Una inmensa cámara de gases
Los apóstoles Nicolás Maduro y Diosdado Cabello han decidido seguir al pie de la letra la orden que su santo Padre, Hugo Chávez, emitió el 17 de enero de 2009 durante uno de sus populosos mítines: echarle gas del bueno y meter preso a todo aquel que cometa el «delito» de defender su derecho a la protesta.Maduro y Cabello han hecho esto y aún más: han decidido gasear no sólo a los que se manifiestan en la vía pública, sino también a aquellos que no. Bombardear a la gente en las casas, los apartamentos y hasta dentro de los hospitales. Rociarlos con gas del bueno, del que ya está vencido, el más tóxico.Así sucedió el 2 de mayo de 2017 en las residencias Victoria, de la parroquia caraqueña de El Paraíso. Después de reprimir a los manifestantes, la Guardia Nacional decidió bombardear con gases lacrimógenos los apartamentos. El saldo fue de un sótano, tres apartamentos y cinco carros incendiados, más las cuatrocientas familias que allí viven, intoxicadas y aterradas por el asedio. La GN también aprovechó de arremeter contra los bomberos mientras cumplían su labor de apagar el fuego. El ataque se prolongó, sin pausas, durante doce horas. Al día siguiente se contabilizaron más de 800 cartuchos de bombas lacrimógenas, lo que da una imagen aproximada de las dimensiones de este absurdo ataque.
Cuando le pregunté a mis familiares que viven en las residencias Victoria del porqué del ensañamiento, me respondieron:–Primo, todavía no entendemos por qué. Creo que la Guardia Nacional vio que incendiaron un carro y en medio de su sadismo siguieron haciéndolo.
Los videos de los vecinos confirman esta impresión. Dispersada la protesta en la autopista, la GN dispara una y otra vez hacia los apartamentos. Sin razón, porque sí, durante horas. No es osado ver en tamaña insistencia un deseo: el de convertir la ciudad, el país quizás, en una inmensa cámara de gases. Saben que no lo pueden hacer, ya no estamos en la época de Hitler, vaya, pero cómo quisieran.La cobardía, sin embargo, tiene sus ventajas. La cobardía tiene en el gas su elemento: es inasible pero utilizado de manera inteligente puede llegar a matar. Permite asesinar estudiantes sin verse obligado a usar las muy escandalosas y anacrónicas balas. Y si algo aprendió Hugo Chávez es que las dictaduras, como todo en la vida, tienen que adaptarse a los nuevos tiempos.La publicidad, por ejemplo. Una de las herramientas más poderosas del capitalismo, demostró que era igual de útil al momento de vender, como si se tratara de una marca de perfumes, una dictadura de nuevo cuño bajo el empaque de una democracia socialista y participativa.En la era del delivery ya no es necesario construir los costosos campos de concentración, ni hacer el engorroso trámite de arrastrar masas a un estadio de fútbol y sacrificar ante el público a un insigne trovador. En el siglo XXI la represión llega hasta tu casa. Te entrega en tu propia sala de estar, o también en medio del pecho, la porción de gas que te corresponde por atreverte a reclamar tu libertad.Es cierto que siempre habrá testigos. Videos turbulentos que mostrarán a los militares disparando las bombas lacrimógenas, bombas que le ocasionarán la muerte a muchachos como Juan Pablo Pernalete, de veinte años de edad, o como a la bebé de sólo dos meses, que murió de un paro respiratorio en el Hospital Enrique Tejera, de la ciudad de Valencia.Habrá videos, testimonios de familiares y testigos que confirmarán la verdad, pero esta se disipará con los propios gases con el paso de los días. Como mucho, piensan los militares, el horror persistirá en el ambiente con la sutileza de ciertos olores que nunca se terminan de marchar. Sin embargo, esa hebra que irrita la mucosa persistirá en esta y las próximas generaciones de venezolanos, como un recordatorio de los oscuros días que corren. Seguiremos llorando aunque ya no haya bombas que nos obliguen a hacerlo. Será la sal de una nueva y preciosa memoria.
Rodrigo Blanco Calderón @atajoslargos
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