Revista Cultura y Ocio

Una maleta. Libros. Un viaje

Por Mientrasleo @MientrasleoS

Una maleta. Libros. Un viaje
     "Toda ciudad necesita una novela dedicada a ella. París tiene su novela, o Madrid, o Barcelona. Bilbao me di cuenta de que no la tenía, había que escribirla."
Félix G. Modroño 
Autor de La ciudad de los ojos grises
     Dicen que este año la gente ha podido viajar menos. La crisis. Mucha gente ve programas de viajes, documentales de la naturaleza, incluso el Google Earth nos echa un cable para que podamos visitar las ciudades a las que no llegamos. Pero claro, nos perdemos los olores, las gentes, las calles, los ambientes... no es lo mismo. Por eso yo cuando quiero viajar desde mi casa, acudo a los libros. No a esas aburridas guías de viaje que vienen repletas de mapas y fotos de monumentos y que sólo me sirven para hacerme creer que soy capaz de leer un mapa, sino a las novelas.
      Este año comencé mi viaje en Santander. Leyendo La saga de los Longevos me pasee por sus calles, plazas y restaurantes hasta pararme en un monumento que recuerda el incendio que destruyó parte de la ciudad hace unos años, así que aproveché esa pequeña puerta en el tiempo para conocer el otro Santander, el añejo, de la mano de Galdós. Un imprescindible que además hizo que mis pasos terminasen frente a una cita suya en mi playa favorita. Pero había que seguir viajando, tantos lugares y destinos que me costó elegir. Y lo hice tímidamente, esta vez me fui a Oviedo, Vetusta, de la mano de La regenta para descubrir sus calles y costumbres, con ese sabor a obra maestra respetable, con clase. Avancé hasta Santiago de Compostela, porque me gustan las ciudades con misterios y me habían dicho que allí estaba El ángel perdido. Lo encontré entre estrechas calles y algún bar de tapas para hacer un descanso tras bajar las escaleras hasta la Plaza del Obradoiro. Y busqué entonces un cambio, aún sin alejar mis pasos demasiado, así que me tocaba ir a Bilbao y recorrer una ciudad en constante cambio. Lo hice con La ciudad de los ojos grises descubriendo anécdotas y restaurantes, bares y mercados y, como no, una ciudad que se abría paso con fuerza hacia la modernidad. Tantos lugares para visitar... tantas cosas por ver... que decidí hacer algo que no hubiera podido en la vida real y es asomarme a La Fiesta de los San Fermines, gracias a Hemingway para luego hacer una parada y descansar de tanta carrera junto a Zafón en Barcelona, una ciudad por cierto que tenía mucho por enseñarme. No en vano Mendoza nos había avisado que era La ciudad de los prodigios. Como prodigiosa se siente también Madrid, llena de historias, incluso con un Barrio de las Letras. Aquí puedo elegir si quiero conocer la ciudad de Fortunata y Jacinta o los barrios de Historias del Kronen. Puedo perderme en un museo buscando El maestro del Prado, puedo hacer casi de todo, menos parar. Porque me espera El hereje para enseñarme Valladolid y preguntarme si, tal vez, he pensado que en Valencia hay Cañas y Barro o en Sevilla La piel del tambor o mejor, tengo una guía excepcional si consulto a Matilde Asensi. Tantas ciudades, tantos lugares... tantas cosas por ver que empiezo a sentir que el tiempo se acorta y se acaba el día, que la maleta pesa cada vez menos y no me queda apenas espacio para almacenar las fotografías que quedan marcadas a fuego en pequeñas descripciones de apenas un puñado de párrafos.
     Pero a estas alturas ya es tarde pensar en regresar. Ya me siento casi fugitiva de mi propia casa y cuando cierro el libro no soy capaz de reconocer las paredes que me rodean ni el lado de la cama en el que tengo que dormir. Así que busco viajes más largos, ya sin miedo a perderme y terminar en El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas porque sé que se trata de Tokio, y que allí me espera Murakami para mostrarme sus rincones y sus espacios secretos ocultos a la vista. Y también quiero conocer París, pero no ese París romántico que aún no me he decidido a abordar, sino el de Los tres mosqueteros lleno de intrigas y traiciones en cada callejón oscuro sabiendo que para los traidores hay un lugar perfecto: San Petersburgo, porque allí tienen una máxima, Crimen y castigo, y nadie se escapa. No como yo, que empiezo a echar en falta una cara amable. Cojo mi maleta, cada vez más pequeña, y me dirijo mapa en mano buscando una sonrisa de esas que hacen que salta el sol. La sonrisa Etrusca, estoy ahora en Milán, incluso triste pensando en La insoportable levedad del ser... que me lleva a abrir los ojos en una nueva ciudad: Praga, monumental, preciosa, como Venecia donde aún hay luto por lo que llamaron Muerte en Venecia y que ni siquiera La tempestad pudo borrar. Me paro un segundo mirando el mapa, dudando si conocer Nueva York, si llamar a Auster para que me enseñe Brooklyn Follies o dejarme caer por La frontera de McCarthy unos centímetros más abajo en México. Pero, como ya he dicho es tarde, y empiezo a estar cansada, así que me decido por un viaje en el tiempo para irme acercando a casa, parando en Londres con Dickens y tomando un té a media tarde para coger fuerzas y terminar mi viaje literario en Lisboa. Allí dicen que Sostiene Pereira se hizo un dicho conocido, pero creo que hoy, antes de acostarme sin saber donde amaneceré mañana, prefiero mirar un momento las letras de Pessoa. Esta noche, para descansar de mi viaje, quiero perderme por los barrios de esta hermosa ciudad.
     Y vosotros, ¿Qué ciudad estáis visitando con vuestra actual lectura?
     Gracias
   

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