Una lucha contra el demonio

No sé de dónde saco las fuerzas. Vivir enfermo es un puto coñazo. Ves pasar la vida por delante de tus ojos, ves como otros la viven pero tú no puedes hacer nada más que contemplarlo con cara de póquer, como si la cosa no fuera contigo. Porque, encima, hay que disimular, claro.

Lo que digo: un puto coñazo.

Y luego las preguntas, que porqué a mí, que si habré tenido la culpa, que si esto y que si lo otro. Tonterías. A veces las preguntas que nos hacemos los seres humanos son estúpidas y las repuestas, cuando las hay, no sirven para nada. ¿De qué me serviría a mí saber porqué tengo cáncer? Pues eso. Aquí lo único que hay que saber es que estoy jodido y que lo voy a estar durante el resto de mi vida. Esa es la verdad que tengo que asumir y contra la que me tengo que preparar porque ahí, en esos terrenos pantanosos, será donde se libre la madre de todas las batallas. De hecho ya se está librando: por un lado el cáncer y por otro mis dudas, mi vida y la necesidad de disimular.

Por eso digo que no sé de dónde carajo saco las fuerzas. Si me pongo a pensarlo seriamente me dan ganas de vomitar porque me enfrento cara a cara con la misma raíz del mal, con la enfermedad pura y dura, con el cáncer en todo su esplendor. Supongo que las fuerzas me la dan mi seres queridos. Imagino que es por ellos por los que quiero seguir vivo. De ahí se deduce que si no tuviese a nadie en el mundo seguramente no tendría fuerzas para luchar y no lucharía, así que estaría muchísimo peor. También saco fuerzas de este blog. Quiero seguir escribiendo cada día y demostrar que es posible mantener una lucha contra el demonio, no para vencerle, pero sí para darle guerra.

Al final todo se reduce a eso, a que tengo que pelear cada día y la verdad es que cansa mucho pero, en fin, qué le vamos a hacer, esto es lo que me tocó y esta es mi vida, así que no tengo más remedio que vivirla.