Revista Educación

Una noche especial

Por Juancarlos53

Una noche especial

El cazador la vio tendida en la cama cuan larga era. Su cara era la de una vieja ajada, peluda, toda ella llena de arrugas. Tenían sus ojos el color de los de un husky siberiano, entre gris y azul; el sesgo de los mismos era totalmente achinado. Su boca, su larga y profunda boca, fue lo que llamó especialmente su atención, ¿cómo era posible que la viejita Alba hubiese evolucionado de esa manera? Pero ¿y sus orejas? Jamás Adriano había visto un ser humano que las tuviese erguidas y peludas como las de un... Sí, sí, como las de un lobo. Pero tal cosa era imposible. ¿Un lobo? ¿Un lobo en la casa del bosque donde hacía años que vivía Alba?

Fue cuando observó su panza dilatada, su tripa abombada, cuando el cerebro de Adriano vino a ordenar las ideas que desde hacía breves instantes correteaban por su mente:

-Es un lobo que se ha comido a la anciana y quiere hacerme creer que es ella. Es por eso que se ha puesto en la cabeza el gorro de dormir de la abuela, para confundirme.

Pero no, queridos niños, Adriano no cayó en la trampa. Más bien, rápidamente, optó por encarar el arma que portaba al hombro, apuntar al negro bulto que se intuía bajo las sábanas, y apretar el gatillo. El fogonazo que antecedió por milésimas al ruido del disparo sorprendió a Lica, que así se llamaba el inteligente animal que se había disfrazado de abu Alba.

-Jó, eso no me gusta, papito -dijo entre sollozos uno de los niños que en torno a Azucena estaban sentados. Azucena era la contadora de cuentos contratada por la AMPA para amenizar el día de final de curso a los alumnos de infantil.- ¡Buah, buah! Yo no quiero que Lica muera, a mí me gusta mucho Lica, ¡buah, buah!

"Esta sí que es buena", dijo para sí Azucena. Era la primera vez en los cinco años que llevaba contando el cuento de Caperucita Roja que el final del mismo no era admitido por el auditorio. No sabía qué hacer. "Optaré por el plan B, ese que han urdido los orientadores y pedagogos psicologistas de corte marchesiano".

-No, no, niños, no fue así. Perdonadme, me equivocaba de historia-soltó la contadora de cuentos para salir del paso-; lo que en verdad ocurrió es lo siguiente, escuchad con atención:

La cuentista oficial retomó el relato en el punto en el que la habitual recepción había resultado quebrada:

Fue entonces, cuando observó su panza dilatada, su tripa abombada, que el cerebro de Adriano vino a ordenar las ideas que desde hacía breves instantes correteaban por su mente:

-Pobre Lica, se le ve agotado. Quizás por ello haya aprovechado que Alba ha acudido hoy a la consulta del reumatólogo que tenía asignada desde hacía tres meses para acostarse en su cama.

-Niños -insistió Azucena sacando de su interior una voz sorpresiva por demás-, por favor, mirad que hasta el pobrecillo animal de desfallecido que está ha tenido que comerse la tarta de arándanos y grosellas que la vieja había preparado. Si no lo hubiera hecho habría fallecido. Pero ¿qué veo? El pobre Lica convulsiona, la tarta no le ha sentado demasiado bien. ¡Ah, ya sé, la vieja Alba es una mujer mala que cocina alimentos de sabrosa apariencia para engañar a quienes a su casa se acerquen. No es una pobre ancianita, es una bruja auténtica, es una z...

-¡No, no, yo no quiero que la abuela sea mala! -gritó Lara, una niña gordita, que parecía no tener opinión. Pero fíate tú y no corras, donde menos se espera salta la liebre- Las abuelitas siempre son buenas -añadió la niña- Caperucita acude a casa de su abuela en el bosque para llevarle unos pastelillos que su mamá ha preparado porque la abu Alba es buena, la abu Alba no es mala, la abu Alba no es ninguna Kirke.

De nuevo Azucena, la experimentada contadora de historias, quedó desconcertada. ¡Ah, tampoco esta posibilidad era admitida por la audiencia! Y el público siempre tiene la razón. Es imposible, se dice, que el cliente se equivoque. Y mis clientes son estos niños archisabidillos. Buscaré otra versión. Adelante con la versión C:

Fue al observar su panza dilatada, su tripa abombada, que el cerebro de Adriano vino a ordenar las ideas que desde hacía breves instantes correteaban por su cabeza:

-No sé por qué -habló dirigiéndose a la licabuela-, pero me da, querida Alba, que tienes ardor de estómago. Esa panza desmesurada y esos ojos azul grisáceos, ahora abotargados, así me lo indican. Procederé a liberar tu estómago; verás qué pronto te sientes aliviada.

Y sin más, Adriano sacó de su mochila un escalpelo y se lanzó sobre la supuesta Alba quien, al ver el entusiasmo quirúrgico del cazador, quiso escapar, lo que le resultó imposible. Y es que el cazador, aprovechando un momento de somnolencia postprandial del disfrazado lobo, le hincó en la tripa el escalp...

-No, no, no -lloraba el infante más sensible de toda la sección del colegio que escuchaba el cuento llamado en origen Caperucita Roja-, yo no quiero que a Lica le abran la tripita, no quiero que le hagan daño, ¡buah, buah!

Estamos buenos, estamos buenos, soliloquiaba Azucena, jamás en mis cinco años de ejercicio profesional me he visto en otra. Se está poniendo la cosa difícil. No sé qué hacer. Creo que me voy a inventar una historia totalmente diferente. Haré eso tan antiguo que en los tebeos clásicos se denominaba chistes viejos con caras nuevas. Sí, eso es, pondré caras nuevas a los personajes del cuento. No sé qué pasará, ignoro el recibimiento que la historia tendrá entre esta panda de sensibleros pequeñajos, ahítos de mamitis y de papitis. Allá voy.

-Niños, escuchadme. Os contaré la real y actual historia de Caperucita. Pero, por favor, pequeños, no me cortéis el rollo que ya me tenéis un poquito harta. "Érase una vez una chica joven que..."

-Mamá, mamá, vieja, ¿me oyes? -dijo Rosa alzando un poquito la voz al ver que su madre como era su costumbre la ignoraba por completo- Voy a salir esta noche, no sé a qué hora volveré. Hoy para mí es un día especial, ¿sabes?, es por eso que hoy saldré por la noche.

-Vale, vale, cariño, de acuerdo -su madre apartó la vista de la enorme pantalla del televisor que ocupaba lugar preferente en el salón de la casa y le dijo-: Rosa, antes de que te reúnas con tus amigas o con quien hayas quedado hazme un favor, cielo. Llévale a tu padre estos papeles de nuestro acuerdo de divorcio para que los firme. Dile que aunque sé que se encuentra enfermo e indispuesto es importante que les eche un vistazo y muestre su conformidad con los términos expuestos en él.

-De acuerdo, mamá. Dame los papeles. No te preocupes, que yo se los daré.

-Gracias hija. ¡Ah! Ten mucho cuidado con los depredadores nocturnos. No vuelvas tarde a casa. Sabes que por la noche todos los gatos son pardos y que...

-Bueno, mamá -interrumpió la joven a su madre- no te pongas trágica. Estamos en el siglo XXI. Ahora las chicas no somos como erais vosotras en vuestra época. Nosotras tenemos derecho a volver a casa solas y borrachas.

Una noche especial

-¡Niña, qué dices! -gritó la madre- Mira que te doy un bofetón. Ni sola, ni borracha, ¿sabes? Te vuelves en compañía y con los cinco sentidos alerta. ¿Me escuchas?

-No, si yo sólo repetía el discurso oficial. Es lo que dice el establishment, o es que no estás en el mundo, mamita -rio Rosa al ver que había logrado despertar y sacar de su indolencia habitual a quien la parió.

Tenía tiempo más que suficiente, pensó Rosa, para cumplir el encargo materno. Era temprano y su padre todavía no estaría en casa. Así que con las amigas decidió tardear un poquito: entraron en varios pubs donde tomaron varias consumiciones. A ella le iban los chupitos más que ninguna otra cosa. Incluso se animó a participar en una competición con un guapo joven que le tiraba los tejos. A ella ese chico también le gustaba, ¡vaya si le gustaba!

Pasaron las horas. Las amigas se fueron despidiendo de Rosa poco a poco; Carolina, la más formal de ellas, la más estudiosa, la menos lanzada, le advirtió: "Cuidado con ese chico, Lupicinio creo que se llama. Tiene pinta de hambriento". Rosa iba tan entonada que no le hizo caso.

-¿Qué son esos papeles que cuidas con tanto esmero? -le lanzó a la cara Lupo cuando ya estaban los dos solos.

-Papeles para mi papá que se encuentra muy enfermo y que vive al otro lado de la ciudad.

-¿Sigue viviendo en la casa que en el pub dijiste a tus amigas que teníais antes? -le preguntó Lupo disimulando su interés .

Rosa que según había ido avanzando la noche se había ido entreteniendo con unos y con otros, debía de haberle dado a Lupicinio pelos y señales sobre la ubicación del domicilio paterno. Por eso cuando el chico, a una hora ya cercana al amanecer, se despidió de ella, Rosa no tenía conciencia de la información sensible que podía haberle transmitido. Su gran noche lo había sido y por todo lo alto. Se lo había pasado en grande: Unas veces con los chupitos; otras, con esa canción de Quevedo que tanto le gustaba bailar; también ese perreo que la puso a cien bailando con... ¿con quién había perreado de manera tan sensual? Ni se acordaba siquiera, seguramente habría sido con el tal Lupo.

De pronto recordó la promesa que había hecho a su madre de no detenerse en ningún lugar, ni siquiera a hablar, antes de entregar a su anciano padre los títulos de propiedad de los bienes que algún día, ¡quisiera Dios que muy lejano!, le correspondería a ella heredar. La noche había transcurrido y ella había olvidado el encargo. En la brumosa confusión mental en que navegaba, Rosa decidió cumplir lo prometido. Antes de regresar a su casa, pasaría por la de Doroteo, su padre. Rosa siempre se había llevado bien con él. Teo le tenía dicho que cuando quisiera podía ir a su casa a visitarle, a comer, a dormir o a lo que ella deseara hacer en ese momento. Así que Rosa, previsora ella, antes de salir de casa de su madre había cogido las llaves de la lejana casa paterna. La larga noche también la había llevado lejos y paradójicamente estaba a esa hora del próximo amanecer más cerca de padre que de madre. "Sola y borracha, como debe ser", se dijo para sus adentros.

A media mañana del sábado, Aoki, joven informático japonés que trabajaba en la gestoría que llevaba los asuntos de Doroteo, decidió pasar por casa de su cliente a fin de acelerar la tramitación de los documentos que éste les había solicitado. Al llegar al chalé de la urbanización 'Nuevo atardecer' en la que vivía Teo, padre de Rosa y exmarido de Celeste, notó algo raro que le impulsó a actuar. La puerta estaba entornada, en el despacho los papeles estaban revueltos y en el dormitorio vio adormecido a Lupicinio. Se percató de que a su lado, en el suelo, yacía desnuda de cintura para abajo Rosi, la hija de Teo a la que él conocía por haber servido la chica no pocas veces a Doroteo de mensajera portadora de papeles y más papeles de los diferentes asuntos que Aoki le gestionaba. Presto, sin perder un segundo no fuera a ser que el joven Lupo despertara, el informático japonés tiró de móvil. En estas estaba cuando sintió que Lupicinio se dirigía furibundo contra él. Aoki hizo gala de su conocimiento de llaves de judoca. Primero dejó que se aproximara para así hacerle frente y, cuando Lupo se abalanzó sobre él, nuestro judoca le practicó una seoi-nage seguida de la tai-otoshi de manera que, tras lanzar a Lupicinio por encima de sus hombros, consiguió hacerle caer al suelo; ya allí no tuvo más que practicarle su llave preferida, una shisho-gatame para dejarlo completamente inmovilizado, colocado él a horcajadas sobre su cuerpo. Sólo entonces pudo teclear el 112 y comunicar lo sucedido.

"Y colorín, colorado, queridos y exigentes niños, el cuento de una noche especial ha terminado"


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