Todos los días, cuando voy del tren al trabajo, me encuentro con una muchacha de ojos oscuros. Tengo la sensación de que es algo más mayor que yo, un poco rellenita y con el pelo muy muy largo. Escribo creo porque siempre que la veo está sentada en la esquina de la calle del Mercadona, donde la inmobiliaria; con su vaso de plástico, sus pies descalzos y la cabeza cubierta con un pañuelo de color azul.
Recuerdo que la primera vez que la vi, me llamó la atención su mirada: tenía un brillo especial. Recuerdo que nuestras miradas se cruzaron pero que rápidamente giramos la cara en sentido contrario y a la vez. Quizás fuera por vergüenza o porque en algún momento alguien pensó (y nosotros nos lo creímos), que sólo se debe mirar a los ojos a la gente que conoces, y cuando tienes confianza.
Al día siguiente nos volvimos a encontrar y volvimos a mirarnos; pero esta vez de un modo diferente. Con cariño, y sin querer; me salió una sonrisa que ella me devolvió. Uno a uno sus dientes de oro, tres para ser exactos, reflejaron los primeros rayos de sol que destacaban con la tez morena de su cara. Sus ojos desprendían una mezcla entre tranquilidad, paz y tristeza, con destellos de alegría. Como cuando alguien sonríe justo después de haber estado llorando, con ganas, a lágrima viva; pero de pronto y sin querer, otra persona hace una gracia que le resulta inevitable pasar por alto. Como si de algún modo ella, se hubiera acostumbrado a su situación o supiera que “aguantar” es lo que le queda y hubiera decidido llevarlo de la mejor forma posible: sonriendo.
Aunque nunca hemos hablado, hay días en los que nos decimos “hola” y otros “buenos días” con más o menos énfasis. Supongo que es nuestra manera de decirnos "qué tal estamos" pero de un modo indirecto. Quizás porque es probable que no hablemos el mismo idioma, o quizás, porque ninguna de las dos hemos hecho nada por comenzar una conversación e intentar entendernos.Desde entonces, cada vez que bajo del tren, pienso en ella y en su posible historia, jugando a inventar cada día una diferente en mi cabeza. También reflexiono en qué pensará ella de mí, quién creerá que soy yo, y sobre todo, cómo leerá ella mi mirada. Aunque siempre acabo con la misma pregunta: si ella, como yo, tiene la sensación de que debe de hacer algo por mí.Yo, la forma que hasta ahora he encontrado, es intentando formar parte de su mundo diciendole un "me alegro de verte" con cada saludo, sonrisa y gesto. Eso que tanto se quejan las personas que día tras día piden ayuda en nuestras calles, y que tanto necesitamos los que madrugamos y usamos el transporte público, en el que un cruce de miradas es un disparo de un cazador furtivo."Más saludos y menos gruñidos por la mañana" podría ser un buen eslogan para un nuevo anuncio de cereales. Quizás sea porque nos falte fibra, o porque las vacaciones, están tardando en llegar y necesitamos a alguien que nos salve de nosotros mismos, o al menos de nuestras rutinas de morder a deshora.