Odio escribir algo malo sobre un libro, lo que indica que tengo capacidad cero para ser crítica de nada. Siempre pienso que detrás de cada novela hay un trabajo tan inmenso, una dedicación, un esfuerzo y hasta un dolor propio, que no me salen las palabras cuando tengo que decir que un libro no me ha gustado demasiado. Si encima es de una autora como Maggie O'Farrell, cuya obra El Retrato de casada me resultó tan interesante, entretenida e intensa, pues aún me cuesta más. En mi descargo diré que la escritora irlandesa tenía sólo 28 años cuando publicó esta obra, en 2004, que es una edad que dicen los críticos sesudos que todavía se está muy "verde" para concebir grandes novelas. Sí, es posible que su visión del amor fuera bastante más esperanzadora en ese momento, como nos pasa a todos. El caso es que La distancia que nos separa es la historia de dos hermanas, muy apegadas la una a la otra, con un secreto infantil que acarrean toda su vida y afecta a su compleja relación; mientras que en el otro lado del mundo, un joven está deseando escapar de su matrimonio y encontrar al padre ausente. Seguro que tendrá su público, sobre todo el que guste de la novela romántica y ligera, para mí es demasiado.
Me temo que en mi caso este libro me distancia de Maggie O'Farrell, pero, como las historias que te gustan las puedes releer hasta el infinito, sigo disfrutando de su Retrato de Casada y siento que es ahí, en esa recreación histórica de sentimientos, en los que se crece la narrativa de esta autora. De hecho, incluso en esta novela de la que les hablo hoy se encuentran destellos de esa intensidad que es capaz de conseguir, cuando se refiere al pasado de algunos protagonistas.