Revista Opinión

Una historia humana

Publicado el 01 septiembre 2015 por Manuelsegura @manuelsegura

gitana

Sostiene mi admirado José Martí Gómez que un periodista es, ante todo, un contador de historias humanas. Pues bien, contaré una que me ha impresionado hace bien poco, acaecida este mismo martes en mi ciudad.

El alcalde visitaba uno de los barrios más deprimidos de las afueras de la capital, ubicado en una pedanía próxima. Con él acudimos algunos periodistas. En un pabellón recientemente inaugurado por su antecesor, se reunía con medio centenar de vecinos de los que pretendía escuchar sus problemas, sus quejas y por qué no también sus sentimientos. Hace algo más de un par de años, el consistorio puso en marcha un plan para revitalizar la zona, no solo en lo que a viviendas se refiere sino también en las áreas culturales y formativas. La propia gente y especialmente los monitores exponían sus pareceres micrófono en mano. El primer edil asentía e incluso les preguntaba interesándose por su labor. Una mujer hacía las veces de coordinadora del encuentro, pasando el micro de uno a otro. En eso que otra mujer, de edad mediana, pizpireta, de pelo negro azabache, con un vestido alegremente veraniego y sandalias de fantasía, cogió la palabra. “Buenos días”, dijo educada con innegable acento de esta tierra. “Yo nací en una casa de apenas 40 metros cuadrados que estaba justo donde ahora se levanta este enorme pabellón”, explicó de entrada. “Aquí viví con mis padres y mis hermanos durante años. Mi padre se ganaba la vida como vendedor ambulante”, añadió. “Hay gente en este barrio, que es el mío y al que me siento orgullosa de pertenecer, que no cree que se puede salir de la marginalidad. Pues bien, yo soy la prueba de que sí se puede”, continuó. “Soy gitana, y serlo ya se imaginarán ustedes lo que supone para una chica que quería estudiar en aquel entonces, mientras trabajaba e intentaba convencer a su padre de que quería formarse, aunque este me diera algún que otro cocotazo”, siguió diciendo. ”Me saqué mi bachillerato estudiando por la noches en una habitación que compartía con varios de mis hermanos. Lo hacía con una linterna en la cabeza para no molestarlos. Luego obtuve una titulación de grado superior de FP y quise después ir a la Universidad. Lo conseguí y me diplomé como Graduado Social, de lo que me siento especialmente orgullosa”, explicó. “He trabajado desde entonces en despachos con abogados y procuradores de prestigio. Me he hecho un hueco en la sociedad y, cuando voy a Extranjería a solventar algún tema, me encanta que allí me llamen ‘doctora’ los inmigrantes a los que ayudo”, relató satisfecha. “Así es que a vosotros os digo –señalando a los jóvenes que la escuchaban atentos– que si uno quiere, puede. Solo hay que proponérselo y hacer que los sueños se cumplan. Pero sin el trabajo y el esfuerzo no hay nada que hacer”, concluyó su breve pero intensa disertación.

Hubo una pausa de dos o tres segundos tras la que, yo diría que todos, prorrumpimos en un sonoro aplauso. La mujer de pelo azabache, vestido alegremente veraniego y sandalias de fantasía, nos dejó boquiabiertos a los allí presentes. En esto me acerqué a un colega y le dije absolutamente convencido: “Esta mujer sí que tiene una entrevista”. Y él, que habrá soportado tantas milongas como yo a lo largo de nuestra vida profesional, no tuvo más remedio que asentir con la cabeza.


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