La noticia bomba del fin de semana ha sido la prohibición de Telegram en España debido a las denuncias de varias cadenas de televisión acusando a la plataforma de mensajería de facilitar la realización de delitos contra la propiedad intelectual.
La Audiencia Nacional ordenó a los principales operadores de acceso a Internet que bloquearan el acceso a Telegram dado que la empresa, que tiene su sede en Dubai (aunque su cerebro es un empresario ruso, para más inri), no respondía a la solicitud de explicaciones pedidas por el magistrado asignado al caso, Santiago Pedraz.
Por si no lo sabes, Telegram es una aplicación de mensajería instantánea similar a WhatsApp. Para muchos, entre los que estoy, no es la principal aplicación de comunicación, pero es un plan B si un día WhatsApp falla.
La noticia salta también coincidiendo en el tiempo con noticias sobre la regulación en Europa de la Inteligencia Artificial y con un amplio debate sobre la normativa sobre privacidad que las compañías (sobre todo pensando en los grandes actores como Google, Meta, WhatsApp...) deben cumplir.
En ese sentido, Telegram ha ignorado los requerimientos de la Justicia y seguramente se ha querido hacer una llamada de atención. "Si quieres operar en Europa, debes cumplir las normas europeas", parece ser el mensaje. Porque también hay grupos que proporcionan acceso a contenidos ilegales mediante Whatsapp y la prohibición no ha caído sobre la filial de Meta (probablemente porque ya están colaborando con la Justicia cuando hay una petición formal de proporcionar información o bloquear servicios que bordean o, directamente, se saltan las leyes).
"Si quieres operar en Europa, debes cumplir las normas europeas", parece ser el mensaje.
Sin ser jurista, desde mi punto de vista, la decisión de prohibir Telegram es totalmente desproporcionada por varias razones: la primera, que hay unos derechos, denominados fundamentales, que están por encima de otros. En España se consideran derechos fundamentales, por ejemplo, la comunicación libre, la libertad de expresión y o el derecho a la información.
Prohibir una herramienta como Telegram por peticiones de empresas privadas que se sienten (seguramente con razón) perjudicadas por ciertos comportamientos de algunos individuos es matar moscas a cañonazos. Se perjudica así a los millones de usuarios de Telegram y se les coartan sus derechos por el delito de unos pocos.
En mi época de estudiante, si nos dejaban solos en clase y alguien armaba barullo, venía el profesor de turno y si no quería complicarse la vida, ale, toda la clase castigada. Pues aquí el juez parece haber optado por aplicar la misma táctica: qué en Telegram alguien piratea, pues bloqueamos Telegram. Aunque puede seguir aplicando la norma: que por el móvil se hacen estafas (y muchas) pues bloqueamos la telefonía móvil; que hay web fraudulentas, con contenidos pedófilos, racistas, face news... pues prohibimos los navegadores web y el acceso a toda la web.
En mi época de estudiante, si nos dejaban solos en clase y alguien armaba barullo, venía el profesor de turno y si no quería complicarse la vida, ale, toda la clase castigada.
Además hay que tener en cuenta que muchas empresas desarrollan actividades totalmente legítimas a través de Telegram: cursos, grupos de debate, foros educativos, atención al cliente, conversaciones dentro de empresas. A todas estas actividades se les crea un perjuicio por el que luego podrían pedir ser compensadas.
Afortunadamente, según las últimas informaciones parece que alguien ha aconsejado al juez que se replantee sus medidas, porque una medida así, además de polémica, crea graves perjuicios y seguro que quien quiera, va a seguir encontrando otras formas de realizar sus actividades al margen de la legalidad.
Pero volviendo al título de este artículo, ¿cuál es la lección que podemos aprender de todo esto? Que debemos analizar la dependencia que tenemos de soluciones tecnológicas de terceros. Muchas empresas se apoyan en herramientas como WhatsApp y Telegram para comunicación con clientes y con los propios empleados. Frente a esto, hay soluciones mucho más profesionales, que además se pueden integrar con el software de gestión, con el CRM, con la web... y que no dependen de terceros para operar.
Debemos analizar la dependencia que tenemos de soluciones tecnológicas de terceros.
Estas soluciones tienen un coste, normalmente asequible, pero también nos ofrecen seguridad y continuidad. El día que se cae WhatsApp (que también se cae cada cierto tiempo) muchas empresas ven alterada su actividad: no pueden pasar avisos a sus operarios (porque al no haber WhatsApp, también las redes móviles comienzan a saturarse con millones de llamadas por encima del uso habitual), no pueden atender a clientes, no pueden gestionar pedidos...
Disponer de una herramienta profesional y dedicada a estas funciones, además de proporcionar un imagen de empresa más profesional, puede ser una diferencia con nuestra competencia. No hace falta esperar a que surjan problemas para valorar si disponer de una herramienta propia puede ser interesante. Que cada cual valore qué es más importante.