Revista Insólito

Una mínima flor de jazmín

Publicado el 30 septiembre 2020 por Monpalentina @FFroi
"Nada hay más difícil que un principio. Si con esta escritura consigo la calma y perturbo a los que están calmados, ya me doy por pagado" (Lord Byron). De acuerdo, al menos, en la dificultad que se siente ante la hoja en blanco. Hay días en que un riachuelo hace cosquillas en la mente y brota impetuoso, y otros, opacos, en los que no me decido a elegir tema, hilar palabras, enlazarlas para que tomen vuelo y salgan a la luz. Comprendo que escribir es una pasión, una entrega, no la búsqueda de perfección absoluta reservada a los elegidos. Por lógica, admito, con humildad, que, a veces se acierta, no siempre y, sin embargo, seguir, resulta placentero.
Una mínima flor de jazmín

De nuevo, la primavera está aquí, risueña, en puro contraste con la frialdad de las calles vacías y la tristeza ¿o el miedo? que sentimos al cruzarnos con los viandantes que van a hacer su compra, necesaria, y de los que, inconscientemente, nos separamos. El lunes, en algunas casas del Barrio de María Cristina, las lilas habían florecido. Aún no huelen; tal vez, al pasar deprisa, no reparé en su aroma. Pensé que, en mi parcela, su belleza y olor inigualables me acompañaron muchas primaveras. Al volver a casa, busqué entre las plantas de una mínima jardinera, el moradillo de lavanda extremeña y los alhelíes que me regaló (¡cuántos años ya!) un médico cariñoso e inteligente que salvó, desde nuestra casa, a mi hijo Álvaro -en su magnífico alemán- de una operación innecesaria cuando, con un Erasmus estaba en Saarbrucken: Julio Aguado Matorras. Su flor es pequeña, y se va degenerando por los años, pero los conservo como un don.

Y moví la planta de jazmín extremeño, grande y generoso en verdor, y que, en siete años que lleva conmigo, jamás había florecido. Y, entonces, ¡sorpresa!, allí estaba, una mínima flor color amarillo brillante, buscando refugio entre las ramas gruesas y generosas. Y me nació en el pecho la alegría indescriptible al mirarla una y otra vez. Acepté, convencida, que siempre hay un rayo de luz al final del camino, por difícil que sea. Y di gracias a Dios porque la familia y los amigos siguen bien. Hago acopio de esperanza y recorro el pasillo de la casa. Echo de menos muchas cosas. Quizá, no descubrí, a tiempo, que la felicidad está en las cosas sencillas.

Imagen: Teresa, en perfumesylucesdeextremadura

Una mínima flor de jazmín

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