Lo primero que hay que decir acerca de una novela tan extraña como Una mirada a la oscuridad es que procede de la mente de uno de los escritores más peculiares del siglo XX, el autor de ciencia ficción Philip K. Dick, un hombre cuyas obsesiones y paranoias se veían estimuladas día a día por el uso y abuso de drogas. De hecho, a principios de los años setenta, después de una separación matrimonial, Dick se sometió a sí mismo a una espiral de consumo autodestructiva, hasta el punto de que abrió su casa a cualquier yonqui que quisiera acompañarle. Volver a la escritura solo fue posible después de una durísima estancia en un centro de desintoxicación.
En realidad, el hecho de que Una mirada a la oscuridad se inscriba en el género de la ciencia ficción es meramente anecdótico. La historia que se cuenta (que en el libro transcurre en el futurista 1994) podía haberse narrado en los años setenta sin perder ni un ápice de su esencia. Fundamentalmente la trama sigue a un grupo de drogadictos en un día a día que no lleva a ninguna parte. El protagonista, Bob Arctor, dueño de la casa que los acoge, es en realidad un policía infiltrado para detener a traficantes, aunque poco a poco su personalidad se diluye y empieza a tener problemas de identidad, hasta el punto de que a veces no está seguro de si en realidad está a un lado u otro de la ley, porque se ha convertido en un adicto como los demás de la sustancia de moda, la muerte lenta. De hecho, sabe que el suyo no es el primer caso similar:
"Mientras conducía, Arctor pensó en otras irónicas maniobras propias de agentes y traficantes especializados en narcóticos. Varios policías conocidos suyos se habían hecho pasar por traficantes en su trabajo clandestino, acabando por vender hachís e, incluso, hero. Era una buena coartada, pero el agente veía como sus ingresos iban superando cada vez más el salario que cobraba oficialmente y el dinero que obtenía al colaborar en la requisa de un buen lote de mercancía. Además, los agentes se acostumbraban a tomar sus propios productos; era algo inevitable, un elemento vital. Con el tiempo se convertían en adictos y traficantes de fortuna, mientras seguían desempeñando su trabajo para la policía y en defensa de la ley..."
Pero lo más importante de la novela de Dick no es la trama, ni los pequeños toques de ciencia ficción que salpican la misma, sino la descripción del mundo de la droga desde dentro, lo cual resulta ciertamente estremecedor, pues el lector lo visualiza como un laberinto sucio y falto de luz del cual no se puede salir, si no es ingresando en una de esas clínicas en las que el individuo queda totalmente despersonalizado y de las que tampoco podrá salir en el resto de su existencia si no quiere volver a experimentar el deseo de consumir. La versión cinematográfica de Richard Linklater abunda en ese ambiente como de pesadilla, acentuado por la decisión de realizar la película en animación a partir de la actuación de los actores, pero sin llegar al extremo de crear una obra desagradable a la vista. Se trata de una de las adaptaciones más fieles de Philip K. Dick, por lo que se mantiene la trama caótica e irracional a ratos, de la novela. El arte también debe estimular la fascinación por lo inquietante y esta es la principal sensación que se va a llevar quien se aproxime a Una mirada a la oscuridad en cualquiera de sus dos versiones.