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Había nacido Oliva Sabuco en Alcaraz, a finales de 1562. Hija de Miguel Sabuco y Francisca de Cózar; su padre, bachiller y boticario, fue procurador síndico de Alcaraz durante muchos años, lo que permitió a su familia gozar de una buena posición y a Oliva, de natural curiosa y con la mente despierta, convertirse en una mujer culta, con amplios conocimientos en muy variadas disciplinas y en inspiradora de nuevas teorías, que plasmó en su obra, única, pero importante.
La propia Oliva escribió una carta al rey Felipe II en la que, tras las cortesías iniciales, dio resumida cuenta de su contenido, de sus ideas sobre cosmografía, medicina, psicología, higiene y muchas materias más, algunas precursoras de las actuales, y se ofreció a debatirlo ante los eruditos de la época. Fue, pues, Felipe II perfecto conocedor de que Oliva Sabuco había sido autora de la obra y fue en nombre del rey que Oliva recibiera la autorización para sus publicación.
El rey Felipe II garantizó a Oliva Sabuco, en 1586,
los privilegios para la publicación de su obra.
La obra se publicó en 1587. El éxito fue inmediato, tanto que al año siguiente, el libro al que la Inquisición, un año antes, había dado el “imprimatur” con la mención expresa del nombre de su autora, en su segunda edición fue adquirida íntegramente por el Santo Oficio. No prohibía la obra, pero no debió gustar mucho al inquisidor su contenido. Aún así no se logró impedir su difusión. En Lisboa se publicó la tercera edición, que había obtenido a nombre de su autora, Oliva Sabuco, autorización para ello. En menos de cincuenta años hubo ocho ediciones. La fama de la obra trasciende España, no así su autora, cuyos postulados son usados como propios por autores extranjeros. El padre Feijoó la defendió mucho. En su Discurso “Defensa de las mugeres” del Teatro Crítico Universal, habla de ella, dice dónde nació, cuenta resumidamente el contenido de su obra, de sus ideas y teorías y del abandono y desprecio de España y los españoles por lo propio cuando dice: “A este sistema que desatendió la incuriosidad de España, abrazó con amor la curiosidad de Inglaterra, y ahora ya lo recibimos de manos de los extranjeros, como invención suya, siéndolo nuestra. ¡Fatal genio de los españoles! Que para que les agrade lo que nace en su tierra, es menester que lo manipulen y vendan los extranjeros”.
No pudo Oliva disfrutar del éxito de su obra. Al año siguiente de su publicación Oliva moría. Tenía veintiséis años.
Pero quizás la causa de la escasa consideración por la figura de Oliva haya que buscarla en el género de la autora y ello, la causa también de la actitud de su padre y la injusticia que más tarde, en tiempos tan próximos a los nuestros como la segunda mitad del siglo XX, se ha cometido con ella, en contra de lo creído durante cuatro siglos.
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… en 1903, don José Marco Hidalgo, registrador de Alcaraz, quien pocos años antes había escrito sobre Oliva en términos muy elogiosos, descubre un testamento de Miguel Sabuco, el padre de Oliva. No es un documento público, y está fechado en 1588, cuando el libro llevaba escrito un año y coincidiendo aproximadamente con la muerte de Oliva, fallecimiento de cuya fecha no hay constancia exacta, si bien se cree que sucedió en ese año de 1588. En él Sabuco, un hombre sin duda maduro, pero del que no se conoce obra escrita, negaba la autoría del libro a su hija y se la atribuía a sí mismo, declarando haberla puesto a nombre de su hija “por darle el nombre e la honra”; y no queda ahí la cosa, maldecía a su hija, quizás viva aún o en trance de muerte, si contradecía tal hecho, mandando “a la dicha my hija Luisa Oliva no se entremeta en el dicho privilegio, sopena de mi maldición”. Sí, es cierto, que firman, en dicho testamento, después de Miguel Sabuco, como testigos, gentes de calidad, pero nada indica, y no hay porque suponerlo que conocieran su contenido.
Para consumar la “injusticia”, en 1966, la Biblioteca Nacional, en una nueva catalogación, atribuyó la autoría de la obra al padre de Oliva. Se daba así mayor crédito al testamento de Miguel Sabuco, descubierto por el señor Hidalgo, que a los privilegios reales concedidos el 23 de julio de 1586 por don Juan Vázquez, por mandato del rey, o al imprimatur otorgado por la Inquisición a favor de Oliva.
Y, aunque así consta hoy, junto al nombre del padre aún figura el de la hija, como si la duda o un cierto remordimiento permanecieran vivos, impidiendo consumar plenamente una injusticia histórica.