Revista Opinión

Una mujer conoce a otra en un gimnasio

Publicado el 12 marzo 2019 por Carlosgu82

El otro día fui a apuntarme al gimnasio. Le dije a la chica que me atendió que quería un bono para dos personas porque pretendía apuntarme con mi novia. En el momento en que la chica tomó conciencia de que yo era lesbiana la mirada le cambió y se le puso un poco tontorrona. Ya tú sabes, que si sonrío, que si me acerco, que si te pongo la manita en el hombro. Me enseñó el gimnasio, bajamos a la sala de peso libre porque le dije que era lo que solía hacer. Cargué la barra olímpica para intentar hacer peso muerto, y en el momento en que vio cómo adoptaba la forma adecuada que tiene que tomar el cuerpo para recibir la barra (a mi entrenador le fascinaba la naturalidad con la que aprendí a desenvolverme con los movimientos olímpicos) se le iluminaron los ojitos. Le gusté a una chica por mi técnica en el peso libre. Y es una chica guapa. Tiene algunos rasgos vagamente indígenas y un cuerpo muy bien torneado. Está fuerte. Creo que es menor que yo, pero no puedo asegurarlo. Los ojos agradablemente rasgados, un piercing en el labio inferior, pelo moreno largo, es un poco más baja que yo. Me gustó gustarle por esa habilidad mía que poca gente valora.  Tardó poco en contarme que a ella también le gustan las mujeres, no sale con nadie y está deseando que alguna alumna del gimnasio se le insinúe.

Ayer volví al gimnasio, y me la encontré. Yo estaba haciendo poca cosa (me dolía la rodilla y estaba cansada) y ella iba a bajar a la sala de peso libre. Me propuso acompañarla y entrenar juntas. Evidentemente, allí que fui yo. Le dije que ella mandaba en el entrenamiento. Me llevó al límite. Reconozco que en tren superior me supera ampliamente, casi maneja el doble de peso que yo (tampoco es que sea yo extraordinaria). Me obligó (invitó, insistió, me acompañó) a hacer al menos unas 10 series hasta el fallo. Evidentemente dejé de poder iniciar el movimiento sin ayuda. Se quedó a mi lado, en todas las series, animándome, ayudándome con sus manos a levantar el peso que me superaba por poco. Siempre por poco, pero siempre me superaba; ella había decidido que fuera así. Yo iba a entrenar en 20 minutos y estuve allí una hora y media. Me llevó al límite y fue estimulante, echaba de menos sentirme así.

Hoy me duele de forma agradabilísima todo movimiento que implique cualquier músculo entre el bíceps y la línea media de la espalda y el pecho. Con cada pinchacito aparece la imagen de alguna parte del cuerpo de Naomi. Me llevó la cabeza a un sitio valioso, me acompañó allí, física (con sus manos) y emocionalmente (con sus palabras), y no fue consciente de la importancia que yo le otorgué. Sí de mi satisfacción, pero no de los matices del significado. Y así es suficiente. Me dio sin conocernos algo que vale mucho, aunque ella no lo percibiera como tal.

¿A qué se debe este afecto por Naomi? Aquí sí que no hay nada que pueda revestirse de intelectualidad. Reconozco que me resulta liberador que no me valore por nada de lo que normalmente me define. Disfruto al sorprenderla con menos de la mitad de lo que puedo dar, aquí no hay ningún reto. Música electrónica y musculacos. Y no es egoísta, no estoy siendo frívola con ella, solo básica. También hay un componente importante de tranquilidad y seguridad en mí misma provocadas por la distancia “intelectual” entre las dos. Y algo de libertad, porque puedo ser quien quiera, mis etiquetas habituales quedan fuera de nuestro terreno de conversación: no sabe a qué me dedico, si triunfo o si fracaso, si me llevo bien o mal con mi familia. También creo -aunque no entiendo por qué- que me relaja saber que ya la tengo ganada, no tengo que trabajar más. Pero lo mejor de todo es que me ha acompañado a explorar mis límites. Eso es brutal.


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