Los dos grandes sindicatos españoles (UGT y CC.OO.), que guardaron un silencio cobarde y cómplice mientras España se hundía y se perdian millones de puestos de trabajo, bajo el mandato de Zapatero, convocan ahora una huelga general, en el momento menos propicio, cuando España necesita unidad y esfuerzo para salir de la crisis, movidos únicamente por el miedo a perder el dinero abundante, el poder y los privilegios que les regalaba el socialismo en el poder.
Buena parte de los españoles contemplan la huelga como algo ajeno y sienten curiosidad de saber quien ganará el pulso, si los sindicatos, que luchan por mantener sus dineros y privilegios con la ayuda de los socialistas y de sus huestes de sindicalistas profesionales liberados, o la España responsable, consciente de que la huelga es un suicidio en estos tiempos, que mantendrá el pulso con la ayuda del gobierno y de la parte más consciente, responsable y laboriosa del país.
Nadie se cree que la huega del 29 de marzo haya sido convocada para defender los intereses de los trabajadores, vejados durante los últimos años sin que los sindicalistas millonarios movieran un solo dedo, ni los postulados básicos de la reforma laboral, sino porque los sindicatos, bajo el gobierno de Rajoy, han dejado de ser parte del poder decisivo y porque tanto sus ingresos como los privilegios que disfrutaban empiezan a derrumbarse.
Todo parece indicar que una de las principales razones de la huelga general convocada por los dos grandes sindicatos es el dinero. La reforma laboral recientemente aprobada por el gobierno de Rajoy quita protagonismo y dinero a los sindicatos, algo que les parece intolerable a sus dirigentes. Tan sólo en los EREs, los sindicatos, que ahora ya no son imprescindibles en el proceso, dejan de ganar más de 100 millones de euros al año, tan solo en asesorías laborales, y dejan de cobrar ese inexplicable 10 o 15 por ciento de la indemnización que recibían los trabajadores por encima de los 20 días por año trabajado, lo que supone ingresos superiores a los de la asesoría. Finalmente, los cambios en los programas de formación también merman las arcas sindicales, ya que la reforma aprobada permite a las empresas organizar sus propios cursos, antes monopolizados por sindicatos y patronal. Es evidente que los sindicatos y las patronales quedan perjudicadas con la reforma, pero ganan los ciudadanos y España.
Apoyados por un PSOE que, en lugar de echarse a las calles debería estar pidiendo perdón a los españoles por la ruina ocasionada y el baño de corrupción e indecencia proporcionado al país, por una Izquierda Unida desfasada por la Historia, y por la inmensa masa de los liberados que no trabajan y de los burócratas, los dos grandes sindicatos españoles afrontan la huelga con el riesgo de que el seguimiento sea mínimo e insignificante, un peligro que intentarán neutralizar paralizando, a base de piquetes, servicios básicos como los transportes, para inmovilizar por la fuerza a un país que quizás no quiera ir a la huelga cuando suenan las trompetas del esfuerzo colectivo y la reconquista de la prosperiad. Otro grave riesgo que asumen los sindicatos es que la sociedad española descubra con claridad en esta jornada de huelga que, con su actual diseño, burocrático y sirviendo al poder socialista como correa de transmisión, los sindicatos son obsoletos y constituyen una terrible rémora para el pregreso de España.
Ojalá el gobierno de Rajoy, por vez primera en democracia, impida la actuación pandillera y mafiosa de esos piquetes violentos que se autotitulan "informativos" y garantice también que los que quieren trabajar el 29 de marzo puedan hacerlo sin chantaje ni coacción sindical.
Ir a la huelga general cuando todos los expertos recomiendan trabajar mas e, incluso, reducir los salarios y eliminar el absentismo laboral como única forma de ser más eficaces, productivos y competitivos, es una locura que solo los sindicatos alienados y minados por el egoísmo pueden acometer. Los sindicatos lo saben, pero jamás admitirán que la "sociedad del bienestar" es un lujo que sólo está al alcance de países prósperos con riqueza suficiente para fiananciar una sanidad y una educación de calidad gratuitas. A los paises empobrecidos, como España, no les queda otra vía que maldecir a los que han despilfarrado su riqueza y esforzarse con gran dureza para recobrar la prosperidad perdida y con ella los derechos sociales que la pobreza nos arrebata.