Revista Coaching

Una hora conmigo…

Por Juan Carlos Valda @grandespymes

 Una hora conmigo…
Recluirse, o esconderse de los demás, no son cosas que se recomienden popularmente. Sin embargo, hace falta disponer de un “tiempo personal” para darse cuenta de muchas respuestas esenciales y de los talentos maravillosos que están dentro nuestro. Además del tiempo, es necesario tener la intención y las ganas, o el método adecuado para tenerlas.

De ahí la gran importancia de una práctica continua de re-creación personal. Hay quienes necesitan para estas prácticas de un contacto directo con la belleza, con la naturaleza o con las grandes obras de la humanidad. A otros, veinte minutos de silencio cruzados de piernas les permiten un viaje interior. Sea cual fuere la manera, son minutos que hay que encontrar cada día.

Un tiempo de soledad nos permite acceder a otras facetas de nosotros mismos porque nos transporta a otros ámbitos. Los momentos de creación son un buen ejemplo: escribir, pintar, dibujar o armar cosas. Incluso la fotografía y el video, u otras tecnologías, nos pueden hacer captar otros aspectos de la realidad en que nos movemos. El tiempo de la creación es muy personal y siempre nos quedará por expresar algo más, pero podemos comenzar por algo: una hora todos los días.

Quien dedique sólo una hora al día a algún proyecto, le estará destinando 365 horas al año, o sea el equivalente de más de 45 jornadas completas de trabajo de ocho horas cada una. ¡Esto agregaría un mes y medio de vida productiva a cada año de nuestra existencia!

Y sin embargo, cuando se menciona una hora diaria de soledad para el cultivo de las propias facultades, muchos responden: “Estoy excesivamente ocupado. Trabajo todo el día y llego a casa rendido de cansancio. ¿De dónde voy a sacar esa hora?”.

El frenético ritmo de la vida moderna, nos hace creer que los días no tienen horas suficientes para realizar nuestras aspiraciones… y así renunciamos a ellas. Sin embargo, el mundo está lleno de personas que -a fuerza de voluntad- han encontrado la manera de destinar una hora diaria a cultivar sus facultades creadoras. Paradójicamente, los individuos con mayor número de ocupaciones suelen ser aquellos que mejor se las arreglan, para disponer diariamente de una hora para disfrutar en soledad.

La historia nos da ejemplos extraordinarios… Crawford Greenewalt, cuando era presidente de la compañía química más grande del mundo, Du Pont, todos los días destinaba cierto tiempo al estudio de los colibríes. Años después escribió un libro, “Hummingbirds” (el colibrí), calificado por los entendidos como obra clásica de historia natural.

Hugo Black, que llegó a Senador de los Estados Unidos sin haber pasado por una universidad, dejaba a un lado durante una hora al día, todos sus compromisos para dedicarse a leer en la biblioteca del Congreso. Profundizó en muchos campos, como la economía, la historia, la filosofía y la poesía y nunca abandonó aquella práctica, ni aún en sus días más ocupados como legislador.

Posteriormente, cuando se le nombró magistrado de la corte suprema de los Estados Unidos, era uno de los hombres más eruditos del alto tribunal y todo un país se ha beneficiado de su vasta ilustración humanística.
Un griego llamado Nicholas Christodilos, mecánico de ascensores, se interesó en ciencia moderna. Todos los días después del trabajo y antes de sentarse a cenar, dedicaba una hora a estudiar textos de física nuclear y, a medida que fue entendiendo más claramente la materia, concibió varias ideas. En 1948 proyectó un acelerador de partículas que le pareció saldría más barato y tendría mayor potencia que los existentes. Lo mandó a la Comisión de Energía Atómica de los Estados Unidos para que lo probaran. Después de algunas modificaciones, funcionó en forma tan satisfactoria que su aplicación economizó unos 70 millones de dólares. Christofilos recibió dos premios: uno de 10,000 dólares en efectivo y otro que consistió en un empleo en el Laboratorio de Radiación de la Universidad de California.

En los años más difíciles de la guerra, Franklin Roseevelt se aislaba del mundo durante una hora y se encerraba con su colección de sellos de correo. Su ama de llaves, contó cierta vez que cuando Roosevelt llegaba aparecía demacrado, pálido y fatigado, pero que cuando salía, se habría dicho que resplandecía el mundo entero. Esas horas de soledad eran un tónico espiritual para el presidente norteamericano. La mayoría de las personas que destinan una hora diaria a la soledad se consideran recompensadas por ello.

Aunque no produzcan nada, al menos tienen la oportunidad de analizarse a sí mismas. Desde luego, es mucho más satisfactorio fijarse una meta determinada para cumplir en esa hora, pues una vez que se adquiere el hábito de trabajar por una inspiración, el horizonte de las realizaciones se dilata sin límites. Un amigo trabajó cuarenta años hasta llegar a ser uno de los más prestigiosos abogados de su ciudad, pero había algo que anhelaba, algo que jamás había podido llevar a cabo en medio de su agitada actividad profesional… “Quiero cantar”, me decía. Nunca había estudiado canto ni tenía razón alguna para suponerse capaz de grabar alguna vez un disco o presentarse en público.

A pesar de todo, resolvió perfeccionar su voz durante una hora todos los días, por grandes que fueran los sacrificios que tuviera que hacer para disponer de esa hora. Lo que mi amigo tuvo que sacrificar fue parte de su sueño. Pues la única manera que tenía para darse una hora de tranquilidad, era levantarse antes de las cinco de la mañana y practicar hasta la hora del desayuno. “Esa hora nunca me costó trabajo. Una vez que me decidí a cantar a esa hora ya no podía dormir, pues la misma ansiedad de practicar un nuevo tono o ensayar un nuevo estilo me despertaba todas las mañanas”, confesaba años más tarde.

Usted se preguntará: ¿Tuvo éxito alguna vez? Podríamos decir que sí: su nombre nunca apareció en las marquesinas (lo máximo que alcanzó públicamente fueron presentaciones en cafés y animaciones de fiestas), sin embargo, la recompensa personal ha sido extraordinaria. “Nada me ha proporcionado mayor satisfacción que esa hora diaria de soledad”, decía al respecto.

Si se le ofrece -periódicamente- una oportunidad, toda mente humana es capaz de crear ideas. La soledad es buena amiga de la imaginación. Lo importante es que nuestras horas de soledad sean productivas… y lo serán por el sólo hecho de ofrecernos, cuanto menos, un sentimiento de bienestar interior.

Definitivamente, una hora de soledad diaria no es algo fácil de obtener y se necesita voluntad: primero para encontrar esa hora y luego para utilizarla sabiamente. Es bueno saber que nunca somos demasiado viejos para aprovechar esta hora diaria de aislamiento.

Por el contrario, cuando nos acercamos a la vejez, nada mejor que cultivar el placer por la música, la lectura, o el arte. La sociedad requerirá menos de nuestros servicios y tendremos cada vez más tiempo. Será mejor, entonces, estar preparados para gozar de la compañía de uno mismo.

Actualmente, se sabe que la adquisición de nuevos conocimientos y habilidades retarda el envejecimiento.

Además, es muy bueno para la autoestima saberse capaz de emprender algo nuevo o desarrollar un talento diferente.

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