Revista Historia

Una medicina llamada porquería

Por Ireneu @ireneuc

Una medicina llamada porquería

Suciedad necesaria

Cuando vemos a un crío lleno de mierda hasta las cejas, la reacción más normal que podemos ver de sus padres es la de estirarse de los pelos ante el espectáculo. El niño, seguro que llegará a casa con una sonrisa de oreja a oreja, pero a los padres -sobre todo a la madre- seguro que les dará un auténtico patatús. Quién más, quién menos que está leyendo estas letras se habrá llevado una reprimenda en su tierna infancia justamente por esta acción, la cual, para los ojos de algunas madres, es un auténtico atentado terrorista para con ellas. Sin embargo, esta acción, que pudiera ser una fuente de infecciones sin límite para el retoño, según los científicos no sólo no sería mala sino que, y aunque parezca lo contrario, sería hasta necesaria. Se trata de la Hipótesis de la Higiene.

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Alergias cada vez más extendidas

Durante los últimos años, seguro que no se le habrá escapado a la atención, la cantidad ingente de casos de alergia que afectan tanto a niños como a adultos. Cosas que anteriormente no hacían ningún efecto, ahora resulta que somos tan alérgicos a ellas que incluso nos puede dar un choque anafiláctico y enviarnos al otro barrio. ¿Qué está pasando aquí? La contaminación ambiental, los continuos productos químicos que absorbemos por uno u otro canal, en definitiva, la falta de condiciones salubres, parece ser la respuesta más habitual ante ella, pero los investigadores están apuntado para otro lado como el propiciador de esta auténtica pandemia, y se han focalizado, justamente, en nuestros hábitos de higiene, especialmente con los niños.

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Limpieza demasiado efectiva

En la actualidad, la gente nos duchamos cada día, nos lavamos las manos continuamente, lavamos la ropa varias veces por semana, fregamos el suelo con asiduidad, etc... todo ello imbuidos en una cierta obsesión de higiene de cara a evitar supuestamente las enfermedades. La higiene personal, por tanto, la hemos llevado al extremo y si bien, una cierta higiene es necesaria, resulta que, en pos de nuestros miedos socialmente aceptados, estamos limpiando demasiado, hasta el punto de llegar a afectar a nuestro propio sistema inmunológico.

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Respuestas exageradas

Los investigadores se basan en el hecho de que el cuerpo, para poder generar defensas contra aquel agente invasor, necesita haber estado en contacto con él. Si, por efecto de una higiene excesiva, resulta que no nos llega ningún agente invasor, nuestro cuerpo se encuentra totalmente armado pero sin ninguna guerra que librar. Ello conlleva, por tanto, que acabe por actuar de forma exagerada ante la más mínima partícula extraña, intentando matar moscas a cañonazos, con el añadido de que estas "moscas", encima, son conocidas e inofensivas. 

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Sistema inmunitario en desarrollo

Los niños, mediante sus juegos y sus cochinadas típicas estarían entrando en contacto con los diferentes patógenos, lo cual les permitirá desarrollar su sistema inmunitario y ser capaces de repeler con éxito todo tipo de pequeñas infecciones, potencialmente destructoras. Este sistema sería la base de actuación de las vacunas. No obstante, lo más gracioso es que el cuerpo, no solo necesita tener contacto con dichas partículas, sino que incluso tiene necesidad de coger mercenarios. Mercenarios biológicos que, con una higiene extrema, no se pueden desarrollar... con todo lo que ello puede comportar.
En este caso, el cuerpo, en contacto con ciertas bacterias y parásitos, produce una serie de respuestas inmunológicas que de otra forma no obtendría. El caso de la flora intestinal (tan loada por yogures y otros productos lácteos) sería un típico caso de este tipo de simbiosis bacteriana, pero no es el único, existiendo el caso de algunas lombrices intestinales sin cuyo concurso, hay gente que puede morir de asma.

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Lombrices intestinales

El Ancylostoma duodenale, un pequeño parásito blanco de 1 cm de largo, que se transmite por consumo de verduras sin lavar o por caminar con los pies descalzos por sitios infectados y vive sobre todo en el intestino delgado, tiene una doble afección para el cuerpo humano. Por un lado, en caso de una infestación fuerte, la persona puede padecer anemia -al vivir de la sangre de la mucosa intestinal-, flojera crónica y un molesto picazón en el culete. No obstante -se desconoce exactamente el porqué- estos pequeños animales, ayudan al cuerpo a que no se desarrollen episodios de alergia alimentaria, asma e incluso diabetes, hasta el punto que algunos colectivos de afectados de asma severa, hacen un auténtico tráfico de estos parásitos, debido a los beneficios que les reporta en el tratamiento de su enfermedad.

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Ni tanto, ni tan calvo

En definitiva, que tanto miedo social hemos generado en torno a las enfermedades y a las infecciones, que de tanto querer evitarlas, nos estamos provocando nuevas. El ser humano "civilizado" se ha convertido en una auténtica burbuja aséptica totalmente aislada de su entorno natural, lo cual le impide cualquier interacción biológica con el resto del mundo, y para el cual estaba preparado. Cierto es que esta interacción puede producir enfermedades, pero por no querer lo malo, tampoco estamos obteniendo lo bueno, volviendo exactamente al punto de partida, donde nuestro propio miedo nos produce justo lo que pretendemos evitar.
La próxima vez que vea a sus hijos hechos un Adán, y por mucho que alguna vez eche de menos a Herodes, recuerde que, posiblemente, los críos instintivamente sepan mejor lo que están haciendo que usted mismo. Al menos, seguro que llevarán una sonrisa en los labios.
Usted, no.

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Sonría. Son niños.


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