Una luz en la oscuridad
Son las 2 de la madrugada. Mis párpados desafían la gravedad, en mi retina se grava la oscuridad de la noche. El destello de un recuerdo se dibuja en mi mente, da ritmo a mi corazón, me encuentro en el medio de la noche pero no es posible conciliar el sueño.
Sobre la oscuridad de la noche, mi mente proyecta una imagen, es un destello, un resplandor que ilumina la esperanza.
Es como si una fina tela de araña cubriese su pupila, robando su resplandor, y queriéndola cerrar. Cada parpadeo se convierte en una apisonadora que destruye la fina tela, dotando nuevamente la mirada de ese brillo húmedo por unos segundos, hasta que vuelve a aparecer la fina capa. Es una lucha entre la vida y la muerte.
La mirada se hunde en la concavidad que alberga el ojo, el lecho quiere acunarlo, pero se niega sabe que es el tálamo de la muerte.
La mirada se seca y hunde segundo a segundo. Se evapora la vida. Se deshidrata la mirada y con ella la vida de Mekonen. El ojo mira ya sin ver, la conciencia se empieza a perder.
Pero el corazón sigue latiendo, ahora más que nunca, está dispuesto a darlo todo, hasta el último latido con la esperanza de encontrar el ansiada agua que revive.
Se agrietan los labios… La elasticidad de la piel se pierde. El médico toca su abdomen, y en la piel se mantiene el pliegue.
Un cálido líquido cubre ahora todo el lecho. Podría ser orina, pero son las líquidas heces. El líquido que se escapa entre el tiempo.
No podemos esperar.
La enfermera se ajusta los blancos guantes con decisión. Toma el brazo, examina, palpa, en búsqueda de una vena. La encuentra a la altura de la muñeca, con firmeza y seguridad clava la aguja en búsqueda del vaso venoso. No lo encuentra. Lo vuelve a intentar. Tampoco.
Prueba otras localizaciones. Finalmente prueba en la parte lateral de la cabeza.
Brota dentro del catéter el ansiado líquido rojizo. Alegría. La hemos encontrado. Estamos dentro de la vena. La habilidosa enfermera fija con esparadrapo el catéter para no perderlo y conecta una bolsa de suero salino, el ansiado líquido que el cuerpo de Mekonen está deseando.
El suero salino pasa de la bolsa a la vena de Mekonen a chorro.
Es un chorro de vida.
Ahora empieza el cambio.
El líquido perdido a través de las heces empieza a ser compensado por el que entra al seco cuerpo de Mekonen a través de la vena.
La tela de araña que cubre la pupila se empieza a fundir, a deshacer por la humedad que impregna cada parpadeo, un húmedo destello empieza a dar brillo a la mirada. Mekonen vuelve a fijar la mirada, vuelve a ver, vuelve su conciencia.
La Alegría se cuela en la sala junto a la vida, y se contagia de corazón a corazón. Las habilidades y conocimientos de la enfermera y de todo el equipo lo han hecho posible.
Quiero destacar el trabajo en equipo, esto es lo que es Gambo, un trabajo en equipo, compromiso.
La alegría es mérito de todos. Empezando por la limpiadora que ha mantenido la sala limpia, ha cambiado las sábanas mojadas por las heces, ha mantenido la higiene de Mekonen, la cocinera que ha elaborado la injera que ha servido de alimento a la madre y ha permitido a la madre estar en todo momento junto a Mekonen, compartiendo el calor de sus manos. El equipo de enfermería que lo ha atendido.
Es un equipo, es una red, un trabajo compartido, un mérito de todos. Esto es Gambo, un equipo maravilloso de personas, un engranaje que hace rodar día a día el hospital, combatiendo la enfermedad, construyendo esperanza y alegría, y siempre alimentando vidas y acompañando con Amor.
Limpiadoras, auxiliares, enfermeras, nutricionistas, cocineras, jardineros, médicos, misioneros… un engranaje que mueve la alegría, que es capaz de convertir la tristeza en Alegría, en fuente de vida, restaurar la salud. Las almas anónimas de Gambo, las heroínas de Gambo.
Hay mucho trabajo detrás de la vida de Mekonen y muchas otras vidas como la de él que llegan cada día a Gambo a las manos de nuestros trabajadores.
Os seguiremos contando las historias con alma que llegan al hospital.