Revista Religión
Leer | Isaías 64.8 | Decidí seguir el ejemplo del profeta Jeremías, quien visitó el taller de un alfarero por petición del Señor (Jer 18.1-6). Así que me detuve en una escuela de cerámica para observar una clase.
Allí aprendí que el alfarero tiene poder sobre el barro. Puede hacer con él lo que le plazca. Nosotros, los seres humanos, tenemos un libre albedrío limitado, ya que la voluntad de Dios es más grande. Por eso, aunque intentemos resistir su mano escultora, Él sigue trabajando hacia su objetivo. El gran Alfarero se ha propuesto lograr un diseño particular en nosotros, y tiene un plan para que el mismo tome forme.
El Alfarero trabaja la arcilla con paciencia. Puesto que Dios sabe que la madurez espiritual no puede ser precipitada, Él forma nuestro carácter cristocéntrico lentamente, con una experiencia a la vez. Lo que significa que Él es perseverante, ya que la arcilla humana a veces sale del centro del torno y pierde la forma. De la misma manera que solo se puede dar forma a la arcilla cuando ella está centrada en el torno, nosotros debemos mantenernos dentro de la voluntad del Padre para crecer espiritualmente. El Alfarero maniobra para traer otra vez a su posición, al creyente que se desliza. Él nunca desecha sus vasos, sino que trabaja incansablemente para hacerlos perfectos.
Nuestro Dios es un Alfarero personal. Sus creaciones reflejan su personalidad y su carácter. Y su Espíritu se derrama en cada vaso humano, para que Él pueda ser parte de nuestra vida. El resultado es una obra de verdadera belleza —un santo dedicado totalmente a Él.
(En Contacto)