Apartes del articulo "Una mirada a nuestro proceso conjunto", de Fernando Alberto García. Publicado en Pressenza, 12.09.2010 - Buenos Aires.
...Desde el alba de la
historia humana, las civilizaciones surgieron, se desarrollaron y
declinaron en un relativo aislamiento. A lo largo del tiempo los
contactos entre ellas fueron aumentando gradualmente. Así los
pueblos y sus culturas se relacionaron entre sí básicamente por el
comercio, la guerra, la conquista y la migración.
La tecnología fue
impulsando tal comunicación e interacción de manera lenta pero
incesante, y esto se fue acumulando y acelerando en el transcurso de
los siglos. En este ultimo siglo ya no queda pueblo o cultura que
pueda quedar aislado del resto en este proceso de mundialización. El
mundo se está haciendo uno. Todos los pueblos y culturas están
interrelacionados e interconectados en una red planetaria. Esta
condición única en la historia de la humanidad, y su correlato en
la conciencia, hace que estemos cerca de un salto hacia un nuevo paso
evolutivo del ser humano.
Pero esto no está
ocurriendo sin problemas. Las crisis de cambio también pueden estar
acompañadas por erupciones de violencia de distinto tipo. Las
guerras convencionales, los accidentes nucleares, los desbordes
sociales, las guerras civiles, las secesiones, el colapso de sistemas
financieros y productivos, interrupción de los servicios básicos
(agua, electricidad, transporte, etc.), y mucho desequilibrio mental
e incluso suicidios: nada puede ser descartado en una situación
mundial inestable que nadie controla.
¿Qué podemos hacer
nosotros para evitar esto? Casi nada. No tenemos ni los medios ni el
poder de evitar estos desafortunados eventos. Son parte integral de
la agonía de un mundo deshumanizado. Sin embargo, dentro de
condiciones limitadas, podríamos tener una cierta influencia que
puede impedir o disminuir casos de violencia. De todos modos, nuestro
objetivo principal no es sostener o emparchar un sistema violento que
se cae por sí solo, sino intentar convertirnos en guías positivos
en la transición hacia un nuevo mundo.
Los individuos en su
ciclo vital van creciendo, pasando de una etapa vital a otra, y cada
cambio de etapa vital es acompañado por una crisis. Esto se debe a
que hay un cambio de necesidades de desarrollo. Lo viejo ya no
funciona, mientras que lo nuevo aún no está consolidado. La
transición de una etapa a otra es en cierta medida dolorosa, porque
mientras lo antiguo ya no nos resulta atractivo o ya no funciona como
antes, lo nuevo todavía es incierto o incipiente. Aun cuando se
estuviera apegado a lo antiguo, el cambio es inevitable. El ser
humano en esa transición tiene un pie apoyado sobre cada etapa, la
vieja y la nueva. Esta posición es inestable ya que la brecha entre
las dos etapas tiende a crecer inevitablemente, no dejando más
alternativa que abandonar el pasado.
Hoy en día, así
como sucede con los individuos, también los pueblos y las culturas
están atravesando un proceso de cambio global y acelerado. Van
perdiendo su identidad original al incorporar modelos, productos y
usanzas que se originaron en paisajes ajenos. Lo viejo ya no
funciona, mientras que lo nuevo es aún imperceptible o dudoso. El
mundo viejo ha desaparecido, mientras que el nuevo sólo puede ser
entrevisto o anhelado. Nada de lo viejo puede dar una respuesta
mundial para construir el futuro que se avecina, ya que lo viejo fue
formado en el pasado y fue parte integral del mismo.
Como ocurre con los
cambios sistémicos, será inútil pretender que se produzca el
cambio emparchando lo viejo, o por un humanitarismo que no acomete la
raíz congénita de la violencia, o por reciclar lo viejo
presentándolo como si fuera nuevo. También será inútil la ilusión
de que una organización, partido o gobierno del mismo sistema pueda
cambiarlo integralmente en su raíz. El sistema violento deberá
necesariamente desarticularse para dar lugar a lo nuevo que se
diferencia esencialmente de él.
No se logrará gestar
lo nuevo a partir de una sensibilidad vieja, de una forma mental o
mentalidad obsoletas, que han sido la esencia de lo viejo y que,
precisamente, son las que llevaron al sistema a su necesaria etapa de
agotamiento y fracaso, no sólo en la organización social sino, y
sobre todo, en el corazón de los hombres y mujeres buenos.
Como ocurrió antes
en la historia de la humanidad, una nueva civilización será
preanunciada por el alba de una nueva espiritualidad. Esta nueva
espiritualidad será el germen del nuevo mundo que luego empezará a
percibirse y tomar forma. Pero para que este germen crezca y
fructifique deberá ser una verdadera espiritualidad.
¿Qué es la
verdadera espiritualidad? La verdadera espiritualidad, como el
sentimiento religioso, no depende de templos y sacerdotes, de los
dioses y sus estatuas. Una persona puede ser espiritual sea que crea
o no crea en dios, sea que adhiera a un credo en particular o no.
Como explicó Silo, la verdadera espiritualidad “no es la
espiritualidad de la superstición, no es la espiritualidad de la
intolerancia, no es la espiritualidad del dogma, no es la
espiritualidad de la violencia religiosa, no es la pesada
espiritualidad de las viejas tablas ni de los desgastados valores”.
La verdadera
espiritualidad es tratar de mejorar como seres humanos, al tiempo que
ayudamos a que otros mejoren como tales. Mejorar como seres humanos
significa, en primer lugar, superar el dolor y el sufrimiento en
nosotros mismos y en los demás; significa superar la propia
violencia y rebelarse ante la violencia que nos rodea. Pero no se
agota con esto. Mejorar como seres humanos significa también
aprender sin límites, es amar la realidad que construimos: es
humanizarnos y humanizar, develando el Sentido más elevado de la
vida. Y la fuente de la sabiduría y la inspiración para todo esto,
no está alejada de nosotros; sino que está en la profundidad más
íntima de nuestra propia conciencia.
Esta nueva
espiritualidad es la única manera de salir de la crisis por la que
el mundo está pasando. El cambio del que hablamos no podrá surgir
de ningún movimiento u organización sin una nueva mística social,
sin una nueva espiritualidad que aliente e inspire un cambio esencial
y verdadero. En otras palabras, el cambio sólo podrá surgir de lo
que no es sistema.
¿Pero de quiénes
surgirá esta nueva espiritualidad? Solamente de los seres humanos
espirituales que puedan mostrar un nuevo rumbo después que el
sistema deje de funcionar y deje lugar a algo nuevo. Y nuestra Obra
común, lo que también estamos haciendo en conjunto, es convocar a
todos esos seres humanos espirituales de todos los pueblos y
culturas, de todas las ocupaciones, de todas edades y géneros, etc.
Son quienes ya resuenan con la nueva sensibilidad naciente...
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Fernando Alberto García
Arquitecto, estudioso y militante de la corriente de pensamiento llamada “Nuevo Humanismo” o “Humanismo Universalista” basada en la obra de Silo. Participa activamente en el Movimiento Humanista dentro del organismo social y cultural “La Comunidad para el Desarrollo Humano”, y adhiere a “El Mensaje de Silo” –una nueva forma de espiritualidad naciente.