07/05/2012 17:13:45
Buen momento para que circule una nueva biografía sobre el presidente de Estados Unidos, escrita por el periodista de The Washington Post, David Maraniss. En plena campaña por la reelección, saldrá a la luz este libro que escarba en los años de juventud de Obama y en sus primeros —y escasos— amores, y cuyos primeros fragmentos ha adelantado la revista Vanity Fair.
Según el autor, Obama llegó a Nueva York con «mucha ambición» pero su estancia en la mayor ciudad del país se convirtió inesperadamente en un periodo de debate interno, de introspección, casi de reflexión metafísica, que compartió con sus amigos próximos pero también con sus amantes.
En el caso de McNear fue el típico amor de verano. Paseaban, iban a restaurantes, visitaban museos y hablaban mucho. «Me encantaba hablar con él. Podíamos conversar durante horas», dice ella en el avance de Vanity Fair y recuerda que Obama estaba «obsesionado con las elecciones que uno adopta en la vida y que deciden el futuro». Ahí, empezó a barajar la posibilidad de dedicarse a la política.
Pero el verdadero amor de juventud llegaría durante una fiesta de Navidad, en un apartamento del East Village, cuando Obama conoció a Geneive Cook, hija de un diplomático australiano. Sonaba Ella Fitzgerald de fondo. Ella bebía Baileys y fumaba. Él iba con vaqueros. Intercambiaron cuatro palabras en la cocina y poco más, pero justo cuando Geneive iba a marcharse, Barack le pidió que se quedara un rato. Hablaron y «en la conversación saltó la chispa», revela el autor de la biografía.
Con Geneive Cook compartió vida hasta que la relación acabó en 1985: «Barack sale de mi vida, al menos como amante. De la misma manera que la relación fue fundada en los límites calculados y en acontecimientos cuidadosamente y racionalmente examinados, parece terminar de forma fríamente calculada», escribió Geneive por aquel entonces.
La biografía también aborda otros aspectos de la juventud de Obama en Nueva York, como su primer piso donde «la calefacción y el agua caliente escaseaban» y tenían que recurrir a sacos de dormir y a noches de vigilia en una biblioteca pública cercana para pasar las noches más frías, algo que compensaban luego en una cafetería vecina con un desayuno completo por poco menos de dos dólares.
Sobre estas penurias no adelanta nada más Vanity Fair, aunque a juzgar por la evolución del personaje biografiado deben haber quedado en el fondo de su acomodada desmemoria, aunque puede que de vez en cuando las escenas callejeras de la crisis le refresquen las adormecidas neuronas amoldadas entre la silla y la limosina presidencial.
(Fuente: elmundo.es)
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