La ley que se quiere implantar en España sobre una “muerte digna” ha llegado cuando menos lo esperábamos. Viene avalada por el ministro del Interior, Pérez Rubalcaba, cuando los españoles estamos maniatados en el calabozo del paro y en la pista resbaladiza del contencioso saharaui-marroquí.. Yo suspendo mi juicio sobre ese tipo de muerte, como sobre cualquier muerte dictada por el hombre. Me gustaría conocer lo que dice la mayoría de los peritos, la opinión pública, la de los enfermos y la de sus familias.
Pero me siento con derecho a opinar, porque tengo una hermana que padece de alzheimer desde hace más de diez años. Por tanto, me considero afectado directamente por esa ley. A mi hermana la cuida su marido, con un interés conmovedor, desde que la cruel enfermedad se ensañó con ella. La hemos visto en sus primeros momentos atormentada por el fantasma de su desmemoria. La hemos visto, después, inmersa en un mundo donde ya no existen los hijos, ni los hermanos, ni los nombres, ni los apellidos. Se diría que se ha convertido en un vegetal humano sin esperanza de recobrar eso que llaman dignidad.
Ahora vive tranquila en una residencia. La visita su esposo con cariño, la visitan sus hijos con ternura y la visitamos los hermanos con respeto. En ella ya no existe el tópico de la dignidad o de la indignidad. Esas palabras tópicas están en nosotros. A alguno se le ha escapado decir que sería mejor dejar que los paliativos la lleven a la muerte. Pero, en mis ratos de visita, la he mirado una y otra vez y le he dado las gracias por estar ahí, con su desmemoria y su desinterés por el entorno. Le he dado las gracias por estar ahí para que su esposo se acerque y se sienta su servidor. Y le he agradecido que nos haya unido al sentirla como el imán de la familia. Ella no estorba, todo lo contrario.
Me gustaría preguntar a los enfermos que se encuentran en etapa terminal si prefieren seguir aquí o desean desenchufar los cables para pasar a la otra orilla. Es posible que muchos no quieran dar más quehacer a la familia, pero es posible que otros se alegren de verlos unidos por su causa. Sin esos que sufren, no añadimos nada al estado del bienestar, sino un poco de más egoísmo al prescindir de ellos, para eliminar la obligación de seguir atendiéndolos con cariño y ofrecerles un poco de nuestro llamado bienestar.
La opinión colectiva es fundamental para dar una ley de este tipo. Antes habría que ofrecer la oportunidad de expresarse a todos, para el funcionamiento legítimo del gobierno de dar leyes. Hay regímenes totalitarios y dictatoriales que ignoran la opinión colectiva a la hora de legislar. Creen que no es factible o acuden a los que saben que le darán su apoyo sin ningún obstáculo. Deberían existir los canales necesarios sin obstrucciones, pues casi nunca se utilizan. Cuando consigamos eliminar el dolor en el mundo mediante la muerte, nos moriremos de hastío y de egoísmo.
JUAN LEIVA