Un jefe siempre será un jefe. Es el que manda. Y salvo excepciones, a nadie le gusta que le digan lo que tiene que hacer. Si alguna vez mandamos, tengamos presente que nos van a criticar, que encontraremos malas caras y que no gozaremos de la simpatía de todo el mundo. Si nos toca estar en el lado contrario, tendremos que, alguna vez, renegar de lo que dice o no dice y muchas veces, acordarnos de su familia. Es lo suyo. Ese ruido sordo, como de mosca por los pasillos, es la justa compensación por ser lacayo.
A veces parecía tonto. Luego nos percatábamos que tanta maldad no podía salir de un alma inocente. Y entonces intentábamos apartarnos de su punto de mira, por precaución, que las armas las carga el diablo. Y si están en su poder, imagínense.
Trabajar en aquel departamento era muy entretenido. Agotador también. Y malísimo para el equilibrio mental. Había días en que los malos pasaban a ser los buenos. Otros, en los que creías tus amigos te invitaban a un café cargado. Vaya a saber usted de qué.
Autor: Belén Valiente.