve aparecer la diferenciación de los espacios con una clara consecuencia: Al tiempo que se atenúa el calor del contacto fraternal se desarrolla en los niños la exigencia de la muñeca o de la mano materna que da tranquilidad5.Y así llegamos al siglo XXI. Es evidente que el mundo ha avanzado y que las familias ya no tienen que vivir hacinadas y amenazadas por multitud de enfermedades. Es evidente que la amplitud más o menos extensa de los hogares de hoy en día permiten un confort nunca soñado ni tan siquiera por una familia burguesa de hace siglos. Hemos ganado mucho, por supuesto. Pero por el camino hemos apartado a los niños en su edad más temprana de aquel calor maternal y lo hemos sustituido por confortables sábanas y bonitos muñecos, algo que nuestros hijos no siempre aceptan con alegría. Me ha sorprendido observar en esta ventana al pasado que son los libros de historia que las familias acomodadas (las pobres no tenían más remedio) compartían su espacio del sueño con sus hijos más pequeños o al menos los dejaban al cargo de nodrizas. Pero nunca los dejaban solos hasta que no tenían una edad adecuada para ello. Como siempre, volvemos a la ley del péndulo, ahora los separamos de nosotras nada más nacer o pocos meses después. En bonitas y calentitas habitaciones que para ellos no sustituyen ni de buen grado los calurosos y confortables brazos de sus madres. Puede que el siguiente capítulo de esta historia de la vida privada nos explique que los niños volvieron al lado de sus madres sin recibir por ello críticas ni amenazas de malcrianza por hacer algo tan natural como es abrazar a nuestro ser más querido. ______1. Bésame mucho, Carlos González. Pág. 252. Ídem. Pág. 273. Historia de la vida privada, Vol. 4. Philippe Ariès y Georges Duby Pág. 754. Idem Vol. 2. Pág. 234-2355. Idem Vol. 4. Pág. 415