Lo hacía a diario, salir por las tardes, nevara, hiciera sol o un viento endiablado. Llegaba a casa después de trabajar, se preparaba la comida sin demasiado empeño, se hacía un café y se sentaba unos minutos en el sofá a ver el telediario. Se lamentaba siempre de la situación actual, sin tener muy claro tampoco que épocas pasadas hubieran sido mejores. Cada siglo tiene sus problemas, se decía siempre en silencio. Dejaba que el café se enfriara mientras lo removía con calma.
Y después de un rato cogía su cámara de fotos y se bajaba a la calle.
Amante de los 90 y el pop sacaba a pasear su cámara LC-A por la ciudad, intentando retratar todo aquello que a su ojo era digno de permanecer en el tiempo, aquello que era necesario capturar en un instante para recordarlo en el futuro.
Besos robados, buscados, deseados.
Manos entrelazadas.
Miradas que se encuentran o que huyen.
Hojas temblando levemente con la brisa.
Faldas a punto de alzar el vuelo.
Copas llenándose.
Agua cayendo sobre la piel.
Atardeceres rojizos, grisáceos, sonrosados o azulados.
Todo retratado con su defecto de fábrica, la superexposición, el desenfoque, la sobresaturación.
Todos esos pequeños errores transformando el mundo desde su mano.
No hay más verdad que una mentira en cien fotografías.
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