Revista Diario

Una Navidad sin deberes

Por Una Mamá (contra) Corriente @Mama_c_corrient

Llega la Navidad. Tiempo para compartir en familia, pasar tiempo juntos, salir a ver las luces de las ciudades. Tiempo para jugar sin prisas, hacer construcciones, crear con plastilina, darle al coco, imaginar mil historias con muñecas nenuco, jugar a juegos de mesa, montar en patinete… ¿Seguro?

Desde que Mayor entró en Primaria, siempre ha traído deberes para esos días de Navidad. El primer año, que fue realmente duro en muchos aspectos, le mandaron terminar los libros del primer trimestre, lo que se tradujo en una carga enorme de trabajo, dado que algunos estaban casi sin tocar. Una barbaridad que nos ocupó cada uno de los días de fiesta.

Esa ha sido la tónica desde entonces. Y ya van cuatro años. El curso pasado los deberes eran voluntarios. Por lo que voluntariamente decidimos no hacerlos. ¡Estábamos tan contentos de por fin poder descansar! Pues… ¿sabes qué pasó?… Seguro que ya te lo estás imaginando… Que a la vuelta descubrimos que lo de voluntario era un decir y tuvo que hacer en una tarde todo lo que no había hecho en Navidad, sumado a lo que le mandaron ese día. Os podéis imaginar su disgusto. Y el nuestro.

Como la carga aumenta cada curso, para ese año tiene tareas de todas las asignaturas y, además, esa simpática nota de sugerencias… que como ya tenemos experiencia, sabemos qué debemos hacer para no llorar después.

Una Navidad sin deberes. ¿Es tan loca la idea? Me hago muchas preguntas:

¿Le tenemos miedo al juego?

Resulta que al llegar la Navidad termina el trimestre. Se entregan las notas y a la vuelta empezamos con los libros del segundo trimestre. ¿Tiene sentido sacar tarea de dónde no la hay cuando ellos ya han cumplido y está todo entregado y corregido?

Hace un tiempo escribí un post sobre la importancia del juego libre. Un artículo que gustó mucho y que escribí tras años de reflexión y desde la experiencia que poco a poco íbamos acumulando.

Creo, de verdad, que aunque sea un mensaje que a muchos no guste, como padres tenemos la obligación de dejar claro que el juego es una necesidad básica de nuestros hijos.

Si impedimos que los niños jueguen libremente, si les institucionalizamos cada vez más pronto y más duramente, lo vamos a pagar. Ya lo estamos pagando.

Este modelo de educación del s. XIX, en el que la letra con sangre entra, tiene que ser sustituido por un modelo que respete al niño en su globalidad. Y eso no interesa porque lo que buscamos es una sociedad de estandarizados que produzcan mucho y protesten poco. ¿Cómo los doblegamos? Robándoles el tiempo libre, sometiéndoles a mil actividades regladas, sepultándolos bajo los deberes. No juegan, no piensan.

Los niños no necesitan que les dirijamos su tiempo. Ellos ya saben qué hacer con él. Y jugando descubren el mundo y a sí mismos y aprenden más que sentados en un pupitre.

El juego simbólico, que solo puede desarrollarse en libertad, permite cosas tan importantes como que el niño se forme una imagen de si mismo y del mundo que le rodea. Le permite imaginarse a si mismo en situaciones propias de la vida real y ponerlo en contexto con las realidades de otras personas. ¿Cómo puede ser esto poca cosa?

¿Tenemos que organizarles todo el tiempo libre?

Tengo la sensación de que como vivimos en una sociedad llena de prisas, en las que no consumir o no producir es perder el tiempo, el ocio de los niños está cada vez peor considerado.

Parece que a cada rato hay que estar haciendo algo, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. ¿Dónde queda el tiempo para leer, para charlar, para dibujar… simplemente para ESTAR?

Quizá es porque en el mundo adulto hay mucho vacío y da miedo quedarse a solas con uno mismo. Pero esto a los niños no les pasa. Los niños no necesitan que les organicemos su tiempo libre porque ellos ya saben muy bien qué hacer con él.

¿Los niños no merecen lo mismo que los adultos?

No entiendo qué necesidad hay de sepultar a los niños en tareas que no quieren hacer y obligarles a emplear en ello su tiempo de ocio.

Y una de las razones por las que no lo entiendo es porque no admito que los niños sean ciudadanos de segunda.

Como sociedad, permitimos que los niños reciban un trato que no consentiríamos a los adultos.

Yo no imagino en ningún trabajo en el que uno ha dejado todo entregado, funcionando y con el visto bueno de los jefes,  y que a continuación nos mandaran tareas nuevas para hacer durante nuestras vacaciones bajo la amenaza de castigarnos a la vuelta. Pondríamos el grito en el cielo y reclamaríamos nuestro derecho a disfrutar de nuestra familia y nuestro ocio.

Entonces, ¿por qué los niños no pueden, simplemente, descansar?

El debate de los deberes

Como ya expliqué al hablar del juego libre, nunca he querido abordar en profundidad temas de educación en el blog porque hay que tener mucho tiempo y muchas ganas de batallar. Y yo, para bien o para mal, no tengo ninguno de los dos. Pero de vez en cuando no puedo evitar exponer estas cosas en voz alta, más aún cuando cada vez más expertos están avisando de que así no vamos bien.

Os dejo la reflexión del psicólogo Alberto Soler, que lo explica mucho mejor que yo:


Me emocionan las Navidades. Son mi época favorita del año. La de mis hijos también. Y me gusta que sean nuestras. Que podamos desconectar, estar juntos, hacer nuestras cosas (¡que son decenas!). Nada más. ¡Y nada menos!

Así que yo lanzo mi deseo al aire: una Navidad sin deberes.

Foto | Daniel Grill/Getty Images

La entrada Una Navidad sin deberes se publicó primero en Mamá (contra) corriente.


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