La Belle Époque (La Bella Época, Los Viejos Tiempos, La Época Dorada... - que de todas esas maneras podría traducirse-) es una expresión internacionalizada para referirse al periodo de la historia europea comprendido entre 1871 y 1914 (año del estallido de la Primera Guerra Mundial). Esta designación responde por un lado a los nuevos valores de las sociedades europeas del momento (imperialismo, capitalismo y fe en el papel de la ciencia y el progreso como benefactores de la humanidad); pero también describe una época en que se transformaban todas las capas sociales gracias al creciente uso de la tecnología. Además con esa expresión describe una visión nostálgica que tendía a embellecer el pasado europeo anterior a 1914 presentándolo como un paraíso perdido tras el salvaje trauma de la Primera Guerra Mundial.
En la película que comentamos es esta última acepción la que se adecua a la temática del film, aunque en este caso referida a un periodo histórico posterior en la historia de España. Los autores del film quieren reflejar en el título el clima de libertad que acompañó a la proclamación del nuevo régimen en los años previos al estallido de la Guerra Civil española. En aquellos tiempos en España se vivió su particular
Belle Époque
La acción transcurre en una pequeña localidad española durante el invierno de 1930, en vísperas de proclamarse la II República. Aunque la película fue rodada en Portugal, por dificultades presupuestarias, tanto la ambientación como los actores hacen que asumamos fácilmente lugares y personajes como propios.
Sucintamente describe la llegada de un joven soldado, desertor del ejército, que llega a los parajes cercanos a una villa de campo habitada por un un maduro artista que vive aislado de la realidad política de la España de entonces y sus cuatro hermosas hijas. La convivencia hará que el joven desertor acometa la seducción de las cuatro hermanas una tras otra.
Un argumento, así resumido en unas pocas líneas, no da idea de la obra maestra que llega a realizar Fernando Trueba (director de mi devoción aunque sus comentarios fuera de lugar en la entrega de los penúltimos premios Goya le bajaran del Olimpo cinematográfico a mis ojos). La idea es genial y el desarrollo del guión - por parte del genial Rafael Azcona- muy inteligente. Los actores (una de las interpretaciones corales en el cine que causaron asombro en el mundo entero) bordan su papel. Es posible que contribuyera a ello el buen ambiente en que se rodó el film (En Portugal, en ambiente de vacaciones, con actores muy jóvenes y otros consagrados que congeniaron muy bien...) y el natural talento que desarrollan. Los críticos destacan que "Cada vez que la película se estrenaba en un país gustaba, divertía y fascinaba a la crítica". El gran éxito de crítica y público, culminó con su consagración internacional al recibir el Óscar a la mejor película extranjera en 1993.
Sólo decir, por mi parte, que su visión me produjo una sensación de bienestar y felicidad que me hizo salir del cine con una sonrisa en los labios. Disfruté cada escena y admiré y envidié la libertad y alegría con que Ariadna Gil, Penélope Cruz, Maribel Verdú, Miriam Díaz-Aroca y el afortunado Jorge Sanz disfrutan de la vida de sus los personajes. Todo ello sin olvidar a un enorme Fernando Fernán Gómez, bordando uno de los papeles cumbres de su carrera.
Cuando el aire frío de la noche me recibió a la salida de aquel cine de Madrid, estaba henchido de optimismo: pesaba para mis adentros: "La vida es bella".