Una luz por Navidad
De color rojo y blanco, con un frío para guantes y gorros, el olor a turrón y caramelo y la escena que todos tenemos en la cabeza: la familia completa compartiendo manjares mientras al fondo, entre risas y abrazos, titilan las luces del árbol. Debajo de este, una fila de regalos apilados que amenaza con llegar hasta la otra punta del salón, donde aguarda la chimenea una Nochebuena tras otra. Así son estas entrañables fechas, y así nos envuelven y nos arropan, aunque también, sin querer nos arrollan en su esfera de consumismo hasta el punto de ser raro quien pare a echar un ojo a sus compras y no descubra que casi la mitad de sus paquetes son detalles innecesarios, muchos de ellos para gente con la que hay que quedar bien sin más.
Mientras tanto, muchas familias dibujan su navidad sobre el cartón de una caja de leche, con olor a humedad y en colores blanco y negro. El mismo frío pero sin guantes del Claire’s y una escena de cejas arqueadas que se intentan esconder como sea de la presión navideña. Pues incluso sin mala intención, entre amor y alegría, la sociedad entera, como si se tratara del patio del colegio, saca su dedo más punzante y señala al que no estrena, al que no viaja, al que no puede.
No es un problema de particulares. Bien lícito es que quien trabaja para poder permitirse la langosta en el Celler de Canroca vaya a cenar allí, el tema es el dinero público. Yo no me cansaría de aplaudir a los alcaldes que, en defensa de ese espíritu navideño de unión y solidaridad que nos envuelve, decidieran ahorrarse (ahorrarnos) un poco en el alumbrado desmesurado de las calles en Navidad o en la mitad de los interminables pero efímeros fuegos artificiales y a cambio contratasen músicos callejeros que tocasen en el centro para crear ambiente, cocineros en paro que cocinasen comida para los que no cenan, actores y actrices que entretuviesen a los que salen a pasear y alimentasen la ilusión de los más pequeños… Por repartir un poco con los artistas.
Desde luego, para los que son de cenas copiosas, la Navidad no es buen tiempo de apretar cinturones y es que puestos a ahorrar, quizás debieran tirar antes de sobresueldos, pagas desorbitadas, dietas de lujo y tantos otros derroches que ciertamente dejan al alumbrado navideño y la pirotecnia a la altura de minucias.