Quería editar este artículo porque me gustaría poder darle la profundidad que creo que merece. Hasta ahora no había tomado decisiones, o por lo menos, las decisiones que había tomado habían sido tan complicadas como a qué hora cojo el bus, qué asignatura merece más esfuerzo por mi parte, a qué dedico el tiempo libre o qué me pongo hoy. En realidad, he comprendido que la vida se viva a base de decisiones. Siempre que elegimos un camino u otro, un método u otro, una manera o esta otra, estamos condicionando lo que pase después, sacrificamos lo que podría haber pasado y elevamos la vista y seguimos hacia adelante sin habernos percatado siquiera de la cantidad de decisiones que hemos tomado.
Luego llega el momento en el que tomas decisiones más difíciles, como el dejar un trabajo por otro, y no te das cuenta de lo que has hecho hasta que no tienes la decisión encima. Esas decisiones, como las de comprarte una casa o pedir una hipoteca, sabes que van a durar más que aquellas que tomas en tu día a día, y que, por tanto sus consecuencias son más grandes. Tienes una sensación rara, a veces la certeza de que la has cagado, otras veces simplemente te limitas a dejarte llevar y, por último, cuando ya no puedas dar marcha atrás, descubrirás si has acertado.
Es una mezcla entre lo lleno que te sientes por tener una oportunidad y lo vacío que te quedas por tener que renunciar a algo. Es como yo, que recientemente he dejado el trabajo en el que llevaba mucho tiempo para tener la oportunidad de hacer realidad el sueño de ganarme la vida como periodista. Y me siento llena por el nuevo puesto, por todo lo que aprenderé, por lo bien que me siento teniendo mi hueco, aunque sea temporal. Y me siento vacía por aquello a lo que he tenido que renunciar, por despegarme de la seguridad que me daba, por tirarme al precipicio sabiendo que, quizá no tenga seguridad a la que volver.
Y es que, es verdad, desde que nos ponemos por la mañana hasta qué desayunamos, a qué hora cogemos el autobús o qué camino escogemos para ir al trabajo, todo en nuestra vida está formado por pequeñas decisiones. Pero cuando toca tomar decisiones de las grandes, da tanto miedo que te sientes paralizado, y de pronto se instala en tu estómago un nudo que todavía a veces no te deja ver lo acertado de haberte tirado a la piscina. Pero a veces no se trata de no tener miedo, sino de transformarlo en vértigo, que es igual pero mejor, porque no nos paraliza… sólo nos hace conscientes de lo que tenemos que afrontar.