Mañana tengo hora con el médico. Hace un par de días, fui al centro de asistencia primaria y me dijeron que yo no existía, así que tuvieron que abrirme un expediente y darme hora para este jueves.
Tengo un dedo y una articulación fastidiados desde mediados de noviembre, cuando vino un sensei japonés a visitarnos al dojo; por regla general, esas visitas funcionan así: viene un señor que lleva toda la vida haciendo artes marciales y nos dice cuán mal lo hacemos y qué deshonra suponemos el noventa por ciento de nosotros para la disciplina que él ama; el traductor suaviza el golpe, y el invitado coge fuerzas para volver a dejarse engañar al año siguiente.
Dicho esto, cabe aclarar que los nipones son máquinas de matar desde los tres años, y nosotros solemos llegar a estas curiosas aficiones (por lo menos, para nuestras madres) con una o dos décadas de retraso. ¿Pero por qué os cuento esto hoy? Porque ese día alguien me dio un mal golpe, o yo retorcí algo, o crují un no sé qué o fracturé un qué se yo, y, desde entonces, aquí estoy, escribiendo a lo taquígrafa de principios de siglo, quejándome mucho, empastillándome de vez en cuando y descansando la mano cuando no hay más remedio.
Evidentemente, esto no me evitó seguir entrenando como pude, ni viajar a París y pagar casi seis euros por un café (oh, mon dieu!), y tampoco terminar de corregir el primer borrador de la novela, y empezar a moverlo un poco con el fin de recopilar alguna que otra opinión. Una novela que me he planteado como el final de una etapa y el principio de otra; como un camino que quiero abrir, y que quizá, sin darme cuenta del todo, ya esté abierto, y una despedida acorde a cuatro años de caos, pero de muchas alegrías.
Caos descansando en una terraza (junio de 2012).Y a medida que planteo y consolido proyectos, siento la necesidad de cerrar otros; por eso, antes de que termine este 2016, no quiero daros mucho más la lata con De cómo los animales viven y mueren en el blog, sino regalaros dos o tres cosas como agradecimiento por vuestra fidelidad como lectores y lectoras, y dar un par de sorpresas finales con las que encaminarnos al qué vendrá.
Sí, sé que no he desvelado mucho por ahora; pero es que, si lo hago, os fastidio uno de los dos próximos artículos por completo, y, además, por si no os habíais dado cuenta esto es, fundamentalmente, una entrada de blog donde vengo a llorar porque me duele la mano y mi mujer está hasta el… moño de oír cómo me quejo.