Visitar el Museo Británico es como dar un largo paseo por la historia de la humanidad. No voy a entrar en debates sobre expolios, guerras o reivindicaciones y mucho menos sobre el tema de los frisos del Partenón. No tengo cuerpo para polémicas.
Caminas por los majestuosos pasillos del museo cambiando de siglo, civilización, cultura, país o religión y llegas a la conclusión de que hay que estudiar la historia del mundo, no solo la de tu país o ciudad, porque es fundamental para entender el mundo actual y de paso entender que, en el fondo, todos somos iguales.
Hace unas semanas escribía sobre informática y globalización, tema en el que creo firmemente, pero también, y no es contradictorio, creo en la arqueología. Porque gracias al estudio del pasado algún día sabremos por qué existimos y por qué vivimos como vivimos.
La globalización debería de ser entendida desde la igualdad. Tema peligroso y delicado. No voy a entrar en temas de feminismo, porque considero que es algo tan natural que no concibo tener que explicarlo. Si no crees que las mujeres y los hombres somos iguales (en derechos y obligaciones), por favor, deja de leer este artículo y sal de mi blog. No eres bienvenido o bienvenida.
Hablaba de igualdad entre culturas, religiones, paisajes, climas. Porque somos humanos, pero somos consecuencia del lugar, la situación económica, el año o el entorno en el que nacemos. La igualdad, a lo mejor, consiste en comprender la desigualdad.
Tengo debilidad por la arqueología. Howard Carter, Heinrich Schliemann o Champollion fueron mis héroes de juventud. Hasta que apareció Indiana Jones (Harrison Ford está de muy buen ver) y mi superficialidad innata me hizo adorar falsos arqueólogos. Una no es de piedra, pero si tuviera que serlo estaría encantada de ser la piedra Rosetta y aportar sabios conocimientos a la humanidad.
Pero mejor vuelvo a la globalización, porque quiero expresar cierta indignación. Un museo es para disfrutarlo y para aprender, no para pasear con el móvil posando para Instagram.
Como prometí en un artículo anterior, nada más llegar a Londres he cumplido con mi obligada visita a los girasoles de Van Gogh en la National Gallery. Como consecuencia del desagradable incidente con el tomate que unas supuestas ecologistas le esparcieron por lo alto, se ha convertido en un lugar de peregrinaje de influencers; que probablemente no conocían la pintura hace unas semanas y que ahora se hacen fotos delante del cuadro con expresión profunda y pensativa. Yo me hice una foto agarrada a mis dos novelas, lo reconozco. No soy mejor que nadie y he cargado por todo Londres con mis dos obras (en su nueva edición en tapa dura disponibles en Amazon) por un único motivo: la foto con mis girasoles.
Lo sorprendente es que esas personas (influencers o gilipollas) entraban, buscaban los girasoles se hacían la foto y se iban de la National Gallery por donde habían entrado (probablemente hacia el Primark, aquí pronunciado “praimark”). Tremendo. Están en el sitio más calentito y más seguro del mundo y solo entran para hacerse una foto delante de una determinada pintura porque ha sido trending topic. Muy patético.
Me han entrado ganas de derramar una lata de sopa por encima de alguno de los trabajos de Murillo expuestos en la galería para promocionar la cultura patria. También me gustaría promocionar la cultura patria gratuita, pero no puedo, porque entrar en el Museo del Prado, por poner un ejemplo, cuesta un dinerito curioso.
Mejor me desindigno (y me invento una palabra de paso) porque este artículo lo estoy escribiendo sentada en un banco de la sala egipcia del Museo Británico. No tengo ni idea de cuándo lo publicaré, tengo que releerlo mil veces y corregirlo hasta la saciedad. Zascandilear por Londres cargando con el portátil tiene sus inconvenientes, pero la satisfacción de estar sentada escribiendo en un lugar tan mágico compensa el dolor de hombro.
La recarga de energías que me está produciendo me va a durar muchos meses, ojalá mi móvil se pudiera recargar de este modo. Llevar en el bolso el adaptador trifásico también tiene sus inconvenientes, ¿veis? Hay mucha tecnología por descubrir.
Deseo que el futuro sea mejor que todos los pasados y presentes. Lo mejor está por llegar.
P.D.: Regreso a casa con nostalgia de Londres, pero con la suerte de volver a Cádiz que desde el punto de vista arqueológico tiene mucho que enseñar. Que a trimilenarios no nos gana nadie.
Volveré de nuevo a Londres.
Nota: este artículo se escribió en el Museo Británico el seis de diciembre de 2022. No paso en Londres tanto tiempo como quisiera.