Por Iván Rodrigo Mendizábal
(Publicado originalmente en la revista digital Revista Punto Tlön, Quito, el 7 de junio de 2918)
Fotograma de la película de Steven Spielberg, “Ready Player One”.
Giorgio Agamben, en un seminario de 2008, con la pregunta “Qué es lo contemporáneo?”, postula una repuesta: “contemporáneo es aquel que tiene fija la mirada en su tiempo, para percibir no las luces, sino la oscuridad”. La propuesta es importante en tanto mirar la oscuridad implica al acto de lo visual, como el filósofo italiano plantea, esto es: percibir, darse cuenta, enfrentar, pese a las luces fuertes, que siempre habrá zonas de oscuridad que no se pueden evitar: en otras palabras, el entusiasmo por la luz evita que nos percatemos que esta oculta algo. Afirma entonces: “contemporáneo es aquel que percibe la oscuridad de su tiempo como algo que le concierne y no deja de interpelarlo, algo que, más que toda luz, se dirige directamente a él. Contemporáneo es aquel que recibe en pleno rostro el haz de tiniebla que proviene de su tiempo”. Hay un quién mira, un interpelado-interpelador, es decir, la oscuridad de pronto le llama la atención –y solo es posible mirarla cuando uno pone los cinco sentidos– y, al mismo tiempo, el individuo, el contemporáneo, toma actitud activa. Lo contemporáneo, por lo tanto, implica un acto de observación, penetrante, del tiempo que vive. Cuando hablamos de “mundo contemporáneo” estaríamos tomando una voz activa para develar, en la luz que tiñe la realidad, esas señas de oscuridad como si estas fueran preguntas ante su presencia.
La película de Steven Spielberg, Ready Player One (2017) nos pone ante tal disyuntiva. Por lo menos quisiera verla de ese modo: un mundo distópico, dominado por alguna corporación, donde la gente es parte de un juego multiverso virtual; la cuestión, sin embargo, es que, en tal mundo, pese a que es luminoso, por ese estado, en el que los dispositivos electrónicos, las gafas de tercera dimensión y de virtualidad, sirven para someter, las sombras, la oscuridad, emergen de modo tenue.
Por el título, Ready Player One, el hecho es que todos –o un individuo– estarían a punto de jugar, una vez que han ingresado a un entorno virtual, un planeta, un mundo posible virtual. El juego está programado para ir venciendo niveles o para quedarse en cualquiera de los mundos inmersivos. El quid es tratar de conseguir unas llaves que el antiguo programador habría escondido en dichos mundos y, con ello, hacer un acto de liberación del mundo opresivo real. En el nivel del juego, los mundos inmersivos son apocalípticos, devastados, restos de algún orden que pudo ser y no ha sido. Para los jugadores, al estar dentro de la virtualidad, es probar la persistencia dentro de los mundos o, si se quiere, “trabajar” dentro de ellos, dentro de su caos, jugando al mismo caos. He aquí el problema: la virtualidad nos ofrece una perspectiva de los hechos: el mundo, la realidad que se vive en ese tiempo futuro, es de un desorden. La gobernabilidad está sujeta al desorden. Cuando más desorden, es decir, cuando hay ausencia de referentes, de nortes, de objetivos, de algo estable, es posible gobernar en el mismo desorden. La obediencia está programada a algo que es momentáneo, inesencial, vaciada de contenido. Si todos juegan de forma individual, estando en modo “ready player one”, lo que importa de tal estado de cosas es el individuo, el individualismo. Entonces, el caos es el individualismo a ultranza. El mundo del trabajo individualista a ultranza es el mejor estado de gobierno, porque todo depende de la ganancia individual. ¿Es acaso la película de Spielberg una lectura sobre el extremismo del liberalismo?
La oscuridad entonces elude a nuestra mirada, pero sabemos que está allá ante nuestros ojos. La película es un ejemplo de cómo lo contemporáneo tiñe a la ciencia ficción. Más allá de los mundos virtuales, de los mundos inmersivos, lo que se pinta es una sociedad y una realidad determinada terriblemente por la tecnología de virtualización. Las gafas de realidad virtual impiden que la gente vea lo que les rodea y sean conscientes del estado de sometimiento a la que están sujetos, llevándolos al individualismo. No hay descanso, hay frenesí, hay desconexión real. El paisaje de lo real está construido por hierros, por basura, por acumulación. Los edificios o las casas son abigarradas, hechas de contenedores de trailers. El ambiente es ófrico, pintarrajeado. Las masas de personas circulan entre las supuestas calles como si fueran zombies. Este mundo de lo real, esta realidad es obligadamente encubierta por la tenencia de tecnologías de virtualización. Alguna vez Jean Baudrillard, en Cultura y simulacro (1978) afirmaba que ahora el mapa precede al territorio; se podría decir que lo que Spielberg –no olvidemos, dicho sea de paso, que la película se basa en la novela de Ernest Cline, Ready Player One (2011)– muestra es que una realidad falsa, fuertemente construida y sedimentada en la mente de las personas, precede a la realidad verdadera, esa que no se quiere ver y a la cual cualquiera de nosotros nos hemos acostumbrado.
¿Qué es lo que nos interpela la oscuridad? En la película nos damos cuenta, con breves y fuertes pinceladas: soledad, necesidad de formar alguna comunidad, dominio de lo digital sobre la sensibilidad humana, familias que no comparten nada, barrio abigarrado con gente que no dialoga entre ellos; pero, sobre todo, el extremo del capitalismo en el que el quemeimportismo del semejante y de uno mismo hace que todo esté a expensas de la apuesta de otros quienes ganan de ese estado caótico. El diseño del edificio de los programadores de la compañía asemeja, en cierto sentido, a los edificios y espacios de la bolsa, de alguna bolsa financiera. El exceso de luz del capitalismo consumista, individualista, oculta a ese mundo de los financistas, de los apostadores, para quienes la vida social es apenas un indicador económico. En parte, la película recuerda a la novela Cosmópolis (2003) de Don DeLillo y su versión fílmica de David Cronenberg con el mismo título (2012). El mundo actual, el mundo contemporáneo es, en definitiva, el diseño oscuro del capitalismo especulativo y excesivo.