Edición:Libros del Asteroide, 2015 (trad. Concha Cardeñoso)Páginas:336ISBN:9788416213207Precio:21,95 € (e-book: 12,99 €)
Una mujer de recursos(1978), ópera prima de Elizabeth Forsythe Hailey (Dallas, Texas, 1938), es la última incorporación de Libros del Asteroide a su colección, si se puede llamar así, de novelas singulares sobre mujeres que hablan en primera persona de sus quehaceres cotidianos a lo largo del siglo XX, en plena época de transformaciones para ellas, de la que forman parte títulos como Diario de un ama de casa desquiciada(1967), de la estadounidense Sue Kaufman, y Diario de una dama de provincias (1930), de la británica E. M. Delafield. Estas escritoras, aunque publicaron varios libros, alcanzaron su mayor éxito con las mencionadas obras, que llegan al público español por primera vez gracias al laborioso proceso de selección de Asteroide. Sus historias destacan tanto por el retrato individual de la protagonista, de tono simpático y franco, como por el retrato sociológico de su entorno, en el que a menudo se sentían una rara avis.Forsythe Hailey se inspira en su abuela para crear a Bess Steed Garner, la protagonista de Una mujer de recursos, una chica nacida a finales del siglo XIX en una localidad de Dallas. La obra, de género epistolar, comprende prácticamente toda su vida, desde que era una niña hasta finales de los años sesenta, con especial detalle de las etapas del matrimonio y el proceso de hacerse mayor. El proyecto, según explica la autora en el prólogo, surgió a raíz de una sugerencia de su marido, el dramaturgo Oliver Hailey, que le propuso que escribiera sobre «una mujer que se libera sin tener que irse de casa» (pág. 10). En efecto, su abuela no llevó una existencia convencional, a pesar de estar casada y tener hijos, como mandaba la tradición. Forsythe Hailey comparte algunas de sus pasiones, como viajar, lo que le facilitó ponerse en su lugar y darle voz. Decidió que Bess se expresara a través de las cartas porque no se veía capaz de escribir una novela de estructura clásica y, además, este formato le permitía estimular al lector, ya que, al conocer solo su punto de vista, debería leer entre líneas para imaginar lo que no se cuenta. El resultado es un texto ameno y fresco, de lectura fluida, que contiene un sinfín de reflexiones en cada misiva.Anne Tyler dijo de Bess Steed Garner que «es un personaje tan extraordinario que me parece haber estado escribiendo esta reseña sobre ella y no sobre el propio libro». ¿Y por qué resulta tan excepcional? Muchos comentarios se hacen eco de su fortaleza, su entusiasmo, su vitalidad, su carácter dominante. Sin embargo, antes de eso, se podría decir que Bess aprendió la lección que recuerda Virginia Woolf en Un cuarto propio: para que una mujer sea independiente, necesita dinero. La independencia de Bess comienza poco después de casarse, cuando recibe una herencia con la que ayuda a su marido hasta que este se labra una posición. Más tarde, ella misma se adentra en los negocios. Estos recursos, sumados a su buen tino a la hora de invertir, son los que le permiten elegir su camino: construir una casa, descubrir el mundo, pagar los estudios de sus hijos, hacer favores a los demás. Por lo tanto, no es «una mujer fuerte que además tiene dinero», sino una mujer fuerte que tiene el dinero para hacer lo que quiere. Y lo que quiere es vivir con intensidad, sin miedo («Me gustaría que en mi epitafio pusiera: “Continuará”», pág. 310).A lo largo de las páginas se muestra su evolución con el paso del tiempo. Momentos alegres y apacibles, pero también amargos, como el accidente de su hija o la muerte temprana de su esposo. Las cartas sacian su sed de contacto con los que están lejos, por eso la conocemos a partir de lo que escribe a su padre, a su amiga o a su cuñada, entre otros. El primer bloque lo conforman los mensajes a su marido. El matrimonio, precisamente, origina algunas ideas muy lúcidas: sus cartas derrochan la pasión del primer amor, pero poco después de casarse se desahoga con su madre: «¿Soy la única mujer casada que tiene esta sensación de ser tan inútil, de estar tan desaprovechada y tan sola?» (pág. 21). Con todo, no se resigna ser el ama de casa y marca su propio ritmo. El hecho de conocer a su cónyuge desde niña —y de ser ella quien contribuyó a su mejora laboral— le pone las cosas fáciles, porque han crecido como iguales y él, a diferencia de otros hombres, no solo no le pone impedimentos sino que potencia su independencia animándola a viajar sola y regalándole un coche.Los viajes constituyen otro rasgo fundamental para entender a Bess, tanto a gran escala —los veranos en Europa y Latinoamérica— como integrados en su rutina —cambios de casa y de ciudad—. A diferencia de sus padres, que permanecieron siempre en el mismo pueblo, Bess no soporta la idea de no moverse; descubrir otros lugares le hace sentir que la vida le ofrece nuevas oportunidades, y trata de inculcar lo mismo a sus allegados, aunque a veces esto se convierte en un arma de doble filo porque los aleja de ella, como cuando su hija se hace adulta. Por este motivo resulta tan interesante que el libro abarque tantos años: se observan los cambios en la relación con los hijos, acompañada de la sensación de que cometió errores al intentar retenerlos. Bess, con su energía desbordante, tiende a proteger a los demás, lo que se agradece en ciertos casos —como cuando está pendiente de una tía anciana—; pero, en su afán de ayudar, en ocasiones se entromete demasiado; una curiosa paradoja en una ferviente defensora de la independencia individual que no obstante se comprende por su amor —intenso, como todo en ella— a los suyos («¿Cuándo deja una de ser el rehén de su familia?», pág. 195).A propósito de la independencia, ser una viuda joven le trajo como regalo inesperado una mayor libertad, de modo que analiza la realidad de forma diferente a una mujer casada. Por ejemplo, asesora a su antigua asistenta, Annie, para que se gane su sustento y no dependa tanto de su marido («¿Por qué las mujeres temen poner en peligro el cariño de sus maridos cuando hacen valer su independencia?», pág. 40). O, cuando su amiga Totsie se separa, la anima a mantener amistades, pero sin casarse de nuevo. Bess, aunque se contradice con sus acciones, a medida que se hace mayor rechaza más el compromiso y valora la libertad personal con una convicción poco habitual en su época («Es irracional creer —e incluso querer, sin duda— que se puedan tener todas las experiencias de la vida con la misma persona. Somos mucho más complicados y muy capaces de ser leales de por vida a muchas personas distintas de cualquier edad y sexo», pág. 237). Reflexiona sobre el matrimonio y la paternidad: según la sociedad, deben ir unidos, pero ella lo cuestiona con afirmaciones tan rotundas como «A veces pienso que los hombres serían mejores padres si no estuvieran casados con la madre de sus hijos» (pág. 139).Entre las idas y venidas de Bess, el mundo sigue su curso. La protagonista no cursó estudios superiores, pero posee cierto nivel cultural —su escritora favorita es Willa Cather, narradora de los pioneros norteamericanos y una mujer que se opuso a los convencionalismos— y presta atención a lo que ocurre a su alrededor, unos detalles que la autora introduce con sutileza: las guerras mundiales, el auge del fascismo y el nazismo en Europa, el derecho al voto de la mujer, el asesinato de Kennedy, etc., hasta completar esta crónica de los cambios fundamentales de la primera mitad del siglo XX en Estados Unidos, porque una persona nunca está aislada de su entorno. Bess se expresa con jovialidad, sin la solemnidad académica, lo que no resta sagacidad a sus razonamientos, sino que incluso potencia su capacidad para contagiarlos a los demás, por aquello de ser pequeñas (pero grandes) preocupaciones cotidianas explicadas con sencillez por alguien que nos resulta cercano.
Elizabeth Forsythe Hailey
Así es Bess Steed Garner, la mujer de recursos que en su vejez aún mira el mundo con la ilusión de una chiquilla. Esta reseña podría eternizarse, porque cada carta contiene tantos detalles, tantas ideas, que solo una llenaría páginas y páginas de análisis. Forsythe Hailey demuestra ser una escritora modesta, pero capaz de aprovechar al máximo sus habilidades para construir una novela mucho más redonda que las de autores más ambiciosos, no solo por el gran retrato de la protagonista, sino por el cuidado con el que cierra todos los hilos —las últimas cartas zanjan las tramas de los amigos— y por la pulcritud del texto, depurado y sin excesos, que alcanza el difícil equilibrio entre la historia amena que invita a seguir leyendo y el fondo rico en contenidos. Una mujer de recursos muestra cómo cambia la vida, cómo el ser humano se sobrepone a la adversidad y cómo las experiencias modifican las opiniones; y nos deja mucho, mucho en lo que pensar.